Por José Brechner
Los bolivianos empiezan a hastiarse de la presencia extranjera y de las dulces bondades del Socialismo del Siglo XXI, que no es nada más que el último intento histórico de resucitar el cadáver del Comunismo del Siglo XX. Latinoamérica es el único lugar del mundo, donde sus genios políticos todavía siguen cuestionando el modelo a seguir, y adoptan ideas nada menos que de los lunáticos del orbe.
Aprovechando de esa enfermedad, los reaccionarios dictadores socialistas, Chávez y Castro, tratan de imponer sus fórmulas autodestructivas para apoderarse de Bolivia. Sin embargo, olvidaron un aspecto esencial para el éxito de su conquista: el indomable espíritu libertario de los bolivianos.
Evo Morales, con su venenoso odio hacia las clases medias, formadas por blancos y mestizos, está aglutinando contra sí a los bolivianos productivos, creando una fuerte alianza antagónica a su gobierno y los invasores comunistas. Ante el natural temor que esa patriótica alianza opositora produce, el régimen indigenista acusa a sus adversarios de ser racistas y xenófobos, cuando en realidad la discriminación es al revés. La táctica de endilgar a los demás con los defectos propios, es una constante de la desfachatez progresista.
Hugo Chávez, tal como el Che Guevara --a quien los campesinos delataron para que lo atraparan-- desconoce la idiosincrasia del pueblo boliviano, creyó que todos se arrodillarían a sus pies como Morales y sus lacayos. Todavía no vislumbra lo que les espera a los miles de caribeños que trajinan por el lugar. Cuando la insurgencia explote, van a faltar aviones y camiones para que los invasores puedan huir. Los bolivianos gozan de dignidad y orgullo nacional, y pelearán por recuperar su potestad sobre lo que les pertenece. Son millones que no van a someterse a ningún pretensioso dictadorcillo extranjero o vernáculo. Si en algo Bolivia tiene más experiencia que cualquiera, es en deshacerse de sus tiranos.
Siguiendo al triunfo electoral de Morales, en un viaje del Demente Coronel a la región de Chapare, bastión de los productores de coca, los hasta entonces fieles seguidores del presidente boliviano fueron desplazados por cientos de mercenarios venezolanos que arribaron con su jefe. El rechazo a la numerosa presencia de boinas rojas le costó buena parte del voto popular al partido gobernante –Movimiento al Socialismo-- en un referéndum para formar una Asamblea Constituyente, donde el indígena oligarca pensaba imponerse fácilmente, convencido de que contaría con dos tercios de los legisladores para arrasar con la democracia. El tiro le salió por la culata. Después de un año de discusiones, aún no se redactó la nueva Carta Magna que ambiciona darle poderes absolutos al aspirante a rey incaico.
La traición a la patria es un pecado imperdonable y Morales ha mentido y traicionado a todos, pero especialmente a los que lo votaron, regalándole el país a un acomplejado, enajenado mental, con delirios de grandeza. Como nunca antes, Bolivia tiene un enemigo extranjero incrustado en su corazón. Los bolivianos jugaron ejemplarmente a la paz, la estabilidad y la democracia por 25 años, hasta que apareció Morales. En ese lapso lograron superarse como individuos y como nación más que muchos pueblos del tercer mundo. Si no fuese por la injerencia del socialismo chavista y el sueño monárquico del cocalero, seguirían avanzando.
Chávez, tratando de controlar con mayor firmeza el estratégico territorio ocupado, habla de una fantasiosa incursión militar norteamericana que él está dispuesto a repeler. Su marioneta repite lo mismo cada vez que se emociona y, utilizando la grotesca excusa, ambos continúan importando armamento, aliándose con terroristas, movilizando agentes de Cuba y soldados de Venezuela. La confrontación violenta parece acercarse, pero no será con los Estados Unidos, que tiene asuntos más importantes que atender, sino con los mismos bolivianos. Y de algo pueden estar seguros: no quedará un solo venezolano ni cubano a salvo. Ya les ocurrió al Che y sus camaradas, pero los comunistas no aprenden.
Los bolivianos empiezan a hastiarse de la presencia extranjera y de las dulces bondades del Socialismo del Siglo XXI, que no es nada más que el último intento histórico de resucitar el cadáver del Comunismo del Siglo XX. Latinoamérica es el único lugar del mundo, donde sus genios políticos todavía siguen cuestionando el modelo a seguir, y adoptan ideas nada menos que de los lunáticos del orbe.
Aprovechando de esa enfermedad, los reaccionarios dictadores socialistas, Chávez y Castro, tratan de imponer sus fórmulas autodestructivas para apoderarse de Bolivia. Sin embargo, olvidaron un aspecto esencial para el éxito de su conquista: el indomable espíritu libertario de los bolivianos.
Evo Morales, con su venenoso odio hacia las clases medias, formadas por blancos y mestizos, está aglutinando contra sí a los bolivianos productivos, creando una fuerte alianza antagónica a su gobierno y los invasores comunistas. Ante el natural temor que esa patriótica alianza opositora produce, el régimen indigenista acusa a sus adversarios de ser racistas y xenófobos, cuando en realidad la discriminación es al revés. La táctica de endilgar a los demás con los defectos propios, es una constante de la desfachatez progresista.
Hugo Chávez, tal como el Che Guevara --a quien los campesinos delataron para que lo atraparan-- desconoce la idiosincrasia del pueblo boliviano, creyó que todos se arrodillarían a sus pies como Morales y sus lacayos. Todavía no vislumbra lo que les espera a los miles de caribeños que trajinan por el lugar. Cuando la insurgencia explote, van a faltar aviones y camiones para que los invasores puedan huir. Los bolivianos gozan de dignidad y orgullo nacional, y pelearán por recuperar su potestad sobre lo que les pertenece. Son millones que no van a someterse a ningún pretensioso dictadorcillo extranjero o vernáculo. Si en algo Bolivia tiene más experiencia que cualquiera, es en deshacerse de sus tiranos.
Siguiendo al triunfo electoral de Morales, en un viaje del Demente Coronel a la región de Chapare, bastión de los productores de coca, los hasta entonces fieles seguidores del presidente boliviano fueron desplazados por cientos de mercenarios venezolanos que arribaron con su jefe. El rechazo a la numerosa presencia de boinas rojas le costó buena parte del voto popular al partido gobernante –Movimiento al Socialismo-- en un referéndum para formar una Asamblea Constituyente, donde el indígena oligarca pensaba imponerse fácilmente, convencido de que contaría con dos tercios de los legisladores para arrasar con la democracia. El tiro le salió por la culata. Después de un año de discusiones, aún no se redactó la nueva Carta Magna que ambiciona darle poderes absolutos al aspirante a rey incaico.
La traición a la patria es un pecado imperdonable y Morales ha mentido y traicionado a todos, pero especialmente a los que lo votaron, regalándole el país a un acomplejado, enajenado mental, con delirios de grandeza. Como nunca antes, Bolivia tiene un enemigo extranjero incrustado en su corazón. Los bolivianos jugaron ejemplarmente a la paz, la estabilidad y la democracia por 25 años, hasta que apareció Morales. En ese lapso lograron superarse como individuos y como nación más que muchos pueblos del tercer mundo. Si no fuese por la injerencia del socialismo chavista y el sueño monárquico del cocalero, seguirían avanzando.
Chávez, tratando de controlar con mayor firmeza el estratégico territorio ocupado, habla de una fantasiosa incursión militar norteamericana que él está dispuesto a repeler. Su marioneta repite lo mismo cada vez que se emociona y, utilizando la grotesca excusa, ambos continúan importando armamento, aliándose con terroristas, movilizando agentes de Cuba y soldados de Venezuela. La confrontación violenta parece acercarse, pero no será con los Estados Unidos, que tiene asuntos más importantes que atender, sino con los mismos bolivianos. Y de algo pueden estar seguros: no quedará un solo venezolano ni cubano a salvo. Ya les ocurrió al Che y sus camaradas, pero los comunistas no aprenden.
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