Por Emilio J. Urbina Mendoza
Acabo de terminar la lectura del último libro de Ralf Dahrendorf, El recomienzo de la historia. En la obra editada a mediados de 2006, el premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales de este año diserta -desde la óptica liberal no marxista- lo que ciertamente significó 1989 y la caída del Muro de Berlín.
La historia no se partió en dos para esfumarse, tal y como lo recalcó Fukuyama en 1992 con la tesis escatológica que copó los escenarios académicos y políticos postguerra fría. La historia, entendida en el horizonte futurable de las ideas, como el motor de la humanidad más allá de la referencia temporal, quedó librada de la tiranía marxista como cristal de lectura para todas las esferas vivenciales. Lección que apenas muestra sus esbozos, escondiendo una fortaleza. En fin, Dahrendorf sentencia la muerte de la herencia de Marx como esperanza de felicidad. Y en este deceso, "el mundo se puso nuevamente en movimiento".
Al finalizar la conflagración este-oeste se pensó que el sistema capitalista había copado al orbe bajo una especie de triunfo emblemático. Ciertamente, el modelo de economía libre hizo gala hegemónica en estas dos últimas décadas. Una realidad que ha librado a la economía mundial de los pesados déficit que acarrea el estado de bienestar y las múltiples fórmulas artificiosas de intervención sobre el mercado. Sin embargo, como bien lo desluce Dahrendorf, la creencia de un capitalismo victorioso dejó escapar algunas cepas del materialismo dialéctico, mutándose éste último como virus peligroso.
Veamos sus síntomas. Lo primero que debe preocupar a todo intelectual y en fin a todo profesional que usa, abusa y desusa la ciencia, en ese germen marxistoide, se vincula a la libre -y a veces inconsciente- militancia del pensamiento único sea cual sea su color (vgr., el pensamiento único chavista). La binariedad en las opciones de la vida, es decir, en el arrinconamiento de las soluciones a nuestros múltiples problemas hacia dos posibilidades, no sólo es metodológicamente dialéctica marxista, sino la trampa radical que cierra los espacios para la verdadera liberación humana ubicada en la multiplicidad de visiones.
El segundo síntoma se relaciona a la creencia ciega sobre imaginarios que todavía dan crédito a la intervención de "manos ocultas" en nuestras biografías personales o sociales. Simplemente, la realidad es consecuencia de nuestras acciones u omisiones.
De las patologías descritas, en este contexto de la reforma constitucional, nos preocupa la primera. El Señor Presidente, en medio de la turbulencia política de su socialismo del siglo XXI, juega al retroceso histórico. Ya ha logrado dividirnos entre los que están a favor y los que nos oponemos a su reforma constitucional. Sin embargo, el quid del asunto se ubica en la aceptación tácita de la disyuntiva, castrando cualquier otra opción que lance al traste tanto el proyecto de reforma como la bolivariana de 1999.
Sin darnos cuenta, cuando el Presidente nos margina entre quienes aprueban o desaprueban su proyecto, en el fondo nos pone a aceptar cualquiera de sus versiones constitucionales del país, es decir, o aceptamos al Chávez de 2007 o nos quedamos con el Chávez de 1999. Obviamente no es una elección agradable. Es por estas razones que nuestro "no" a la reforma debe racionalizarse en un "no" abierto hacia otras posibilidades que los rincones ofrecidos por Chávez en dos momentos históricos diferentes.
Acabo de terminar la lectura del último libro de Ralf Dahrendorf, El recomienzo de la historia. En la obra editada a mediados de 2006, el premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales de este año diserta -desde la óptica liberal no marxista- lo que ciertamente significó 1989 y la caída del Muro de Berlín.
La historia no se partió en dos para esfumarse, tal y como lo recalcó Fukuyama en 1992 con la tesis escatológica que copó los escenarios académicos y políticos postguerra fría. La historia, entendida en el horizonte futurable de las ideas, como el motor de la humanidad más allá de la referencia temporal, quedó librada de la tiranía marxista como cristal de lectura para todas las esferas vivenciales. Lección que apenas muestra sus esbozos, escondiendo una fortaleza. En fin, Dahrendorf sentencia la muerte de la herencia de Marx como esperanza de felicidad. Y en este deceso, "el mundo se puso nuevamente en movimiento".
Al finalizar la conflagración este-oeste se pensó que el sistema capitalista había copado al orbe bajo una especie de triunfo emblemático. Ciertamente, el modelo de economía libre hizo gala hegemónica en estas dos últimas décadas. Una realidad que ha librado a la economía mundial de los pesados déficit que acarrea el estado de bienestar y las múltiples fórmulas artificiosas de intervención sobre el mercado. Sin embargo, como bien lo desluce Dahrendorf, la creencia de un capitalismo victorioso dejó escapar algunas cepas del materialismo dialéctico, mutándose éste último como virus peligroso.
Veamos sus síntomas. Lo primero que debe preocupar a todo intelectual y en fin a todo profesional que usa, abusa y desusa la ciencia, en ese germen marxistoide, se vincula a la libre -y a veces inconsciente- militancia del pensamiento único sea cual sea su color (vgr., el pensamiento único chavista). La binariedad en las opciones de la vida, es decir, en el arrinconamiento de las soluciones a nuestros múltiples problemas hacia dos posibilidades, no sólo es metodológicamente dialéctica marxista, sino la trampa radical que cierra los espacios para la verdadera liberación humana ubicada en la multiplicidad de visiones.
El segundo síntoma se relaciona a la creencia ciega sobre imaginarios que todavía dan crédito a la intervención de "manos ocultas" en nuestras biografías personales o sociales. Simplemente, la realidad es consecuencia de nuestras acciones u omisiones.
De las patologías descritas, en este contexto de la reforma constitucional, nos preocupa la primera. El Señor Presidente, en medio de la turbulencia política de su socialismo del siglo XXI, juega al retroceso histórico. Ya ha logrado dividirnos entre los que están a favor y los que nos oponemos a su reforma constitucional. Sin embargo, el quid del asunto se ubica en la aceptación tácita de la disyuntiva, castrando cualquier otra opción que lance al traste tanto el proyecto de reforma como la bolivariana de 1999.
Sin darnos cuenta, cuando el Presidente nos margina entre quienes aprueban o desaprueban su proyecto, en el fondo nos pone a aceptar cualquiera de sus versiones constitucionales del país, es decir, o aceptamos al Chávez de 2007 o nos quedamos con el Chávez de 1999. Obviamente no es una elección agradable. Es por estas razones que nuestro "no" a la reforma debe racionalizarse en un "no" abierto hacia otras posibilidades que los rincones ofrecidos por Chávez en dos momentos históricos diferentes.
No hay comentarios :
Publicar un comentario
Exprésate libremente.
En este blog no se permiten comentarios de personas anónimas.