Por Téodulo López Meléndez
La cuerda está tensa. Está al máximo de tensión. La cuerda podría reventar y no sería por lo más delgado. El abuso descarado y el desparpajo insolente han mellado la cuerda. Se actúa con prepotencia y desfachatez. Hasta la bella abuelita que me consigo en la carnicería tratando de comprar algo me asegura que la cuerda no aguanta más. Se respira en el aire un grado de obstinación. Como nunca se percibe un estado de ánimo proclive a un estallido.
Hace muchísimos años este para entonces joven bachiller asistía a sus primeras clases en la Facultad de Derecho de la UCV y el inolvidable Arístides Calvani describía una situación como esta y nos preguntó a los alumnos que pasaría si lo que refería se materializaba. “Una explosión social”, fue la respuesta de este para entonces imberbe. El aula estalló en una carcajada y también Arístides, dueño de una de las risas más sonoras y gratas que recuerdo. Buena anécdota, solo que tantos años después sigo pensando que esa fue la primera vez que en Venezuela se usó la expresión “explosión social”.
El gobierno está jugando con fuego. Sus adláteres hacen malabarismos con antorchas. El comportamiento antidemocrático es demasiado evidente, tanto que se convierte en grosería. Los espectáculos que montan en el “Teresa Carreño” (según Ángel Rivero una especie de castigo póstumo de la historia a la pianista por sus loas a algún dictador) son un bochorno. Una muestra de la intolerancia total, un show donde no se admite disidencia, un lamentable espectáculo disfrazado de “consulta al pueblo”. Me refiero a ese incidente donde fueron golpeados estudiantes, periodistas y actrices, porque a mi manera de ver tuvo una importancia psicológica de alta importancia. Esa importancia la mido en lo que me cuenta un médico sobre lo que fue la reacción de su esposa. Ese día, y en ese momento, la cuerda se comenzó a tensar y la paciencia a agotarse. Fue, apenas, un pequeño toque a la psiquis colectiva, pero a la psiquis colectiva en buena cantidad de casos le basta un pequeño toque. De allí en adelante ha sido la Asamblea Nacional la encargada de continuar cargando la psiquis colectiva, con sus manos alzadas, con su proceder atropellante. He visto a un diputado periodista hablar desde la tribuna de oradores con sorna sobre las protestas de “Podemos” y descartarlas como algo banal. Ha dicho algo así como sobre la intrascendencia de procedimientos, de agenda del día, de respeto por normas, pues un amigo le había preguntado si estaba consciente de que estaba haciendo historia. A mí, que soy parte de la psiquis colectiva, esa actitud me cargó hasta la ira.
La sorna hincha. La desvergüenza irrita. El abuso antidemocrático cubre la piel de urticaria. El abusador se expone, en su demencial manía, a las tormentas desatadas. El jefe máximo contribuye, al proclamarse co-presidente de Cuba o al disolver este país en una especie de federación. Es el desparpajo absoluto, el desprecio todopoderoso, el “aquí mandamos y al que no le guste que se vaya”. Tal arrogancia no la soporta pueblo alguno, por pacífico y democrático que sea. La advertencia de “Podemos” sobre la posibilidad de una guerra civil ha dejado de ser, por obra y gracia de los abusadores, una frase tremendista para convertirse en una hipótesis que ningún analista puede eliminar de su cuaderno de apuntes.
Mandan a quitar la cuña de “Ciudadanía Activa”, mientras a cada rato nos ponen una cadena nacional para loar la propuesta. “Moralmente inaceptable” ha dicho la Iglesia Católica sobre la reforma. No se puede aceptar lo que es “moralmente inaceptable”. La Iglesia llama a la concordia y a la unidad de los venezolanos, como corresponde a su tarea pastoral, planteamiento que recogemos, aunque la Iglesia misma sepa que no hay manera ni oportunidad de diálogo. La Iglesia, prudente como le corresponde, no hace comentarios sobre la ausencia oficial ante la muerte de Rosalio Castillo Lara, pero el país, sin hacer comentarios, toma nota y los decibeles aumentan. Llegará el momento en que la Iglesia dejará de lado la prudencia y entonces se recordará mi artículo Las campanas de la catedral. Los abusadores tornan irreversible la transformación de este país en un polvorín. Nada más ajeno a un escritor que la violencia. Si en este país se desatan los demonios pagaremos todos por igual, la división final de la sociedad venezolana tendrá consecuencias indescriptibles.
La cuerda está tensa. Hay que decirlo, por obligación, porque cuando los demonios se sueltan no hay manera de recogerlos. La cuerda aún no se revienta, pero ya da muestras de agotamiento. Nuestro regreso al siglo XIX es patético. La intolerancia, la brutalidad de los procederes y el desprecio absoluto por quien discrepa se han convertido en doctrina de Estado. Los vientos huracanados comienzan a mostrarse en el horizonte y los demonios comienzan a saborear su papel depredador. La tempestad lo anegará todo.
La cuerda está tensa. Está al máximo de tensión. La cuerda podría reventar y no sería por lo más delgado. El abuso descarado y el desparpajo insolente han mellado la cuerda. Se actúa con prepotencia y desfachatez. Hasta la bella abuelita que me consigo en la carnicería tratando de comprar algo me asegura que la cuerda no aguanta más. Se respira en el aire un grado de obstinación. Como nunca se percibe un estado de ánimo proclive a un estallido.
Hace muchísimos años este para entonces joven bachiller asistía a sus primeras clases en la Facultad de Derecho de la UCV y el inolvidable Arístides Calvani describía una situación como esta y nos preguntó a los alumnos que pasaría si lo que refería se materializaba. “Una explosión social”, fue la respuesta de este para entonces imberbe. El aula estalló en una carcajada y también Arístides, dueño de una de las risas más sonoras y gratas que recuerdo. Buena anécdota, solo que tantos años después sigo pensando que esa fue la primera vez que en Venezuela se usó la expresión “explosión social”.
El gobierno está jugando con fuego. Sus adláteres hacen malabarismos con antorchas. El comportamiento antidemocrático es demasiado evidente, tanto que se convierte en grosería. Los espectáculos que montan en el “Teresa Carreño” (según Ángel Rivero una especie de castigo póstumo de la historia a la pianista por sus loas a algún dictador) son un bochorno. Una muestra de la intolerancia total, un show donde no se admite disidencia, un lamentable espectáculo disfrazado de “consulta al pueblo”. Me refiero a ese incidente donde fueron golpeados estudiantes, periodistas y actrices, porque a mi manera de ver tuvo una importancia psicológica de alta importancia. Esa importancia la mido en lo que me cuenta un médico sobre lo que fue la reacción de su esposa. Ese día, y en ese momento, la cuerda se comenzó a tensar y la paciencia a agotarse. Fue, apenas, un pequeño toque a la psiquis colectiva, pero a la psiquis colectiva en buena cantidad de casos le basta un pequeño toque. De allí en adelante ha sido la Asamblea Nacional la encargada de continuar cargando la psiquis colectiva, con sus manos alzadas, con su proceder atropellante. He visto a un diputado periodista hablar desde la tribuna de oradores con sorna sobre las protestas de “Podemos” y descartarlas como algo banal. Ha dicho algo así como sobre la intrascendencia de procedimientos, de agenda del día, de respeto por normas, pues un amigo le había preguntado si estaba consciente de que estaba haciendo historia. A mí, que soy parte de la psiquis colectiva, esa actitud me cargó hasta la ira.
La sorna hincha. La desvergüenza irrita. El abuso antidemocrático cubre la piel de urticaria. El abusador se expone, en su demencial manía, a las tormentas desatadas. El jefe máximo contribuye, al proclamarse co-presidente de Cuba o al disolver este país en una especie de federación. Es el desparpajo absoluto, el desprecio todopoderoso, el “aquí mandamos y al que no le guste que se vaya”. Tal arrogancia no la soporta pueblo alguno, por pacífico y democrático que sea. La advertencia de “Podemos” sobre la posibilidad de una guerra civil ha dejado de ser, por obra y gracia de los abusadores, una frase tremendista para convertirse en una hipótesis que ningún analista puede eliminar de su cuaderno de apuntes.
Mandan a quitar la cuña de “Ciudadanía Activa”, mientras a cada rato nos ponen una cadena nacional para loar la propuesta. “Moralmente inaceptable” ha dicho la Iglesia Católica sobre la reforma. No se puede aceptar lo que es “moralmente inaceptable”. La Iglesia llama a la concordia y a la unidad de los venezolanos, como corresponde a su tarea pastoral, planteamiento que recogemos, aunque la Iglesia misma sepa que no hay manera ni oportunidad de diálogo. La Iglesia, prudente como le corresponde, no hace comentarios sobre la ausencia oficial ante la muerte de Rosalio Castillo Lara, pero el país, sin hacer comentarios, toma nota y los decibeles aumentan. Llegará el momento en que la Iglesia dejará de lado la prudencia y entonces se recordará mi artículo Las campanas de la catedral. Los abusadores tornan irreversible la transformación de este país en un polvorín. Nada más ajeno a un escritor que la violencia. Si en este país se desatan los demonios pagaremos todos por igual, la división final de la sociedad venezolana tendrá consecuencias indescriptibles.
La cuerda está tensa. Hay que decirlo, por obligación, porque cuando los demonios se sueltan no hay manera de recogerlos. La cuerda aún no se revienta, pero ya da muestras de agotamiento. Nuestro regreso al siglo XIX es patético. La intolerancia, la brutalidad de los procederes y el desprecio absoluto por quien discrepa se han convertido en doctrina de Estado. Los vientos huracanados comienzan a mostrarse en el horizonte y los demonios comienzan a saborear su papel depredador. La tempestad lo anegará todo.
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