Por Marcos Carrillo Perera
Se cuenta que el sabio Pitágoras sólo se reunía con sus discípulos luego de varios años de noviciado, durante los que les enviaba las lecciones refrendadas con la frase Autos Epha que significa "lo ha dicho él", razón por la que no cabía discusión sobre lo allí expuesto.
El espíritu de subordinación y la tragedia individual que han demostrado los miembros de la írrita Asamblea Nacional frente al proyecto de reforma constitucional, ha remedado de forma babosa la fórmula con la que se reverenciaba al ilustrado presocrático que marcó para siempre la historia intelectual de la humanidad.
Hubo varias cosas lamentables en esa sesión. Una de ellas fue la iliquidez retórica de los participantes, que hubiesen hecho un ridículo histórico frente a Demóstenes cuando era tartamudo.
Pero, más allá de este aspecto formal, todo el que observó el debate sobre el artículo relativo a la reelección perpetua pudo notar que las intervenciones (no argumentos) a favor del antojo presidencial tuvieron un solo fundamento: Autos Epha.
Fue un torneo para determinar quién era el más capaz de manifestar el máximo alarde de jalabolivarianismo del que se haya tenido noticia, y que llegó al paroxismo cuando una diputada anónima se preguntó desventurada, como llamando al chapulín colorado, "¿y qué vamos a hacer nosotros sin Chávez?" (¡!).
No hubo una persona que pudiera esgrimir una explicación racional y razonable que sirviera de sustento de este artículo, ni mucho menos un remoto intento de fundamentar la propuesta con criterios de validez universal. Se repitió hasta la saciedad su carácter de dogma. La reelección no es un problema político para ellos, es un problema de fe. Todos apelaron a ensalzar la receta inventada por el capricho de quien se cree el Pitágoras de Sabaneta, e invocaron la necesidad de someterse a sus designios como única garantía "para la construcción de la utopía".
Los diputados demostraron no representar a nadie, ni siquiera a ellos mismos. Fueron solo una caja de resonancia del capricho presidencial. Es por ello que, sencillamente, no hubo debate, salvo por la intervención de los recién levantados de Podemos, que vienen a descubrir el triángulo isósceles a estás alturas.
Una Constitución es ante todo un pacto de ciudadanos, un acuerdo de convivencia y tolerancia. Además de que, como hemos sostenido, el contenido de esta reforma es antidemocrático, el procedimiento utilizado para su aprobación es el más grande engaño jamás visto, pues ha sido producto de formas que han evadido toda transparencia, participación y rendición de cuentas a la ciudadanía.
La sumisión de la Asamblea al Autos Epha presidencial corrobora la vocación totalitaria de este régimen y sus secuaces, a quienes los conceptos de democracia, pluralismo y tolerancia les son tan ajenos como los de hipotenusa, cateto o ángulo.
"Lo que él ha dicho" no tiene valor alguno en una democracia si no respeta los principios que la sustentan, entre ellos la obligación de discutir ideas plural y libremente. En la democracia del siglo XXI no se puede fundamentar nada sobre la idea de Autos Epha, no sólo porque el sistema de participación no lo permite, sino porque quien nos gobierna no tiene ni una de las cualidades de Pitágoras.
Se cuenta que el sabio Pitágoras sólo se reunía con sus discípulos luego de varios años de noviciado, durante los que les enviaba las lecciones refrendadas con la frase Autos Epha que significa "lo ha dicho él", razón por la que no cabía discusión sobre lo allí expuesto.
El espíritu de subordinación y la tragedia individual que han demostrado los miembros de la írrita Asamblea Nacional frente al proyecto de reforma constitucional, ha remedado de forma babosa la fórmula con la que se reverenciaba al ilustrado presocrático que marcó para siempre la historia intelectual de la humanidad.
Hubo varias cosas lamentables en esa sesión. Una de ellas fue la iliquidez retórica de los participantes, que hubiesen hecho un ridículo histórico frente a Demóstenes cuando era tartamudo.
Pero, más allá de este aspecto formal, todo el que observó el debate sobre el artículo relativo a la reelección perpetua pudo notar que las intervenciones (no argumentos) a favor del antojo presidencial tuvieron un solo fundamento: Autos Epha.
Fue un torneo para determinar quién era el más capaz de manifestar el máximo alarde de jalabolivarianismo del que se haya tenido noticia, y que llegó al paroxismo cuando una diputada anónima se preguntó desventurada, como llamando al chapulín colorado, "¿y qué vamos a hacer nosotros sin Chávez?" (¡!).
No hubo una persona que pudiera esgrimir una explicación racional y razonable que sirviera de sustento de este artículo, ni mucho menos un remoto intento de fundamentar la propuesta con criterios de validez universal. Se repitió hasta la saciedad su carácter de dogma. La reelección no es un problema político para ellos, es un problema de fe. Todos apelaron a ensalzar la receta inventada por el capricho de quien se cree el Pitágoras de Sabaneta, e invocaron la necesidad de someterse a sus designios como única garantía "para la construcción de la utopía".
Los diputados demostraron no representar a nadie, ni siquiera a ellos mismos. Fueron solo una caja de resonancia del capricho presidencial. Es por ello que, sencillamente, no hubo debate, salvo por la intervención de los recién levantados de Podemos, que vienen a descubrir el triángulo isósceles a estás alturas.
Una Constitución es ante todo un pacto de ciudadanos, un acuerdo de convivencia y tolerancia. Además de que, como hemos sostenido, el contenido de esta reforma es antidemocrático, el procedimiento utilizado para su aprobación es el más grande engaño jamás visto, pues ha sido producto de formas que han evadido toda transparencia, participación y rendición de cuentas a la ciudadanía.
La sumisión de la Asamblea al Autos Epha presidencial corrobora la vocación totalitaria de este régimen y sus secuaces, a quienes los conceptos de democracia, pluralismo y tolerancia les son tan ajenos como los de hipotenusa, cateto o ángulo.
"Lo que él ha dicho" no tiene valor alguno en una democracia si no respeta los principios que la sustentan, entre ellos la obligación de discutir ideas plural y libremente. En la democracia del siglo XXI no se puede fundamentar nada sobre la idea de Autos Epha, no sólo porque el sistema de participación no lo permite, sino porque quien nos gobierna no tiene ni una de las cualidades de Pitágoras.
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