Lo que Hugo Chávez no tocó de la vigente Constitución en su proyecto de reforma, la Asamblea Nacional asumió que le correspondía hacerlo y, en efecto, lo está haciendo. ¿Más chavistas que Chávez? De ninguna manera.
En diez años se aprende mucho. Y la última década ha sido un libro abierto para aquellos venezolanos atentos a los acontecimientos, curiosos ante los cambios, preocupados por la cantidad de exabruptos jurídicos y abusos de poder que caracterizan al actual gobierno. Algunos hemos aprendido a ver más allá de la pupila, a leer entrelíneas, a interpretar la gestualidad, a percibir la intención a través de la seducción de las palabras, a detectar la mentira disfrazada de razón de Estado y la burla escondida tras las admoniciones.
No se incluyeron nuevos artículos a la reforma constitucional porque haya sido una propuesta del pueblo, a través de ese circo denominado “parlamentarismo de calle”. No se ha ido aprobando cada uno de ellos porque los diputados desean satisfacer las peticiones de sus representados, pues si tal fuere el caso, entonces no tendrían que haber incluido ninguno.
Ese articulado está siendo sometido al desgüase, porque así fue planificado por el propio Hugo Chávez: él elaboraría una reforma aparentemente estratégica en los aspectos inherentes a los motores constituyentes, y la Asamblea Nacional, en el veloz trayecto de las discusiones, completaría el trabajo modificando aquellos otros artículos mediante los cuales debe aplicarse la auténtica radicalización revolucionaria.
No es, pues, un aporte emanado de la inteligencia o del examen analítico del pueblo, porque la mayoría del pueblo no se ha tomado la molestia de leer el proyecto de reforma constitucional. Tampoco provienen estas adiciones a dicho proyecto de una iniciativa tomada por los asambleístas, porque a fuer de mandados perdieron hasta el criterio. Ni siquiera los votos salvados de algunos diputados, de cierto gobernador y del cada vez más incoherente Fiscal General, obedecen a posturas jurídicas serias, porque son incompatibles sus convicciones éticas con el Derecho y la justicia.
Todas las escenas, los personajes y el libreto son piezas de un vodevil que tiene la impronta inconfundible del “ente” supremo. Aquella advertencia de que a nadie debía ocurrírsele cambiar un punto o una coma de la reforma, y la antiparabólica desobediencia por parte de la Asamblea Nacional, es la evidencia más clara de esta farsa. ¿Quién va a creer que alguna de las rémoras revolucionarias se atrevería a discrepar públicamente del líder, a desobedecerle, a contradecirle, o a oponerse a sus designios? Cualquiera sabe que una conducta tal tendría como consecuencia el repudio y el ostracismo.
En el teatro en que se ha convertido el hemiciclo, los diputados están representando el papel de autores materiales de un crimen de lesa majestad, cuyo autor intelectual es Hugo Chávez. El crimen es nada menos contra la “majestad soberana” del pueblo venezolano y de su Constitución.
La indefensión de ese pueblo, que somos todos, se la debemos a un Defensor del Pueblo que defiende al gobierno, a un Fiscal General que acusa al pueblo en vez de acusar al gobierno, a una Asamblea Nacional que no representa al pueblo sino al gobierno, a un Poder Judicial que juzga a favor del gobierno y en contra del pueblo, a un Poder Electoral que no cuenta los votos del pueblo sino los del gobierno, a un Poder Moral que no tiene moral, y a un Poder Ejecutivo que gobierna en otros países y desgobierna en el propio.
En diez años se aprende mucho. Y la última década ha sido un libro abierto para aquellos venezolanos atentos a los acontecimientos, curiosos ante los cambios, preocupados por la cantidad de exabruptos jurídicos y abusos de poder que caracterizan al actual gobierno. Algunos hemos aprendido a ver más allá de la pupila, a leer entrelíneas, a interpretar la gestualidad, a percibir la intención a través de la seducción de las palabras, a detectar la mentira disfrazada de razón de Estado y la burla escondida tras las admoniciones.
No se incluyeron nuevos artículos a la reforma constitucional porque haya sido una propuesta del pueblo, a través de ese circo denominado “parlamentarismo de calle”. No se ha ido aprobando cada uno de ellos porque los diputados desean satisfacer las peticiones de sus representados, pues si tal fuere el caso, entonces no tendrían que haber incluido ninguno.
Ese articulado está siendo sometido al desgüase, porque así fue planificado por el propio Hugo Chávez: él elaboraría una reforma aparentemente estratégica en los aspectos inherentes a los motores constituyentes, y la Asamblea Nacional, en el veloz trayecto de las discusiones, completaría el trabajo modificando aquellos otros artículos mediante los cuales debe aplicarse la auténtica radicalización revolucionaria.
No es, pues, un aporte emanado de la inteligencia o del examen analítico del pueblo, porque la mayoría del pueblo no se ha tomado la molestia de leer el proyecto de reforma constitucional. Tampoco provienen estas adiciones a dicho proyecto de una iniciativa tomada por los asambleístas, porque a fuer de mandados perdieron hasta el criterio. Ni siquiera los votos salvados de algunos diputados, de cierto gobernador y del cada vez más incoherente Fiscal General, obedecen a posturas jurídicas serias, porque son incompatibles sus convicciones éticas con el Derecho y la justicia.
Todas las escenas, los personajes y el libreto son piezas de un vodevil que tiene la impronta inconfundible del “ente” supremo. Aquella advertencia de que a nadie debía ocurrírsele cambiar un punto o una coma de la reforma, y la antiparabólica desobediencia por parte de la Asamblea Nacional, es la evidencia más clara de esta farsa. ¿Quién va a creer que alguna de las rémoras revolucionarias se atrevería a discrepar públicamente del líder, a desobedecerle, a contradecirle, o a oponerse a sus designios? Cualquiera sabe que una conducta tal tendría como consecuencia el repudio y el ostracismo.
En el teatro en que se ha convertido el hemiciclo, los diputados están representando el papel de autores materiales de un crimen de lesa majestad, cuyo autor intelectual es Hugo Chávez. El crimen es nada menos contra la “majestad soberana” del pueblo venezolano y de su Constitución.
La indefensión de ese pueblo, que somos todos, se la debemos a un Defensor del Pueblo que defiende al gobierno, a un Fiscal General que acusa al pueblo en vez de acusar al gobierno, a una Asamblea Nacional que no representa al pueblo sino al gobierno, a un Poder Judicial que juzga a favor del gobierno y en contra del pueblo, a un Poder Electoral que no cuenta los votos del pueblo sino los del gobierno, a un Poder Moral que no tiene moral, y a un Poder Ejecutivo que gobierna en otros países y desgobierna en el propio.
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