Por Fernando Londoño
El Colombiano
No se trata de enfrentar dos personalidades, en todo tan distantes, ni de proponer un pugilato intelectual entre uno que lo es de veras y otro que no lo es en absoluto. El tema, o como dirían los escolásticos el estado de la cuestión, es la manera de vida, o la concepción del mundo -expresión tan cara a la filosofía alemana- que representa el triunfo uribista o chavista en estas próximas elecciones.
Porque eso es lo que está en juego. El Polo Democrático colombiano, y sus ocasionales y sorpresivos amigos del liberalismo, son subalternos del dictador venezolano, y no sería imaginable para Colombia otra cosa que la organización social y política del chavismo, si esos partidos conquistaran el poder.
Colombia pasaría a ser la otra Bolivia , el otro Ecuador, la otra Nicaragua suramericana. El que paga manda, también en política, y los maletines cargados de dólares, los que han circulado en los países nombrados, y por fortuna circularon sin gloria en el Perú, no sólo eligen, sino que imponen.
Para empezar, Chávez es la violencia. Su extraña carrera arranca de un sangriento Golpe de estado fallido, donde otros pusieron la sangre y él se quedó con la notoriedad.
Cuando la oposición venezolana se hizo temible por lo grande, era cosa de ver la frialdad de los matones chavistas asesinando a sangre fría la gente que en las calles de Caracas protestaba inerme contra el régimen. Y habríamos de ser tontos de capirote si ignoráramos las milicias bolivarianas, centenares de miles de validos del régimen, listos para la masacre y ordenados para sostener a sangre y fuego ese sistema de favoritismos, negociados, ineficiencia proverbial y despilfarros que es el Socialismo del Siglo XXI.
El Polo tiene santurrones estratégicos y matones de oficio. En el poder, los santurrones se desvanecen y los matones pasan al centro de la escena. Igual que en Venezuela y por supuesto igual que en Cuba, de donde vienen el estilo, la inspiración y el método.
Chávez es la lucha de clases. Por supuesto que también sangrienta. Basta oír una vez el 'Aló Presidente' para enterarse de la novedad. Por eso salen por millares los venezolanos preparados y capaces de su país, a buscar horizontes mejores. Al menos un sitio donde no los asesinen.
Chávez es la dialéctica del odio, de la revancha, del ajuste secular de cuentas. Desde Colón las tenemos pendientes los que no somos totalmente indígenas, salvándose acaso los enteramente negros. Cualquier pinta blanca en la sangre, o cualquier sospecha de mantuano presupone una condena.
Chávez es el fin de la empresa libre. Como en los mejores regímenes fascistas, la propiedad privada no desapareció en Venezuela. Apenas tiene que pagarle al régimen el peaje de la obediencia incondicional. Con los resultados conocidos.
La Nación más rica de América nada en petróleo y se ahoga en dólares, pero no tiene leche, ni huevos, ni carne, ni papa.
Y no puede mostrar una sola empresa nueva, una fábrica importante, una producción agrícola significativa, nada. En Venezuela comen los que reciben autorizaciones del poder para sobrevivir. Cada vez más pocos y cada vez más selectos, de acuerdo con los afectos oficiales.
Chávez es la inequidad social. La nueva burguesía, siempre al mejor estilo chavista, nada en dinero fácil. Los restaurantes revientan, los automóviles lujosos pululan, los capitales nuevos son tan numerosos como desafiantes. Pero la inmensa mayoría del pueblo carece de empleo y para subsistir cada uno ha de declarar que ama a Chávez como los cubanos, cada vez más miserables, aman a Fidel. El afecto al tirano es la cartilla de racionamiento.
Chávez es la corrupción. Pero no la corrupción circunstancial de gobiernos sin ética. Es la corrupción estructural e irreparable de todas las dictaduras. Y es la esclavitud. En esos 'socialismos', los de ayer, los de hoy y los de siempre, no cabe la libertad. El que quiera a Chávez, que se mida las muñecas para un buen par de grilletes. Los necesitará.
¿Y Uribe? Es todo lo que no es Chávez.
El Colombiano
No se trata de enfrentar dos personalidades, en todo tan distantes, ni de proponer un pugilato intelectual entre uno que lo es de veras y otro que no lo es en absoluto. El tema, o como dirían los escolásticos el estado de la cuestión, es la manera de vida, o la concepción del mundo -expresión tan cara a la filosofía alemana- que representa el triunfo uribista o chavista en estas próximas elecciones.
Porque eso es lo que está en juego. El Polo Democrático colombiano, y sus ocasionales y sorpresivos amigos del liberalismo, son subalternos del dictador venezolano, y no sería imaginable para Colombia otra cosa que la organización social y política del chavismo, si esos partidos conquistaran el poder.
Colombia pasaría a ser la otra Bolivia , el otro Ecuador, la otra Nicaragua suramericana. El que paga manda, también en política, y los maletines cargados de dólares, los que han circulado en los países nombrados, y por fortuna circularon sin gloria en el Perú, no sólo eligen, sino que imponen.
Para empezar, Chávez es la violencia. Su extraña carrera arranca de un sangriento Golpe de estado fallido, donde otros pusieron la sangre y él se quedó con la notoriedad.
Cuando la oposición venezolana se hizo temible por lo grande, era cosa de ver la frialdad de los matones chavistas asesinando a sangre fría la gente que en las calles de Caracas protestaba inerme contra el régimen. Y habríamos de ser tontos de capirote si ignoráramos las milicias bolivarianas, centenares de miles de validos del régimen, listos para la masacre y ordenados para sostener a sangre y fuego ese sistema de favoritismos, negociados, ineficiencia proverbial y despilfarros que es el Socialismo del Siglo XXI.
El Polo tiene santurrones estratégicos y matones de oficio. En el poder, los santurrones se desvanecen y los matones pasan al centro de la escena. Igual que en Venezuela y por supuesto igual que en Cuba, de donde vienen el estilo, la inspiración y el método.
Chávez es la lucha de clases. Por supuesto que también sangrienta. Basta oír una vez el 'Aló Presidente' para enterarse de la novedad. Por eso salen por millares los venezolanos preparados y capaces de su país, a buscar horizontes mejores. Al menos un sitio donde no los asesinen.
Chávez es la dialéctica del odio, de la revancha, del ajuste secular de cuentas. Desde Colón las tenemos pendientes los que no somos totalmente indígenas, salvándose acaso los enteramente negros. Cualquier pinta blanca en la sangre, o cualquier sospecha de mantuano presupone una condena.
Chávez es el fin de la empresa libre. Como en los mejores regímenes fascistas, la propiedad privada no desapareció en Venezuela. Apenas tiene que pagarle al régimen el peaje de la obediencia incondicional. Con los resultados conocidos.
La Nación más rica de América nada en petróleo y se ahoga en dólares, pero no tiene leche, ni huevos, ni carne, ni papa.
Y no puede mostrar una sola empresa nueva, una fábrica importante, una producción agrícola significativa, nada. En Venezuela comen los que reciben autorizaciones del poder para sobrevivir. Cada vez más pocos y cada vez más selectos, de acuerdo con los afectos oficiales.
Chávez es la inequidad social. La nueva burguesía, siempre al mejor estilo chavista, nada en dinero fácil. Los restaurantes revientan, los automóviles lujosos pululan, los capitales nuevos son tan numerosos como desafiantes. Pero la inmensa mayoría del pueblo carece de empleo y para subsistir cada uno ha de declarar que ama a Chávez como los cubanos, cada vez más miserables, aman a Fidel. El afecto al tirano es la cartilla de racionamiento.
Chávez es la corrupción. Pero no la corrupción circunstancial de gobiernos sin ética. Es la corrupción estructural e irreparable de todas las dictaduras. Y es la esclavitud. En esos 'socialismos', los de ayer, los de hoy y los de siempre, no cabe la libertad. El que quiera a Chávez, que se mida las muñecas para un buen par de grilletes. Los necesitará.
¿Y Uribe? Es todo lo que no es Chávez.
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