29 agosto 2013

El secreto mejor guardado del Caribe



Un eslogan perfecto para despertar la curiosidad y el interés es el que promociona(ba) a Venezuela como destino turístico ideal: "Venezuela, el secreto mejor guardado del Caribe". No hay quien se resista a conocer un secreto, pero según el Índice de Competitividad en Viajes y Turismo de 2013, elaborado por el World Economic Forum, Venezuela está en el lugar 113 en la clasificación mundial de 140 países, con 3,41 puntos en una escala del 0 al 7, muy lejos de Suiza, Alemania y Austria, que ocupan los tres primeros lugares.

Los factores que determinan las condiciones de cada país en materia de políticas y regulaciones, seguridad y protección, salud e higiene, infraestructura de transporte aéreo y terrestre, infraestructura turística, tecnología comunicacional, competitividad de precios, recursos humanos, naturales y culturales, y la priorización de viajes y turismo, arrojan resultados negativos para nuestro país. No podría ser de otro modo, considerando el proceso de destrucción progresiva, en lo material y en lo moral, durante los últimos catorce años.

Hace tres semanas conocí a una profesora francesa que las ha pasado canutas desde su llegada. Apenas pisó suelo venezolano, se dio cuenta de que su maleta ya no tenía el candado que le había puesto y le faltaban algunas pertenencias. Quiso alquilar un pequeño apartamento, y la agencia inmobiliaria le ofreció uno que estaba en pésimas condiciones, con colchones manchados por la humedad, paredes, ventanas y espejos rotos, cables colgando encima de la bañera, muebles asquerosos, un arrume de corotos en las esquinas y mucha suciedad en todas partes, nada menos que por treinta mil bolívares. Intentó abrir una cuenta bancaria, y le exigieron tantos requisitos que debió desistir. Quiso retirar dinero de un cajero electrónico con su tarjeta de débito francesa y, por supuesto, no pudo hacerlo. Cuando le expliqué el rollo del control de cambio, su expresión era de portada. Fue a una tienda de computación para que repararan una falla en su laptop, y en el proceso le volaron la data del equipo. Fue a una oficina de Ipostel a retirar una caja de libros que ella misma envió antes de partir hacia acá, y lo que apareció fue una bola de cartón envuelta en un kilómetro de cinta de embalaje, que no le entregaron porque, según el funcionario de Ipostel, no tenía remitente ni destinatario.

El viacrucis a Ipostel durante dos días seguidos, sin éxito aún, rebasó su capacidad de comprensión y su paciencia. La pobre mujer lloraba desesperada, sin poder entender qué sucede en este país, donde todo le ha resultado tan extremadamente complicado, donde las personas mienten sin que se les mueva un músculo de la cara, donde no se puede caminar de noche por las calles, ni llevar dinero en la cartera, ni cambiar 100 dólares en un banco.

El secreto mejor guardado del Caribe no es Venezuela y sus bellezas naturales, sus tradiciones, su gastronomía y su cultura, sino las cuentas en divisas extranjeras de un montón de gente bien enchufada en el régimen espurio, que además utiliza la Asamblea Nacional para imponer leyes que castigan la mala conducta de unos pocos, en vez de legislar para garantizar las libertades y los derechos de todos.

Este fin de semana, la francesa decide si se queda por el tiempo que pensaba estar aquí, o si coge sus macundales y se va.

15 agosto 2013

¿Qué hacer con la Asamblea Nacional?



La Asamblea Nacional venezolana es ahora cualquier cosa, menos un Parlamento. Allí no se celebran sesiones, sino ejecuciones a priori; no se desarrollan debates, sino peleas callejeras; no se legisla, sino que se insulta y ofende con adjetivos soeces, sin el mínimo respeto entre los propios diputados, muchísimo menos hacia los ciudadanos.

Observar los gestos violentos y escuchar los gritos destemplados de esa gente que, además de violar impunemente la Constitución, se comporta y habla como si estuviese en un burdel, lo que da es asco. Ningún venezolano decente puede sentirse representado por individuos de tan baja calaña, sin educación, sin modales, sin respeto y sin vergüenza. Tampoco por quienes se limitan a levantar un cartelito y guardan silencio para no rebajarse.

Lo que ocurre en ese sitio es culpa nuestra, enteramente nuestra, de cada uno de los electores que votamos por quienes hoy ocupan esas butacas, y me refiero a todos los diputados, a los del oficialismo y a los de la oposición. Nosotros los llevamos hasta allí, porque suponíamos que serían dignos representantes de nuestros derechos y que ejercerían cabalmente sus funciones. Es obvio que nos equivocamos.

En estas condiciones, no hay posibilidad alguna de diálogo, de discusión racional, de análisis serio, de debate político. No hay manera de lograr un consenso en medio de una refriega tan caldeada y salvaje, en la que se pierden los papeles, se vuelan los tapones y estalla la iracundia. En esa Asamblea Nacional donde predominan el odio, la intemperancia, la violencia, la arbitrariedad, se está haciendo trizas la política, se está destruyendo el último espacio que queda de la muy malograda democracia.

Hemos perdido las instituciones, hemos perdido todas las garantías de nuestro derecho al voto, hemos perdido nuestro derecho a la seguridad jurídica, hemos perdido nuestro derecho a manifestar libremente, y cada día perdemos los pocos pedazos que restan de otros derechos y libertades que son constantemente vulnerados.

Los acontecimientos en la Asamblea Nacional no son simples episodios pasajeros protagonizados por unos cuantos impresentables. Cuanto sucede allí es mucho más importante que una sentencia del Tribunal Supremo de Justicia, o que una decisión del Ejecutivo, porque lo que se hace y se dice dentro del hemiciclo, es también responsabilidad nuestra.

Ya en el extremo de lo imperdonable, nos toca a nosotros decidir si aceptamos un burdel por Asamblea, o si por fin la adecentamos…, o si cerramos la puerta y tiramos la llave al Güaire.

08 agosto 2013

Los políticos del sombrero mágico


Si hay un oficio difícil, exigente, comprometedor y serio, ese es el de hacer política. Hay que tener vocación de servicio para dedicarse a ello, y estar dispuesto a trabajar sin horario ni fecha en el calendario. Hay que tener ciertas condiciones físicas, psicológicas e intelectuales, pero sobre todo hay que sentir una inquietud incurable por la injusticia y un interés permanente en el prójimo. Dicho de otro modo, hay que obedecer al animal político que se lleva adentro.

La política como oficio es un arte. La palabra deriva de la expresión griega politiké techne, que significa el arte propio de los ciudadanos, el arte de vivir en sociedad y de intervenir activamente en las cosas relativas al Estado. Para los antiguos griegos, la virtud consistía en el interés y la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos.

Hoy en día, la palabra «virtud» tiene otras acepciones, y en la actividad política hay muchos aficionados y muy pocos artífices. Las consecuencias de que sean los aficionados los que marquen las pautas del quehacer político están a la vista. Una de ellas es haber suprimido los instrumentos más esenciales de este arte, como son el diálogo y el consenso.
 
No obstante, los aficionados se multiplican como conejos que saltan del sombrero de un mago. Tal es el caso de algunos candidatos del PSUV a las próximas elecciones municipales, quienes han desarrollado su talento en ámbitos muy distintos, incluso completamente ajenos, al escenario político. Son personas destacadas en sus respectivas áreas y se les reconoce por ello, pero hasta ahora no habían desvelado, al menos públicamente, ninguna preocupación por los problemas sociales, ni habían sometido a la consideración de la sociedad ninguna propuesta política. De hecho, uno de ellos ni siquiera se había tomado la molestia de inscribirse en el Registro Electoral hasta el año 2007, a los 33 años de edad, lo que da una idea de cuán poco le importa(ba) la política.

Si los aspirantes a cargos públicos no toman en serio la responsabilidad y el compromiso que implica ser Alcalde o Concejal de un municipio y si los electores no toman en serio el alcance de su decisión a la hora de ejercer el voto, unos y otros seguirán impulsando la antipolítica, que es la negación de la política como arte social de cívica convivencia y como oficio especializado en la ejecución de políticas públicas.