11 octubre 2007

Evo Morales, candidato al Oscar

Por José Brechner

Una imagen que difícilmente se borrará de la memoria colectiva, es aquella de la entrevista que Evo Morales concedió a Jorge Ramos después de ganar las elecciones. El flamante presidente se tornó agresivo con el periodista, cuando le cuestionó si considerar a Cuba como una democracia no era una hipocresía.

Morales se levantó abruptamente de su asiento en forma amenazante, tomando la pregunta como un insulto personal, y dijo “a mí nadie me dice hipócrita”. Tal vez habría que llamarlo impostor, farsante, simulador o comediante, aunque su parodia no es muy apreciada por la civilización pensante.

En la citada interviú, el cocalero se comportó como realmente es, sin libreto, vestuario ni maquillaje. De ahí en adelante recibió entrenamiento histriónico y sus apariciones ante el público extranjero fueron más medidas, mostrando a un Morales que aparenta ser un humilde y bondadoso campesino, víctima de los ultrajes del hombre occidental. Pocos toman en cuenta al verdadero Morales, acometiendo criminalmente contra los bolivianos opositores a su régimen, estrechando vínculos con los tiranos más duros del orbe. Factores que lo inhabilitan para recibir el premio Nobel de la Paz.

Debido a que Ahmadineyad le prometió 1.000 millones de dólares, que son muchos más que el millón y medio que otorga el Comité Nobel, Morales dijo en su última conferencia de prensa, hablando de sí mismo en tercera persona, emulando a César: “Por ejemplo, el tema del presidente de Irán. Nuestras relaciones son una muestra clara de que no está Evo Morales detrás del premio Nobel de la Paz”. La que es una de sus tantas mentiras, porque desde que se sentó en el trono, todas las agrupaciones indigenistas del continente, sumadas a incontables ONG, ex galardonados izquierdistas, y fundaciones financiadas por comunistas y socialistas, estuvieron trabajando incansablemente sobre el tema, pero con la inesperada visita del presidente iraní a Bolivia, parece que el plan se derrumbó.

"Con o sin el premio Nobel, igual vamos a seguir defendiendo a la gente que necesitamos defender internamente, externamente”, agregó el mandatario. El cocalero se cree tan grande que piensa que puede influir en otros países. Esta semana agredió gratuitamente al presidente Felipe Calderón de México, diciendo que su gobierno es legal pero no legítimo. Morales destacó que “busca hacer alianzas con presidentes, con movimientos sociales, para salvar al planeta tierra y cambiar el modelo económico que rige en el mundo porque hace tanto daño a la humanidad". Con su sabiduría y minucioso conocimiento de macroeconomía, debería transmitir su mensaje en China, Japón, Singapur y otras prósperas naciones del lejano oriente, para que cambien de rumbo a tiempo, explicándoles con detalle acerca del “daño” que produce el capitalismo.

También dijo: “Somos de la cultura de la paciencia, no del revanchismo”. Sus palabras además de falsas, son ofensivas para aquellos compatriotas que se convirtieron en blanco de los desmanes de su gobierno racista y autoritario. Llamar “cultura de la paciencia” a la sociedad primigenia más anárquica y violenta de América, que provocó más golpes de estado que ningún otro grupo humano, y desde que Morales es su líder, causó más muertes que cualquier gobierno democrático, no sólo es hipocresía, es vil descaro.

Su fingimiento nuevamente salió a flote, a ojos de todos, cuando lo televisaron en la Asamblea General de las Naciones Unidas y se expresó contrario a la carrera armamentista, diciendo: “yo entiendo que las armas son la industria de la guerra”. ¡Qué claridad y profundidad de pensamiento! Olvidó mencionar que su tutor Hugo Chávez, es el mayor inversor en material bélico de Latinoamérica, y que su socio Majmud Ahmadineyad sueña con destruir el planeta con bombas nucleares.

Morales fue a Nueva York como emisario del Demente Coronel y utilizó sus contados minutos en el podio de la ONU para hablar por su patrón, en vez de por su país, oponiéndose a los combustibles bioenergéticos, porque si Brasil empieza a exportar etanol, el delirante venezolano se quedaría sin mercado para su petróleo. Por un lado el campesino presidente habla como protector de la ecología y se muestra adverso al calentamiento global, y por otro se opone a la energía alternativa. Si eso no se llama hipocresía, se llama desfachatez. O tal vez tiene alguna denominación aceptable en su cultura, que excede a los conocimientos de la gente que sabe leer y escribir.

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