Por Marcos Carrillo Perera
Kyle McDonald es un joven desempleado canadiense que, en medio del ocio propio de su situación, tuvo una gran idea: el trueque. Decidió cambiar un clip rojo que vio sobre su mesa por cualquier otro objeto de mayor valor. El deleitable fin que perseguía con sus intercambios está claro en su blog: “obtener una casa o una isla, o una casa en una isla.”
Tal y como se lo propuso, un año más tarde había adquirido una casa en un pueblo llamado Kipling Saskatchewan, Canadá. Ahora es una pequeña celebridad que es frecuentemente invitado a programas de TV, escribió un libro sobre su travesía y la productora de Steven Spielberg piensa hacer una película sobre este hecho (El Nacional, 02 -09-2007).
Ese mismo día se publicó en el mismo periódico un reportaje sobre Urachiche, un pueblo del estado Yaracuy en el que el Gobierno Nacional pretende implantar el trueque como forma de comercio, lo cual ha hecho por órgano del Instituto Nacional de la Pequeña y Mediana Industria (Inapymi) y con la ayuda de la alcaldía de ese municipio. Se intenta impulsar un mercado en el que las monedas son unas fichas de cartón de vívidos colores llamadas Lionzas –en honor a la mujer sobre la danta-. Según se expone en el reportaje, para ingresar a lo que denominan “Grupo de Trueque Bolivariano” hay que hacer un curso de capacitación. Luego de aprobarlo, pueden participar en el mercado donde se consiguen frutas, desinfectantes caseros, tizana y hasta un mototaxista.
Los cambalaches en uno y otro caso tienen distinta naturaleza. El sociable desempleado no pretendía dar ejemplo alguno. Empezó una aventura personal que lo llevó a ocupar su tiempo viajando, conociendo gente y pasándola bien, así lo revelan sus fotos. Para ello utilizó Internet, la herramienta fundamental de la sociedad contemporánea, y la puso a trabajar, gratis, al servicio de sus intereses.
La experiencia de Urachiche es diferente. Es obra de un plan de un órgano gubernamental. Como tal, responde a una política pública que busca desarrollar esta forma de negocio en la sociedad. Más que producto del libre albedrío, se impone de fórmula tutelada por el estado, pues sólo después de la “capacitación” es que se puede ingresar en el sistema de intercambio, en el que el uso de Internet está descartado.
El caso del pueblo Yaracuyano, en lugar de parecerse a las peripecias del muchacho del clip, es una especie de réplica del sistema esclavista de la Venezuela del siglo XIX, en el que los tiranizados no tenían dinero sino fichas para adquirir productos en la finca donde trabajaban. En consecuencia, se fundamente en una relación de subordinación del individuo a los designios del estado-gobierno.
Kyle no pretendió evangelizar a nadie con su hazaña. Sólo sacó legítimo provecho de lo que tenía a la mano. Por el contrario, la implantación por vía gubernamental del sistema del trueque, pretende ser un paso para lograr la utopía socialista, en donde no haya dinero circulante sino canje de productos, como sucedía antes de Mesopotamia.
Es este empeño moralizador de quienes hoy gobiernan lo que está en la raíz de la diferencia entre ambos casos. El entorno político del trocador canadiense, le permite desarrollar la actividad lícita que mejor le parezca y lograr éxito en su peculiar visión de una empresa. El gobierno de este trópico desea imponer una ética de las relaciones comerciales que sólo conlleva al empobrecimiento de los ingenuos que caigan en la trampa, hasta que la concepción de la propiedad que desean imponernos nos obligue a obedecer los experimentos estatales.
El mercado de Urachiche no es una acción dirigida al crecimiento de sus peculiares “accionistas” sino que tiene por finalidad someterlos a los linderos que el estado disponga sobre sus conucos y fichas. El trueque que hoy disminuye económica y moralmente a esos humildes venezolanos no es el mismo que transformó un insignificante clip en una casa, tiene por finalidad exactamente lo contrario: evitar que sus participantes puedan comprar una casa.
PD: Cambio constitución a estrenar por clip rojo, rojito.
Kyle McDonald es un joven desempleado canadiense que, en medio del ocio propio de su situación, tuvo una gran idea: el trueque. Decidió cambiar un clip rojo que vio sobre su mesa por cualquier otro objeto de mayor valor. El deleitable fin que perseguía con sus intercambios está claro en su blog: “obtener una casa o una isla, o una casa en una isla.”
Tal y como se lo propuso, un año más tarde había adquirido una casa en un pueblo llamado Kipling Saskatchewan, Canadá. Ahora es una pequeña celebridad que es frecuentemente invitado a programas de TV, escribió un libro sobre su travesía y la productora de Steven Spielberg piensa hacer una película sobre este hecho (El Nacional, 02 -09-2007).
Ese mismo día se publicó en el mismo periódico un reportaje sobre Urachiche, un pueblo del estado Yaracuy en el que el Gobierno Nacional pretende implantar el trueque como forma de comercio, lo cual ha hecho por órgano del Instituto Nacional de la Pequeña y Mediana Industria (Inapymi) y con la ayuda de la alcaldía de ese municipio. Se intenta impulsar un mercado en el que las monedas son unas fichas de cartón de vívidos colores llamadas Lionzas –en honor a la mujer sobre la danta-. Según se expone en el reportaje, para ingresar a lo que denominan “Grupo de Trueque Bolivariano” hay que hacer un curso de capacitación. Luego de aprobarlo, pueden participar en el mercado donde se consiguen frutas, desinfectantes caseros, tizana y hasta un mototaxista.
Los cambalaches en uno y otro caso tienen distinta naturaleza. El sociable desempleado no pretendía dar ejemplo alguno. Empezó una aventura personal que lo llevó a ocupar su tiempo viajando, conociendo gente y pasándola bien, así lo revelan sus fotos. Para ello utilizó Internet, la herramienta fundamental de la sociedad contemporánea, y la puso a trabajar, gratis, al servicio de sus intereses.
La experiencia de Urachiche es diferente. Es obra de un plan de un órgano gubernamental. Como tal, responde a una política pública que busca desarrollar esta forma de negocio en la sociedad. Más que producto del libre albedrío, se impone de fórmula tutelada por el estado, pues sólo después de la “capacitación” es que se puede ingresar en el sistema de intercambio, en el que el uso de Internet está descartado.
El caso del pueblo Yaracuyano, en lugar de parecerse a las peripecias del muchacho del clip, es una especie de réplica del sistema esclavista de la Venezuela del siglo XIX, en el que los tiranizados no tenían dinero sino fichas para adquirir productos en la finca donde trabajaban. En consecuencia, se fundamente en una relación de subordinación del individuo a los designios del estado-gobierno.
Kyle no pretendió evangelizar a nadie con su hazaña. Sólo sacó legítimo provecho de lo que tenía a la mano. Por el contrario, la implantación por vía gubernamental del sistema del trueque, pretende ser un paso para lograr la utopía socialista, en donde no haya dinero circulante sino canje de productos, como sucedía antes de Mesopotamia.
Es este empeño moralizador de quienes hoy gobiernan lo que está en la raíz de la diferencia entre ambos casos. El entorno político del trocador canadiense, le permite desarrollar la actividad lícita que mejor le parezca y lograr éxito en su peculiar visión de una empresa. El gobierno de este trópico desea imponer una ética de las relaciones comerciales que sólo conlleva al empobrecimiento de los ingenuos que caigan en la trampa, hasta que la concepción de la propiedad que desean imponernos nos obligue a obedecer los experimentos estatales.
El mercado de Urachiche no es una acción dirigida al crecimiento de sus peculiares “accionistas” sino que tiene por finalidad someterlos a los linderos que el estado disponga sobre sus conucos y fichas. El trueque que hoy disminuye económica y moralmente a esos humildes venezolanos no es el mismo que transformó un insignificante clip en una casa, tiene por finalidad exactamente lo contrario: evitar que sus participantes puedan comprar una casa.
PD: Cambio constitución a estrenar por clip rojo, rojito.
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