Por Virginia Contreras
De ser ciertas las mediciones que de su gestión ha venido analizando meticulosamente el presidente de la República, hecho que lo ha llevado hasta al maltrato verbal a sus seguidores frente a las pantallas de televisión, lo último que podría ocurrírsele sería el proponernos una reforma constitucional. De más está decir que esos mismos números le han advertido respecto al rechazo mayoritario, incluyendo de su propia gente, respecto a conceptos tan importantes como la reelección indefinida o el cambio al sistema de gobierno socialista. ¿Pero qué misterio existirá para que Hugo Chávez se atreva a correr tamaño riesgo, a despecho de que su propuesta fuere contundentemente rechazada?
Uno muy sencillo: el perverso mecanismo electoral.
En efecto; tal y como quedó establecido por nuestro máximo Tribunal del país con ocasión de la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente de 1999 realizada por el mismo Hugo Chávez, las condiciones a aplicar para las Asambleas Constituyentes y los referenda, son las mismas que para los procesos eleccionarios. Esto es, un Consejo Nacional Electoral rojo-rojito; un Registro Electoral Permanente cuyo contenido nadie conoce, engrosado con dudosos ciudadanos cuyos documentos de identidad han sido obtenidos en procedimientos nada ortodoxos; un sistema de votación tan sofisticado que ni en los países más desarrollados ha sido adoptado oficialmente; ausencia de auditorias antes, durante y después del proceso; y todo esto con la participación de una empresa de computación escogida sin mayor procedimiento que el estiramiento del dedo que propició su contratación. Esto sin contar con que dada la avanzada tecnología aplicada, hasta el presente no existe Observador Electoral en el planeta capaz de supervisar medianamente dicho proceso; entre otras cosas porque su formación se basa en la verificación de los mecanismos tradicionales de las votaciones manuales. Esto último es lo que nos ha hecho ver por la OEA como unos locos de carretera cada vez que hemos denunciado a voz en cuello la existencia de un fraude, idea que evidentemente no comparten quienes se limitan a verificar que los Centros de Votación abrieron a las seis de la mañana y cerraron a las cuatro de la tarde; o que había mujeres embarazadas en las colas.
Por si esto fuera poco, hoy en día el proceso electoral posee un elemento contundente que garantiza “la eficiencia del sistema”: el manejo absoluto por parte del gobierno venezolano de la CANTV, empresa de telecomunicaciones del Estado encargada de la transmisión de los datos de las votaciones.
Bajo estos parámetros, y con los antecedentes por todos conocidos, todavía hay personas en Venezuela que estimulan a nuestros compatriotas a votar…
No somos psiquiatras para entender las razones del interés suicida de unos cuantos. Pero así como señala el adagio respecto a que “el camino del infierno está lleno de buenas intenciones”, las consecuencias de participar en dicho proceso son tan graves para todos los venezolanos, que a despecho de ser maldecidos por algunos detractores, preferimos el convertirnos en víctimas de tales sentimientos de una sola vez, que pasar toda la vida maldiciendo individualmente a quienes intentaron convencernos de lo inconvencible.
Es obvio que el no acudir a las urnas electorales sin chistar, podría ocasionar un efecto similar al de aceptar dicha reforma. Esto en virtud de que muy seguramente el gobierno se encargará de buscar bajo las piedras a cuanto eventual votante esté disponible, a cambio probablemente de alguna prebenda. De allí que, en ejercicio de esa “soberanía”, la cual reside intransferiblemente en el pueblo, quien la ejerce mediante el sufragio (Artículo 5.- Constitución Bolivariana) estemos obligados indefectiblemente a exigir a todos los poderes públicos, actualmente en manos del presidente de la República, el mínimo respeto a aquella. Este respeto se traduce en el restablecimiento de las condiciones indispensables que garanticen la voluntad popular, cualquiera que esta fuera. Si bien es cierto que dicha labor es algo más que Titánica; no es menos cierto que resulta vital, si consideramos que somos los ciudadanos los poseedores del poder originario. Somos nosotros quienes estamos en capacidad de regular y dirigir nuestro destino político como Nación y crear o vetar Constituciones; y en ningún caso nuestros gobernantes como lo pretende hacer ver el presidente de la República y su genuflexa Asamblea Nacional. Recuperadas esas condiciones, no habría excusa alguna para no participar en cualesquiera procesos electorales, por muy absurdos que éstos parecieran. Ese es el juego de la democracia; y ese es el riesgo de la libertad.
Toda acción o inacción produce consecuencias. Lo que hagamos o dejemos de hacer hoy será trascendental para nuestro futuro como Estado democrático y Nación soberana. Si las condiciones electorales son las actuales, violando con ello la Constitución y leyes electorales, podrán tener claro los venezolanos, que de insistir el gobierno nacional en imponernos su voluntad, nunca será igual dicha Constitución, adoptada bajo los gravísimos vicios señalados y en contra de un pueblo que se negó a convalidarlos, que una en donde todos confluyéramos en un único objetivo, como lo es el afianzar los valores democráticos hoy en extinción en Venezuela.
No es un problema de dedicarle largas horas de audiencia a discutir si nos gusta o no la propiedad comunitaria; o si nos encantaría salir del trabajo dos horas antes, o dormir una hora más. Ni siquiera el fondo del asunto es la reelección indefinida, abominable elemento que solo de pensar en la presencia de una misma persona en el poder hasta su muerte es suficientemente aterrador. Resulta incomprensible que gente de bien; importantes juristas y organizaciones políticas presenten a la consideración del público larguísimos análisis del contenido de una reforma, sin tomar en consideración como único punto el requisito fundamental de toda acción de gobierno, como lo es la necesidad ineludible de un organismo electoral competente para ello, sin vicios de ninguna naturaleza, y en base a un procedimiento estrictamente legal. Y se pregunta uno; ¿Será que la constitución del organismo electoral y todo el proceso antes señalado son poca cosa? ¿O es que los grandes analistas del país no son capaces de apreciar lo que el común de la gente si puede?
Desde el referéndum revocatorio para acá la oposición venezolana ha estado dando tumbos; entre otras cosas porque frente a la diversidad de opiniones, siempre triunfó la tesis de participar a toda costa en todos los procesos electorales, aún sin chance de ninguna especie. Todo esto basado en el principio de que “aún cuando el gobierno no es demócrata, nosotros si!”. Hubo quien creyó ingenuamente que frente a toda una política dirigida al fraude por el gobierno nacional, bastaba ir a votar en masa, para eliminar lo que ya estaba anunciado por decreto, como lo era el triunfo del presidente Chávez. Esto lo pudimos palpar fielmente en las pasadas elecciones de diciembre. Hoy en día vuelven a la carga las mismas personas, con los mismos argumentos, pretendiendo con esto confundir a la sociedad en su conjunto respecto a cuál es el punto más álgido de toda esta reforma, cuando ellos saben perfectamente que el aspecto vital, que le daría vida o mataría antes de nacer al proyecto presentado por el presidente de la República, no es el qué, sino el ¡QUIÉN Y EL CÓMO!
Por si esto fuera poco, algunos venezolanos de bien, dirigen el debate hacia todos los sectores de la población, incluyendo hacia hasta ahora nuestros impolutos estudiantes, al estudio de cada una de las propuestas, dejando a un traste a la única opción disponible que permitiría, o evitar la reforma, o negarle todo viso de juridicidad; como lo es el demostrar que bajo el proceso actual es imposible el respeto a la soberanía popular.
El dilema no puede plantearse sino en los términos en los cuales los venezolanos entiendan que hay un solo objetivo, y no muchas y diversas metas, como lo sería el estar analizando una a una cada una de las propuestas, de la misma manera como si nos diéramos a la tarea de discutir si preferiríamos morir en la ahorca o en la cámara de gas, o si la inyección de Cianuro es menos dolorosa.
La única arma que tenemos es pararnos en seco frente a quienes propugnan la reforma, no para discutirla, sino para vetarla hasta que las condiciones electorales cumplan con el mandato constitucional. ¿Que si esto es muy difícil de lograr a estas alturas? Puede ser; pero de darse esta batalla, y puede darse porque los venezolanos no somos peores que los Ecuatorianos; los Bolivianos; los Argentinos; o incluso los Centro Americanos, producto de cruentas guerras civiles, a pesar de que esa Constitución fuese aprobada por un puñado de incondicionales, pueden tener la seguridad que si es desenmascarada a tiempo, el mañana estará cerca. No dudemos de un pueblo que lucha, dudemos de un pueblo que se entrega.
“Si buscas resultados distintos,
no hagas siempre lo mismo”.
Albert Einstein
no hagas siempre lo mismo”.
Albert Einstein
De ser ciertas las mediciones que de su gestión ha venido analizando meticulosamente el presidente de la República, hecho que lo ha llevado hasta al maltrato verbal a sus seguidores frente a las pantallas de televisión, lo último que podría ocurrírsele sería el proponernos una reforma constitucional. De más está decir que esos mismos números le han advertido respecto al rechazo mayoritario, incluyendo de su propia gente, respecto a conceptos tan importantes como la reelección indefinida o el cambio al sistema de gobierno socialista. ¿Pero qué misterio existirá para que Hugo Chávez se atreva a correr tamaño riesgo, a despecho de que su propuesta fuere contundentemente rechazada?
Uno muy sencillo: el perverso mecanismo electoral.
En efecto; tal y como quedó establecido por nuestro máximo Tribunal del país con ocasión de la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente de 1999 realizada por el mismo Hugo Chávez, las condiciones a aplicar para las Asambleas Constituyentes y los referenda, son las mismas que para los procesos eleccionarios. Esto es, un Consejo Nacional Electoral rojo-rojito; un Registro Electoral Permanente cuyo contenido nadie conoce, engrosado con dudosos ciudadanos cuyos documentos de identidad han sido obtenidos en procedimientos nada ortodoxos; un sistema de votación tan sofisticado que ni en los países más desarrollados ha sido adoptado oficialmente; ausencia de auditorias antes, durante y después del proceso; y todo esto con la participación de una empresa de computación escogida sin mayor procedimiento que el estiramiento del dedo que propició su contratación. Esto sin contar con que dada la avanzada tecnología aplicada, hasta el presente no existe Observador Electoral en el planeta capaz de supervisar medianamente dicho proceso; entre otras cosas porque su formación se basa en la verificación de los mecanismos tradicionales de las votaciones manuales. Esto último es lo que nos ha hecho ver por la OEA como unos locos de carretera cada vez que hemos denunciado a voz en cuello la existencia de un fraude, idea que evidentemente no comparten quienes se limitan a verificar que los Centros de Votación abrieron a las seis de la mañana y cerraron a las cuatro de la tarde; o que había mujeres embarazadas en las colas.
Por si esto fuera poco, hoy en día el proceso electoral posee un elemento contundente que garantiza “la eficiencia del sistema”: el manejo absoluto por parte del gobierno venezolano de la CANTV, empresa de telecomunicaciones del Estado encargada de la transmisión de los datos de las votaciones.
Bajo estos parámetros, y con los antecedentes por todos conocidos, todavía hay personas en Venezuela que estimulan a nuestros compatriotas a votar…
No somos psiquiatras para entender las razones del interés suicida de unos cuantos. Pero así como señala el adagio respecto a que “el camino del infierno está lleno de buenas intenciones”, las consecuencias de participar en dicho proceso son tan graves para todos los venezolanos, que a despecho de ser maldecidos por algunos detractores, preferimos el convertirnos en víctimas de tales sentimientos de una sola vez, que pasar toda la vida maldiciendo individualmente a quienes intentaron convencernos de lo inconvencible.
Es obvio que el no acudir a las urnas electorales sin chistar, podría ocasionar un efecto similar al de aceptar dicha reforma. Esto en virtud de que muy seguramente el gobierno se encargará de buscar bajo las piedras a cuanto eventual votante esté disponible, a cambio probablemente de alguna prebenda. De allí que, en ejercicio de esa “soberanía”, la cual reside intransferiblemente en el pueblo, quien la ejerce mediante el sufragio (Artículo 5.- Constitución Bolivariana) estemos obligados indefectiblemente a exigir a todos los poderes públicos, actualmente en manos del presidente de la República, el mínimo respeto a aquella. Este respeto se traduce en el restablecimiento de las condiciones indispensables que garanticen la voluntad popular, cualquiera que esta fuera. Si bien es cierto que dicha labor es algo más que Titánica; no es menos cierto que resulta vital, si consideramos que somos los ciudadanos los poseedores del poder originario. Somos nosotros quienes estamos en capacidad de regular y dirigir nuestro destino político como Nación y crear o vetar Constituciones; y en ningún caso nuestros gobernantes como lo pretende hacer ver el presidente de la República y su genuflexa Asamblea Nacional. Recuperadas esas condiciones, no habría excusa alguna para no participar en cualesquiera procesos electorales, por muy absurdos que éstos parecieran. Ese es el juego de la democracia; y ese es el riesgo de la libertad.
Toda acción o inacción produce consecuencias. Lo que hagamos o dejemos de hacer hoy será trascendental para nuestro futuro como Estado democrático y Nación soberana. Si las condiciones electorales son las actuales, violando con ello la Constitución y leyes electorales, podrán tener claro los venezolanos, que de insistir el gobierno nacional en imponernos su voluntad, nunca será igual dicha Constitución, adoptada bajo los gravísimos vicios señalados y en contra de un pueblo que se negó a convalidarlos, que una en donde todos confluyéramos en un único objetivo, como lo es el afianzar los valores democráticos hoy en extinción en Venezuela.
No es un problema de dedicarle largas horas de audiencia a discutir si nos gusta o no la propiedad comunitaria; o si nos encantaría salir del trabajo dos horas antes, o dormir una hora más. Ni siquiera el fondo del asunto es la reelección indefinida, abominable elemento que solo de pensar en la presencia de una misma persona en el poder hasta su muerte es suficientemente aterrador. Resulta incomprensible que gente de bien; importantes juristas y organizaciones políticas presenten a la consideración del público larguísimos análisis del contenido de una reforma, sin tomar en consideración como único punto el requisito fundamental de toda acción de gobierno, como lo es la necesidad ineludible de un organismo electoral competente para ello, sin vicios de ninguna naturaleza, y en base a un procedimiento estrictamente legal. Y se pregunta uno; ¿Será que la constitución del organismo electoral y todo el proceso antes señalado son poca cosa? ¿O es que los grandes analistas del país no son capaces de apreciar lo que el común de la gente si puede?
Desde el referéndum revocatorio para acá la oposición venezolana ha estado dando tumbos; entre otras cosas porque frente a la diversidad de opiniones, siempre triunfó la tesis de participar a toda costa en todos los procesos electorales, aún sin chance de ninguna especie. Todo esto basado en el principio de que “aún cuando el gobierno no es demócrata, nosotros si!”. Hubo quien creyó ingenuamente que frente a toda una política dirigida al fraude por el gobierno nacional, bastaba ir a votar en masa, para eliminar lo que ya estaba anunciado por decreto, como lo era el triunfo del presidente Chávez. Esto lo pudimos palpar fielmente en las pasadas elecciones de diciembre. Hoy en día vuelven a la carga las mismas personas, con los mismos argumentos, pretendiendo con esto confundir a la sociedad en su conjunto respecto a cuál es el punto más álgido de toda esta reforma, cuando ellos saben perfectamente que el aspecto vital, que le daría vida o mataría antes de nacer al proyecto presentado por el presidente de la República, no es el qué, sino el ¡QUIÉN Y EL CÓMO!
Por si esto fuera poco, algunos venezolanos de bien, dirigen el debate hacia todos los sectores de la población, incluyendo hacia hasta ahora nuestros impolutos estudiantes, al estudio de cada una de las propuestas, dejando a un traste a la única opción disponible que permitiría, o evitar la reforma, o negarle todo viso de juridicidad; como lo es el demostrar que bajo el proceso actual es imposible el respeto a la soberanía popular.
El dilema no puede plantearse sino en los términos en los cuales los venezolanos entiendan que hay un solo objetivo, y no muchas y diversas metas, como lo sería el estar analizando una a una cada una de las propuestas, de la misma manera como si nos diéramos a la tarea de discutir si preferiríamos morir en la ahorca o en la cámara de gas, o si la inyección de Cianuro es menos dolorosa.
La única arma que tenemos es pararnos en seco frente a quienes propugnan la reforma, no para discutirla, sino para vetarla hasta que las condiciones electorales cumplan con el mandato constitucional. ¿Que si esto es muy difícil de lograr a estas alturas? Puede ser; pero de darse esta batalla, y puede darse porque los venezolanos no somos peores que los Ecuatorianos; los Bolivianos; los Argentinos; o incluso los Centro Americanos, producto de cruentas guerras civiles, a pesar de que esa Constitución fuese aprobada por un puñado de incondicionales, pueden tener la seguridad que si es desenmascarada a tiempo, el mañana estará cerca. No dudemos de un pueblo que lucha, dudemos de un pueblo que se entrega.
Cortesía de Edgardo Méndez.
Fuente: Siete Días Venezuela
Fuente: Siete Días Venezuela
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