Por Teódulo López Meléndez
Decir que esta semana que terminó fue gris es casi volver a escribir el artículo del lunes pasado. Lo fue, porque los estudiantes dieron un espectáculo bochornoso en la Plaza de La Candelaria, porque el grueso insurrecto materializó su llamado a la insurrección interponiendo una demanda contra la reforma constitucional ante el Tribunal Supremo de Justicia (vaya insurrección) y porque las encuestas demuestran que se ha acortado la ventaja del No sobre el Si.
Sobre el comportamiento de estas figuras públicas sólo caben expresiones desdeñosas. Sobre la recuperación del gobierno con su proyecto las razones son obvias: el inmenso abuso comunicacional oficial, pero acompañado de las contradicciones más rampantes por parte de esto que llaman oposición, una de las palabras más desprestigiadas de la Venezuela actual. Siguen inventando, ahora cosas como la votación manual olvidando que en regímenes autoritarios no hay negociación posible para obtener concesiones, que se toma o se deja, como en los tiempos de las elecciones perezjimenistas. En lugar de dedicarse a la tarea pedagógica estos opositores siguen sacando conejos del sombrero del prestidigitador. Es obvio que si el porcentaje de gente que desconoce el proyecto es altísimo, pues la obligación es llegar a explicárselos para que se den cuenta de la magnitud del desafío. Si en lugar de ello se visten para aparecer en el escenario no hay lugar a dudas que el proyecto seguirá avanzando, especialmente si Chávez lo convierte en una elección personal. Por su parte la extrema sifrina da una colaboración estupenda al gobierno, con sus imbecilidades acusatorias de “oposición colaboracionista”, de “vendidos al régimen” y cuanta sandez se les ocurre para defender un abstencionismo que nos puede llevar a la pérdida final de la república.
Ahora mismo las cosas están difíciles electoralmente. Si seguimos así el resultado va a ser parejo. Si los de la extrema sifrina consiguen mantener, aunque sea un pequeño porcentaje de abstencionistas, pues la reforma pasará. Si el resultado es parejo tendrá, de todas maneras consecuencias serias, pero el que no quiere ver es como el ciego.
El asunto, sin embargo, es más profundo y atañe quizás hasta la genética de los venezolanos. No nos preguntemos desde el inicio, esto es, porqué los venezolanos eligen para presidente a un teniente coronel golpista. Limitemos las preguntas al ahora, al presente: frente a los desvaríos, mentiras reiteradas, ineficacia, abusos y trapacerías de este gobierno aún se mantiene un alto porcentaje de aceptación. Frente a la pretensión de convertir el proceso educativo en un proceso de ideologización en reversa sólo se produce una tímida reacción. Frente al planteamiento de una reelección presidencial continua un alto porcentaje de compatriotas responde ingenuamente que mientras no sea por la vía dictatorial es aceptable.
La pregunta va sobre estos “dirigentes” absolutamente payasos y cuyas payaserías son tragadas con absoluta displicencia. La pregunta versa sobre que clase de sociedad es esta que acepta la mentira como norma en las declaraciones de los líderes de ambos bandos, que se entusiasma con los planteamientos más estrambóticos y que son negados por el mismo comportamiento de los proponentes. Como me gusta hablar con la gente pregunto aquí y allá y la respuesta que encuentro es que este aire gris que me he dado en describir es el propio de las dictaduras, uno donde la gente piensa que si no se mete en política nada le pasará. Puedo aceptar parcialmente esa respuesta, pero la mediocridad de quienes hacen vida pública no tiene una. Recuerdo los dirigentes estudiantiles de mi época, recuerdo a buena parte de los parlamentarios de otros tiempos y oigo y miro a esto que tenemos hoy y me pregunto sobre este proceso gigantesco de involución. Otra gente me hace mirar los autos que circulan y me llama la atención sobre la presencia de miles de ellos destartalados (al lado de los nuevos de la bonanza revolucionaria) y me señala que así está el país, como en los años 50.
No basta enumerar causas, como el fracaso del proceso educativo, ni volver a explicar que el caudillo exterminó a una generación de su partido o que lo mejor de la juventud de izquierdas fue destruido por ese error trágico de la guerrilla de los años 60. Hay algo más profundo escondido en esa multitud que uno encuentra en el Metro o en esa clase media que repite los absurdos más grandes. Lo único que uno piensa es que esta mediocridad que nos acogota es que se disolvieron los lazos que nos unían como nación. El bueno de Rousseau diría que este contrato social venezolano fue roto y echado a la basura.
Lo que vivimos es un proceso de disolución. Ese brote de carajitos extremistas que repiten como loros la cartilla llena de barbaridades, ese grupo de carajitos que no saben ejecutar una política de defensa de los derechos civiles para disolverse en juego de barajitas, esos “dirigentes” que recurren a la verborrea adornada de guirnaldas para enseñar los dientes en procura de alzarse con el botín, esos funcionarios públicos que mienten con impudicia y estulticia, esos “políticos” absolutamente ignorantes y faltos de criterio que hemos parido, todos ellos, todo este cuadro lamentable que es la Venezuela de hoy, lo que indica, comprueba, deja por establecido, es que éramos una nación pegada con saliva. Los lazos vinculantes eran frágiles, los vasos comunicantes eran falsificaciones, los hilos que nos ataban unos a otros estaban podridos.
La única posibilidad de salvar esto que todavía llamamos Venezuela, más allá de la circunstancia política, es rehacer los vínculos comunes, ofrecer un proyecto renovado de nación, reencontrar un planteamiento que renueve este contrato social (no sacando de la basura uno que está roto). Como nunca se requiere un proyecto de país. El que nos ofrece el teniente coronel es el de la disolución nacional. Hay que fabricar, inventar, idear, uno de reconstrucción nacional. No obstante, vemos como el pensamiento se limita a las especulaciones grotescas, como se nos dice que este no es momento de andar construyendo idearios, como nos encontramos con un profundo vacío existencial que nos convierte propia y exactamente en un campamento de mineros.
La única diferencia con el pasado reciente es que esta vez este país que ha sido sólo considerado como botín pretende ser convertido en un botín para siempre. Mucho me temo que deberé comenzar muchas columnas hablando de lo gris que fue la semana que apenas termina.
Decir que esta semana que terminó fue gris es casi volver a escribir el artículo del lunes pasado. Lo fue, porque los estudiantes dieron un espectáculo bochornoso en la Plaza de La Candelaria, porque el grueso insurrecto materializó su llamado a la insurrección interponiendo una demanda contra la reforma constitucional ante el Tribunal Supremo de Justicia (vaya insurrección) y porque las encuestas demuestran que se ha acortado la ventaja del No sobre el Si.
Sobre el comportamiento de estas figuras públicas sólo caben expresiones desdeñosas. Sobre la recuperación del gobierno con su proyecto las razones son obvias: el inmenso abuso comunicacional oficial, pero acompañado de las contradicciones más rampantes por parte de esto que llaman oposición, una de las palabras más desprestigiadas de la Venezuela actual. Siguen inventando, ahora cosas como la votación manual olvidando que en regímenes autoritarios no hay negociación posible para obtener concesiones, que se toma o se deja, como en los tiempos de las elecciones perezjimenistas. En lugar de dedicarse a la tarea pedagógica estos opositores siguen sacando conejos del sombrero del prestidigitador. Es obvio que si el porcentaje de gente que desconoce el proyecto es altísimo, pues la obligación es llegar a explicárselos para que se den cuenta de la magnitud del desafío. Si en lugar de ello se visten para aparecer en el escenario no hay lugar a dudas que el proyecto seguirá avanzando, especialmente si Chávez lo convierte en una elección personal. Por su parte la extrema sifrina da una colaboración estupenda al gobierno, con sus imbecilidades acusatorias de “oposición colaboracionista”, de “vendidos al régimen” y cuanta sandez se les ocurre para defender un abstencionismo que nos puede llevar a la pérdida final de la república.
Ahora mismo las cosas están difíciles electoralmente. Si seguimos así el resultado va a ser parejo. Si los de la extrema sifrina consiguen mantener, aunque sea un pequeño porcentaje de abstencionistas, pues la reforma pasará. Si el resultado es parejo tendrá, de todas maneras consecuencias serias, pero el que no quiere ver es como el ciego.
El asunto, sin embargo, es más profundo y atañe quizás hasta la genética de los venezolanos. No nos preguntemos desde el inicio, esto es, porqué los venezolanos eligen para presidente a un teniente coronel golpista. Limitemos las preguntas al ahora, al presente: frente a los desvaríos, mentiras reiteradas, ineficacia, abusos y trapacerías de este gobierno aún se mantiene un alto porcentaje de aceptación. Frente a la pretensión de convertir el proceso educativo en un proceso de ideologización en reversa sólo se produce una tímida reacción. Frente al planteamiento de una reelección presidencial continua un alto porcentaje de compatriotas responde ingenuamente que mientras no sea por la vía dictatorial es aceptable.
La pregunta va sobre estos “dirigentes” absolutamente payasos y cuyas payaserías son tragadas con absoluta displicencia. La pregunta versa sobre que clase de sociedad es esta que acepta la mentira como norma en las declaraciones de los líderes de ambos bandos, que se entusiasma con los planteamientos más estrambóticos y que son negados por el mismo comportamiento de los proponentes. Como me gusta hablar con la gente pregunto aquí y allá y la respuesta que encuentro es que este aire gris que me he dado en describir es el propio de las dictaduras, uno donde la gente piensa que si no se mete en política nada le pasará. Puedo aceptar parcialmente esa respuesta, pero la mediocridad de quienes hacen vida pública no tiene una. Recuerdo los dirigentes estudiantiles de mi época, recuerdo a buena parte de los parlamentarios de otros tiempos y oigo y miro a esto que tenemos hoy y me pregunto sobre este proceso gigantesco de involución. Otra gente me hace mirar los autos que circulan y me llama la atención sobre la presencia de miles de ellos destartalados (al lado de los nuevos de la bonanza revolucionaria) y me señala que así está el país, como en los años 50.
No basta enumerar causas, como el fracaso del proceso educativo, ni volver a explicar que el caudillo exterminó a una generación de su partido o que lo mejor de la juventud de izquierdas fue destruido por ese error trágico de la guerrilla de los años 60. Hay algo más profundo escondido en esa multitud que uno encuentra en el Metro o en esa clase media que repite los absurdos más grandes. Lo único que uno piensa es que esta mediocridad que nos acogota es que se disolvieron los lazos que nos unían como nación. El bueno de Rousseau diría que este contrato social venezolano fue roto y echado a la basura.
Lo que vivimos es un proceso de disolución. Ese brote de carajitos extremistas que repiten como loros la cartilla llena de barbaridades, ese grupo de carajitos que no saben ejecutar una política de defensa de los derechos civiles para disolverse en juego de barajitas, esos “dirigentes” que recurren a la verborrea adornada de guirnaldas para enseñar los dientes en procura de alzarse con el botín, esos funcionarios públicos que mienten con impudicia y estulticia, esos “políticos” absolutamente ignorantes y faltos de criterio que hemos parido, todos ellos, todo este cuadro lamentable que es la Venezuela de hoy, lo que indica, comprueba, deja por establecido, es que éramos una nación pegada con saliva. Los lazos vinculantes eran frágiles, los vasos comunicantes eran falsificaciones, los hilos que nos ataban unos a otros estaban podridos.
La única posibilidad de salvar esto que todavía llamamos Venezuela, más allá de la circunstancia política, es rehacer los vínculos comunes, ofrecer un proyecto renovado de nación, reencontrar un planteamiento que renueve este contrato social (no sacando de la basura uno que está roto). Como nunca se requiere un proyecto de país. El que nos ofrece el teniente coronel es el de la disolución nacional. Hay que fabricar, inventar, idear, uno de reconstrucción nacional. No obstante, vemos como el pensamiento se limita a las especulaciones grotescas, como se nos dice que este no es momento de andar construyendo idearios, como nos encontramos con un profundo vacío existencial que nos convierte propia y exactamente en un campamento de mineros.
La única diferencia con el pasado reciente es que esta vez este país que ha sido sólo considerado como botín pretende ser convertido en un botín para siempre. Mucho me temo que deberé comenzar muchas columnas hablando de lo gris que fue la semana que apenas termina.
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