Por Emilio Urbina Mendoza
El proyecto de reforma constitucional, que hasta el momento ha sido aprobado en segunda discusión por la Asamblea Nacional, amén de congraciar formas y estructuras ajenas a la tradición política venezolana, exalta al socialismo como categoría absoluta y abstracta muy cercana al Santo Grial que copó la atención de los cruzados en la Edad Media.
En los 33 artículos de la propuesta presidencial, la alusión directa al socialismo termina por revertir la historia constitucional patria en las fronteras donde la razón parece cruzarse con la noche de los tiempos. Del referente libertario presente desde 1811 y materializado en diversos modelos (vgr. socialdemocracia de 1947 o 1961), pretende Chávez cambiarnos al eje central de un socialismo con sabor foráneo, como si éste último fuera la salvación ante décadas enteras de presencia grotesca del Estado venezolano en nuestras vidas.
En pocas palabras, la reforma de 2007 busca sincerar la perversa inclinación del mayoritario imaginario venezolano que aplaude la existencia de un gran gobierno como la solución a todos nuestros males. Lamentablemente lo ideal es al revés. La principal fuente de nuestros problemas los origina el Estado y su intervencionismo.
Asumiendo esta idea de un tropicalizado Estado-providencial-paternal, ahora forjado nada menos que de las fraguas constitucionales, brilla por su ausencia un debate formal sobre ese socialismo que abiertamente desea ingresar en los predios de la Constitución. Desde la ventana oficialista, sólo han hablado los marxistas, presentándonos a ese "Socialismo del siglo XXI" como una reedición de los trabajos: Der Bürgerkrieg in Frankreich de Marx y Engels. Un total dislate tanto metodológico como histórico, que incluso, debería preocupar a Heinz Dieterich.
Por el otro lado, la oposición, ha manifestado su legítimo derecho a disentir sobre esta absurda imposición ideológica. Sin embargo, tampoco ha dado una argumentación sólida sobre los contenidos característicos del socialismo, pues, si en los años 40 del siglo XX el profesor Ludwig Von Mises contabilizó diez categorías de socialismos (Vid. Socialism: An Economic and Sociological Analysis); habría que determinar las versiones ensayadas hasta 1991 cuando se desplomó la Unión Soviética. En ambos frentes, como se aprecia, la batalla parece encerrarse en temas nada sustanciales, mientras, se alumbra una Constitución roja rojita que seguramente fungirá como fetiche para predicar una fidelidad casi talmúdica para con la revolución bolivariana.
Urge un encuentro de alto rango entre los expertos académicos venezolanos que hayan tratado objetivamente la historia ideológica. Nos preocupa que se integre a nivel constitucional un determinado modelo socialista que no responda a sus códigos genéticos originales, o bien, ratifique esa esencia antidemocrática que barrió la libertad de sociedades enteras en nombre de un colectivo inexistente. Es necesario que este encuentro, facilitado por las universidades nacionales, mantenga el mismo tenor que la histórica reunión de Budapest (1986) auspiciada en ese entonces por la Secretaría Vaticana para los No-creyentes y la Academia húngara de ciencias. Allí, tanto filósofos marxistas como cristianos debatieron a fondo sobre el socialismo y sus valores, de cara a un futuro donde la confrontación no destruya la esencia misma del ser humano: su libertad y dignidad.
El proyecto de reforma constitucional, que hasta el momento ha sido aprobado en segunda discusión por la Asamblea Nacional, amén de congraciar formas y estructuras ajenas a la tradición política venezolana, exalta al socialismo como categoría absoluta y abstracta muy cercana al Santo Grial que copó la atención de los cruzados en la Edad Media.
En los 33 artículos de la propuesta presidencial, la alusión directa al socialismo termina por revertir la historia constitucional patria en las fronteras donde la razón parece cruzarse con la noche de los tiempos. Del referente libertario presente desde 1811 y materializado en diversos modelos (vgr. socialdemocracia de 1947 o 1961), pretende Chávez cambiarnos al eje central de un socialismo con sabor foráneo, como si éste último fuera la salvación ante décadas enteras de presencia grotesca del Estado venezolano en nuestras vidas.
En pocas palabras, la reforma de 2007 busca sincerar la perversa inclinación del mayoritario imaginario venezolano que aplaude la existencia de un gran gobierno como la solución a todos nuestros males. Lamentablemente lo ideal es al revés. La principal fuente de nuestros problemas los origina el Estado y su intervencionismo.
Asumiendo esta idea de un tropicalizado Estado-providencial-paternal, ahora forjado nada menos que de las fraguas constitucionales, brilla por su ausencia un debate formal sobre ese socialismo que abiertamente desea ingresar en los predios de la Constitución. Desde la ventana oficialista, sólo han hablado los marxistas, presentándonos a ese "Socialismo del siglo XXI" como una reedición de los trabajos: Der Bürgerkrieg in Frankreich de Marx y Engels. Un total dislate tanto metodológico como histórico, que incluso, debería preocupar a Heinz Dieterich.
Por el otro lado, la oposición, ha manifestado su legítimo derecho a disentir sobre esta absurda imposición ideológica. Sin embargo, tampoco ha dado una argumentación sólida sobre los contenidos característicos del socialismo, pues, si en los años 40 del siglo XX el profesor Ludwig Von Mises contabilizó diez categorías de socialismos (Vid. Socialism: An Economic and Sociological Analysis); habría que determinar las versiones ensayadas hasta 1991 cuando se desplomó la Unión Soviética. En ambos frentes, como se aprecia, la batalla parece encerrarse en temas nada sustanciales, mientras, se alumbra una Constitución roja rojita que seguramente fungirá como fetiche para predicar una fidelidad casi talmúdica para con la revolución bolivariana.
Urge un encuentro de alto rango entre los expertos académicos venezolanos que hayan tratado objetivamente la historia ideológica. Nos preocupa que se integre a nivel constitucional un determinado modelo socialista que no responda a sus códigos genéticos originales, o bien, ratifique esa esencia antidemocrática que barrió la libertad de sociedades enteras en nombre de un colectivo inexistente. Es necesario que este encuentro, facilitado por las universidades nacionales, mantenga el mismo tenor que la histórica reunión de Budapest (1986) auspiciada en ese entonces por la Secretaría Vaticana para los No-creyentes y la Academia húngara de ciencias. Allí, tanto filósofos marxistas como cristianos debatieron a fondo sobre el socialismo y sus valores, de cara a un futuro donde la confrontación no destruya la esencia misma del ser humano: su libertad y dignidad.
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