Por Olivia Biasini
Doña Bárbara es el manual de vida de este país, que desde una perspectiva literaria nos habla de la Venezuela profunda que ha sobrevivido hasta llegar al actual régimen que no llamo democracia, por no insultar a los demócratas.
La obra en cuestión retrata dos naturalezas que conviven en Venezuela, el Juan Primito y los Mujiquitas que pululan alrededor del poder, medrando a través de él y sosteniéndolo al mismo tiempo, en una simbiosis admirable que demuestra cada vez mayor sofisticación y calidad de ejecución.
Mujiquita pertenece al clan de los letrados, no sin razón somos el país con mayor número de abogados en América Latina. Su función es, en primer lugar, justificar cualquier acción que venga del poder por medio de argumentos de tipo jurídico y, en segunda instancia, inventar leyes que permitan al poder hacer lo que le de la gana. Usted enciende el único canal de televisión que hay en Venezuela, en todos los canales por donde se emite la propaganda oficial, y allí de inmediato, aparece Mujiquita.
Mujiquita le dice que lo de la maleta es un delito argentino, aunque los actores, la maleta y el dinero son venezolanos; otro comenta alborozado que ahora hay menos corrupción, pero que hay más denuncias; un tercero comenta que no se puede votar por separado las propuestas de la Constitución, sino que deben ir en bloque el gamelote con la sustancia; otra, que las hay mujeres, dice que el conuco es la propiedad por excelencia, capaz de aumentar la productividad agrícola en un cien por ciento.
Un connotado miembro de este clan nos dice que la democracia venezolana está más fuerte que nunca, porque ellos se han encerrado en secreto para recibir de la directa inspiración de Chávez el nuevo documento constitucional que todo el pueblo venezolano debe aclamar, porque el adorado líder sabe lo que nos conviene a todos, sin advertirnos que son los miembros del clan los que han hecho el instrumento jurídico con los huecos y las trampas necesarias para que le quede a la medida de las aspiraciones del supremo, de ser el nuevo Gómez que el país necesita.
¿Que los jerarcas del régimen quieren robarse unos reales? Allí está Mujiquita transportando la maleta, armando las trampas legales, trasmitiendo la propiedad robada, y si el caso es encarcelar a un enemigo molesto, se arma el caso penal con toda diligencia, si se necesita una constitución, se sacan tres de la manga para que el sátrapa elija.
Juan Primito, por su parte, vive con los ojos puestos en el gobierno, tiene que descifrar sus intenciones porque de eso depende que pueda comer mañana, hacer la casita o el rancho que necesita, comprar protección policial para que no lo metan preso, ni le decomisen la mercancía que vende por las calles a falta de un buen empleo, contar con las medicinas para que no se le muera la mujer, o si se muere, que pueda enterrarla con dignidad.
Esa necesidad visceral de Juan Primito lo obliga a hacer todas las indignidades que el poder le ordena para finalmente prometerle que le librará de sus infortunios, así que, si es necesario, se viste de blanco, que es rojo, pues ahí vamos, que se tiene que inscribir en el partido, pues ya está hecho, que tiene que darle unos golpes a los alborotadores, pues con repugnancia, porque de general es pacífico, lo hace porque la necesidad engendra la locura. Juan sobrevive en su necesidad y Mujiquita se prostituye y enriquece a la sombra del poder.
Yo prefiero a Juan Primito, porque de vez en cuando sale de sus vísceras y le da una lección fulminante al poder, Mujiquita me da náuseas porque es un azote público.
Doña Bárbara es el manual de vida de este país, que desde una perspectiva literaria nos habla de la Venezuela profunda que ha sobrevivido hasta llegar al actual régimen que no llamo democracia, por no insultar a los demócratas.
La obra en cuestión retrata dos naturalezas que conviven en Venezuela, el Juan Primito y los Mujiquitas que pululan alrededor del poder, medrando a través de él y sosteniéndolo al mismo tiempo, en una simbiosis admirable que demuestra cada vez mayor sofisticación y calidad de ejecución.
Mujiquita pertenece al clan de los letrados, no sin razón somos el país con mayor número de abogados en América Latina. Su función es, en primer lugar, justificar cualquier acción que venga del poder por medio de argumentos de tipo jurídico y, en segunda instancia, inventar leyes que permitan al poder hacer lo que le de la gana. Usted enciende el único canal de televisión que hay en Venezuela, en todos los canales por donde se emite la propaganda oficial, y allí de inmediato, aparece Mujiquita.
Mujiquita le dice que lo de la maleta es un delito argentino, aunque los actores, la maleta y el dinero son venezolanos; otro comenta alborozado que ahora hay menos corrupción, pero que hay más denuncias; un tercero comenta que no se puede votar por separado las propuestas de la Constitución, sino que deben ir en bloque el gamelote con la sustancia; otra, que las hay mujeres, dice que el conuco es la propiedad por excelencia, capaz de aumentar la productividad agrícola en un cien por ciento.
Un connotado miembro de este clan nos dice que la democracia venezolana está más fuerte que nunca, porque ellos se han encerrado en secreto para recibir de la directa inspiración de Chávez el nuevo documento constitucional que todo el pueblo venezolano debe aclamar, porque el adorado líder sabe lo que nos conviene a todos, sin advertirnos que son los miembros del clan los que han hecho el instrumento jurídico con los huecos y las trampas necesarias para que le quede a la medida de las aspiraciones del supremo, de ser el nuevo Gómez que el país necesita.
¿Que los jerarcas del régimen quieren robarse unos reales? Allí está Mujiquita transportando la maleta, armando las trampas legales, trasmitiendo la propiedad robada, y si el caso es encarcelar a un enemigo molesto, se arma el caso penal con toda diligencia, si se necesita una constitución, se sacan tres de la manga para que el sátrapa elija.
Juan Primito, por su parte, vive con los ojos puestos en el gobierno, tiene que descifrar sus intenciones porque de eso depende que pueda comer mañana, hacer la casita o el rancho que necesita, comprar protección policial para que no lo metan preso, ni le decomisen la mercancía que vende por las calles a falta de un buen empleo, contar con las medicinas para que no se le muera la mujer, o si se muere, que pueda enterrarla con dignidad.
Esa necesidad visceral de Juan Primito lo obliga a hacer todas las indignidades que el poder le ordena para finalmente prometerle que le librará de sus infortunios, así que, si es necesario, se viste de blanco, que es rojo, pues ahí vamos, que se tiene que inscribir en el partido, pues ya está hecho, que tiene que darle unos golpes a los alborotadores, pues con repugnancia, porque de general es pacífico, lo hace porque la necesidad engendra la locura. Juan sobrevive en su necesidad y Mujiquita se prostituye y enriquece a la sombra del poder.
Yo prefiero a Juan Primito, porque de vez en cuando sale de sus vísceras y le da una lección fulminante al poder, Mujiquita me da náuseas porque es un azote público.
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