Por Teódulo López Meléndez
Este país cansa. Este país harta. Por si no bastara la verborrea oficial –desatada, impúdica, contradictoria, mediocre- , henos aquí con el lenguaje de los opinadores –mediocre, contradictorio, impúdico, desatado- que azota a los pobres lectores con un mar de galimatías, de floridos esfuerzos iniciáticos, de intentos “artísticos” por hacerse con la frase interesante, con el planteamiento que nadie ha hecho, con una originalidad que no logran por la muy sencilla razón de que toda la complejidad del problema venezolano actual es extremadamente simple.
Frases revolcadas y eméritas nos hacen saber que la O es redonda pero puede ser cuadrada. Afirmaciones tajantes nos hablan sobre la “aprobación que el CNE dará a la reforma constitucional”. Insólitas volteretas nos dicen que con la “Operación Desierto Electoral” el gobierno caerá. El aspirante a líder nos llama a la insurrección y la insurrección –uno imagina- consistirá en ponerse a dieta. No se les entiende, no se les puede leer sin un esfuerzo de represión de movimientos incontrolados de los intestinos. Las lenguas andan sueltas en onomatopeya con un bandada de loros, hacen un ruido infernal que nada significa a no ser confusión, enredo, desviación del tema central, todo en medio de un inmenso pasticcio donde se mezclan los sesudos constitucionalistas, los conspiradores de botiquín, los innovadores de la opinión que consiguen la quinta pata del gato después de denodados esfuerzos.
Este país es un desastre, para decirlo con más precisión, este país es un bochinche. Se juega con el criterio de la gente, se procura –seguramente de manera inconsciente, pero igualmente dañina- ganar la atención a punta de zumo de cerebro, cuando la escasez es tan manifiesta como la de las naranjas, los huevos o la leche. Parecemos una jaula de pericos en competencia por lograr el decibel más alto y alzarse con un liderazgo fantasmal. Estos personajes que lanzan peripatéticos “conceptos”, amenazas galopantes de revueltas inventadas, me recuerdan el viejo adagio “arrancada de caballo andaluz y parada de burro manchego”.
El oficio de opinar sobre una situación específica se ejerce desde el respeto. Se dice la propia opinión y se explaya el criterio propio partiendo de la base de que el lector es autónomo y que uno apenas contribuye a suministrarle elementos para que se haga su propia idea. Cuando se lanzan cohetes paranoicos, luces de bengala mañosas, tesis descabelladas, se induce a la confusión, al desacierto, a la destrucción de la opinión pública naciente sobre el asunto específico que está sobre el tapete.
La semana que acaba de terminar ha sido particularmente gris. Desde el gran sancocho que han armado sobre el nuevo pensum escolar hasta las declaraciones induciendo a violar la reforma aún no aprobada con eso de que “trabajen ocho horas diarias y cuatro el viernes”. Desde la “caída del gobierno con la `Operación Desierto Electoral” hasta las insurrecciones que sólo existen en la imaginación de los desbocados, pasando por la catarata de impropiedades creadoras de confusión. Esta semana se ha avanzado poco en la única tarea real que tenemos por delante, la de la acción pedagógica, pues resulta absolutamente inadmisible que un altísimo porcentaje de la población aún diga que desconoce los planteamientos de la reforma constitucional.
La semana que acaba de terminar ha sido particularmente fastidiosa. Desde los abusos de las cadenas diarias hasta el aumento de la perplejidad en buena parte de la población. La semana que acaba de terminar es una muestra patética de lo que he llamado tiempo “de cuando los engranajes se trancaron”. El país anda alelado, pusilánime, harto, exhausto. Aún así las encuestas hablan con números precisos: la abstención se redujo a un 26 por ciento, el No está un diez por ciento por sobre el Sí, pero si los abstencionistas se mantienen en ese número la reforma será aprobada.
No hay una acción coherente. Lo único que se les ha ocurrido es esperar. Aún con el mayor ejercicio de paciencia y alargando a límites prohibitivos la comprensión y la tolerancia, hay opiniones que lo hacen a uno hablar de galimatías, de pretensiones absurdas de originalidad, de cansancio ante tanto desparpajo, de irritación mayor ante el abuso y de la desenvoltura de la discordancia. Esto es un horror. Este país tiene que arrancar la página de este libreto malsano y exigir nuevas voces y las nuevas voces tienen que hacerse oír, dejando de lado el desgano y la abulia.
Tenemos una especie de invasión de los bárbaros. El país debe sacudirse de esta modorra inducida por los conspiradores de botiquín, por los opinadores desquiciados, por los pésimos ejecutantes del oficio de darle a la gente los elementos para que decida. Esto parece la Torre de Babel, pero no por la multiplicidad de idiomas, sino por la abundancia de disparates, de desquicios, de locuras hábilmente tejidas para seguir ganando el buen dinero que produce ser antichavista, uno seguramente no tan bueno y grande como serlo, pero siempre muy bueno y que se produce a diario engendrando desatinos.
Quizás como Ulises el país deba taparse los oídos con cera para no escuchar el canto de las sirenas, aquí de los tiburones que aprendieron a cantar. La maga Circe debe andar escandalizada, sorprendida, y quizás prepare una poción para que los escualos dejen de rondar, con ganas de morder, a esta pobre república en balsa.
Este país cansa. Este país harta. Por si no bastara la verborrea oficial –desatada, impúdica, contradictoria, mediocre- , henos aquí con el lenguaje de los opinadores –mediocre, contradictorio, impúdico, desatado- que azota a los pobres lectores con un mar de galimatías, de floridos esfuerzos iniciáticos, de intentos “artísticos” por hacerse con la frase interesante, con el planteamiento que nadie ha hecho, con una originalidad que no logran por la muy sencilla razón de que toda la complejidad del problema venezolano actual es extremadamente simple.
Frases revolcadas y eméritas nos hacen saber que la O es redonda pero puede ser cuadrada. Afirmaciones tajantes nos hablan sobre la “aprobación que el CNE dará a la reforma constitucional”. Insólitas volteretas nos dicen que con la “Operación Desierto Electoral” el gobierno caerá. El aspirante a líder nos llama a la insurrección y la insurrección –uno imagina- consistirá en ponerse a dieta. No se les entiende, no se les puede leer sin un esfuerzo de represión de movimientos incontrolados de los intestinos. Las lenguas andan sueltas en onomatopeya con un bandada de loros, hacen un ruido infernal que nada significa a no ser confusión, enredo, desviación del tema central, todo en medio de un inmenso pasticcio donde se mezclan los sesudos constitucionalistas, los conspiradores de botiquín, los innovadores de la opinión que consiguen la quinta pata del gato después de denodados esfuerzos.
Este país es un desastre, para decirlo con más precisión, este país es un bochinche. Se juega con el criterio de la gente, se procura –seguramente de manera inconsciente, pero igualmente dañina- ganar la atención a punta de zumo de cerebro, cuando la escasez es tan manifiesta como la de las naranjas, los huevos o la leche. Parecemos una jaula de pericos en competencia por lograr el decibel más alto y alzarse con un liderazgo fantasmal. Estos personajes que lanzan peripatéticos “conceptos”, amenazas galopantes de revueltas inventadas, me recuerdan el viejo adagio “arrancada de caballo andaluz y parada de burro manchego”.
El oficio de opinar sobre una situación específica se ejerce desde el respeto. Se dice la propia opinión y se explaya el criterio propio partiendo de la base de que el lector es autónomo y que uno apenas contribuye a suministrarle elementos para que se haga su propia idea. Cuando se lanzan cohetes paranoicos, luces de bengala mañosas, tesis descabelladas, se induce a la confusión, al desacierto, a la destrucción de la opinión pública naciente sobre el asunto específico que está sobre el tapete.
La semana que acaba de terminar ha sido particularmente gris. Desde el gran sancocho que han armado sobre el nuevo pensum escolar hasta las declaraciones induciendo a violar la reforma aún no aprobada con eso de que “trabajen ocho horas diarias y cuatro el viernes”. Desde la “caída del gobierno con la `Operación Desierto Electoral” hasta las insurrecciones que sólo existen en la imaginación de los desbocados, pasando por la catarata de impropiedades creadoras de confusión. Esta semana se ha avanzado poco en la única tarea real que tenemos por delante, la de la acción pedagógica, pues resulta absolutamente inadmisible que un altísimo porcentaje de la población aún diga que desconoce los planteamientos de la reforma constitucional.
La semana que acaba de terminar ha sido particularmente fastidiosa. Desde los abusos de las cadenas diarias hasta el aumento de la perplejidad en buena parte de la población. La semana que acaba de terminar es una muestra patética de lo que he llamado tiempo “de cuando los engranajes se trancaron”. El país anda alelado, pusilánime, harto, exhausto. Aún así las encuestas hablan con números precisos: la abstención se redujo a un 26 por ciento, el No está un diez por ciento por sobre el Sí, pero si los abstencionistas se mantienen en ese número la reforma será aprobada.
No hay una acción coherente. Lo único que se les ha ocurrido es esperar. Aún con el mayor ejercicio de paciencia y alargando a límites prohibitivos la comprensión y la tolerancia, hay opiniones que lo hacen a uno hablar de galimatías, de pretensiones absurdas de originalidad, de cansancio ante tanto desparpajo, de irritación mayor ante el abuso y de la desenvoltura de la discordancia. Esto es un horror. Este país tiene que arrancar la página de este libreto malsano y exigir nuevas voces y las nuevas voces tienen que hacerse oír, dejando de lado el desgano y la abulia.
Tenemos una especie de invasión de los bárbaros. El país debe sacudirse de esta modorra inducida por los conspiradores de botiquín, por los opinadores desquiciados, por los pésimos ejecutantes del oficio de darle a la gente los elementos para que decida. Esto parece la Torre de Babel, pero no por la multiplicidad de idiomas, sino por la abundancia de disparates, de desquicios, de locuras hábilmente tejidas para seguir ganando el buen dinero que produce ser antichavista, uno seguramente no tan bueno y grande como serlo, pero siempre muy bueno y que se produce a diario engendrando desatinos.
Quizás como Ulises el país deba taparse los oídos con cera para no escuchar el canto de las sirenas, aquí de los tiburones que aprendieron a cantar. La maga Circe debe andar escandalizada, sorprendida, y quizás prepare una poción para que los escualos dejen de rondar, con ganas de morder, a esta pobre república en balsa.
Hasta cierto punto coincido con el caballero pero... no deja de sorprenderme que como abogado aún no haya asumido que el fondo del asunto es puramente legal, no político.
ResponderEliminarCierto, abunda la escandalosa fauna, de la que sin duda yo mismo (y muchos como yo), opinador espontáneo, de poca monta y escaso alcance, (de botiquín pues), soy uno de sus integrantes, pero peor sería que sólo existiesen dos voces: la del que quiere mandar y la de la "oposición favorita" haciendo el coro... seguro así todo sonaría muy armónico pero sería fatal.
No voy a utilizar tu espacio, amiga Liliana, para hacer apología de mi opinión ni de mi posición de abstencionista forzado pero quiero dejar dicho que uno no puede sentarse a esperar a que aparezca el milagroso proyecto o el salvador "Ulises" con su genial idea del tapón de cera...
Mientras esperamos que caiga el Maná el proceso sigue su inexorable marcha; y es poco lo que podemos hacer más que intentar que la gente aprenda a discriminar entre los cantos de sirena y las sirenas de alarma.
Para despedirme, el problema es legal porque la propuesta es violatoria de la constitución, eso es lo que tiene que entender la gente, y no que tal o cual tenga razón pues no es un problema político, también es un problema legal porque no hay instancia del poder constituido que defienda la legalidad y nuestros derechos a la que podamos acudir par que haga valer el supuesto estado de derecho y evite esta tragedia.
Por eso estamos atados de pies y manos y forzados a utilizar herramientas que nos desagradan como la abstención y después de esta será el desconocimiento de lo "aprobado".
En vista de la complacencia del coro de los supuestos "líderes" de la oposición que, por preservar "sus" partidos y posiciones, (en muchos casos gratuitas), dejan que los demás se desbarranquen, no queda más remedio que armar la periquera...
Saludos.