Por Delfina Acosta
Ocurre que cuando alguien muere, la gente se muestra muy sorprendida y dice: ” ¡No me digas. Y murió así, tan repentinamente. Qué lástima, che!”. La muerte nos parece cosa de otros; no la tenemos agendada. Obviamente, no tomamos las precauciones contra ella, por las mañanas, al salir a la calle y dirigirnos al trabajo.
Es lógico que no estemos “enterados” de que vamos a morir, pues si no, estaríamos al borde de la ansiedad permanentemente.
Particularmente, pienso que cada día vivido es un día recuperado.
Bien pudo haber ocurrido lo siguiente: Que ayer nos atropellara un autobús manejado por una señora nerviosa, que un paro cardíaco nos arrancara la luz de los ojos, que nuestro nivel de azúcar haya subido por los cielos, y entremos, con dulzura, en un sueño infinito.
Porque no solo nos debemos a nosotros mismos, sino también a nuestros hijos, a nuestros amigos y a aquello tan importante llamado memoria colectiva, creo que es considerable dejar una suerte de legado. Concretamente: herencia.
Que nuestros hijos no tengan que oír por allí rumores de que hemos tocado dinero del pueblo.
En estos tiempos que corren, estando la moral tan pasada de moda, cualquiera se siente con el derecho de robar.
Pues cuando muramos, que nos acusen de haber sido distraídos, desprolijos, tartamudos, pero nunca delincuentes, por favor.
Otro afán que podemos dejar como herencia es el amor por la patria. El amor a la patria no se explica. Se la ama y nada más.
Y no lo digo por las canciones, los héroes nacionales, los héroes cívicos, las costumbres, el sentido humorístico tan peculiar de los paraguayos, sino porque por ella buscamos cambios, hacemos periodismo patriótico, intentamos poner en práctica quimeras, y desplegamos banderas e ideas al viento.
No se puede dejar de pensar, a la hora de dejar una herencia a nuestros descendientes, en la necesidad de tomar una actitud política.
Se dice que el hombre es un animal político. A mí, personalmente, la política me apasiona cuando ella procura mejorar el nivel de vida de los pobres y de los desposeídos.
Nada me hace sentir más disconforme con Dios que observar la diferencia abismal entre los poderosos y los débiles.
Muchos somos los paraguayos que deseamos un país donde haya igualdad social.
Y la igualdad social vendrá cuando tomemos real conciencia del drama que significa sobrevivir en la miseria, hurgando entre los basurales, en procura de algo para comer.
Que tu herencia incluya libros. La ignorancia nos hace víctimas de la pobreza.
No hay manera más rápida de involucionar que descuidar la lectura y el enriquecimiento del conocimiento.
Por sobre todo, busquemos el amor. Sólo sabe Dios cuántas veces nos vemos impedidos, por timidez o por alguna razón desconocida, de dar un fuerte abrazo a nuestros hijos.
Al morirnos pensarán, y con razón, que muy poco nos faltó para ser inhumanos.
Nada puede ser tan humano que haber intentado, las veces que hayan sido necesarias, un acercamiento a nuestros descendientes, en momentos de distanciamiento.
Para asegurarnos de que no dejaremos una pobre herencia, dejemos nuestras debilidades y nerviosismo atrás, y tomemos la vida como un chiste, como un trago de vino.
Consideremos que el humor con humor se paga. Qué bochorno supondría que la muerte nos sorprenda, cuando malhumorados, nos sentemos en el wáter.
Ya se sabe que morir es una necesidad. Pero ser feliz en lo posible, honrar la patria, cultivar la decencia, tomar amistad con un ideal, son cosas que deberían agendarse. Ojo: que el infarto no halle revueltos los papeles de nuestra existencia en la hora crucial.
Ocurre que cuando alguien muere, la gente se muestra muy sorprendida y dice: ” ¡No me digas. Y murió así, tan repentinamente. Qué lástima, che!”. La muerte nos parece cosa de otros; no la tenemos agendada. Obviamente, no tomamos las precauciones contra ella, por las mañanas, al salir a la calle y dirigirnos al trabajo.
Es lógico que no estemos “enterados” de que vamos a morir, pues si no, estaríamos al borde de la ansiedad permanentemente.
Particularmente, pienso que cada día vivido es un día recuperado.
Bien pudo haber ocurrido lo siguiente: Que ayer nos atropellara un autobús manejado por una señora nerviosa, que un paro cardíaco nos arrancara la luz de los ojos, que nuestro nivel de azúcar haya subido por los cielos, y entremos, con dulzura, en un sueño infinito.
Porque no solo nos debemos a nosotros mismos, sino también a nuestros hijos, a nuestros amigos y a aquello tan importante llamado memoria colectiva, creo que es considerable dejar una suerte de legado. Concretamente: herencia.
Que nuestros hijos no tengan que oír por allí rumores de que hemos tocado dinero del pueblo.
En estos tiempos que corren, estando la moral tan pasada de moda, cualquiera se siente con el derecho de robar.
Pues cuando muramos, que nos acusen de haber sido distraídos, desprolijos, tartamudos, pero nunca delincuentes, por favor.
Otro afán que podemos dejar como herencia es el amor por la patria. El amor a la patria no se explica. Se la ama y nada más.
Y no lo digo por las canciones, los héroes nacionales, los héroes cívicos, las costumbres, el sentido humorístico tan peculiar de los paraguayos, sino porque por ella buscamos cambios, hacemos periodismo patriótico, intentamos poner en práctica quimeras, y desplegamos banderas e ideas al viento.
No se puede dejar de pensar, a la hora de dejar una herencia a nuestros descendientes, en la necesidad de tomar una actitud política.
Se dice que el hombre es un animal político. A mí, personalmente, la política me apasiona cuando ella procura mejorar el nivel de vida de los pobres y de los desposeídos.
Nada me hace sentir más disconforme con Dios que observar la diferencia abismal entre los poderosos y los débiles.
Muchos somos los paraguayos que deseamos un país donde haya igualdad social.
Y la igualdad social vendrá cuando tomemos real conciencia del drama que significa sobrevivir en la miseria, hurgando entre los basurales, en procura de algo para comer.
Que tu herencia incluya libros. La ignorancia nos hace víctimas de la pobreza.
No hay manera más rápida de involucionar que descuidar la lectura y el enriquecimiento del conocimiento.
Por sobre todo, busquemos el amor. Sólo sabe Dios cuántas veces nos vemos impedidos, por timidez o por alguna razón desconocida, de dar un fuerte abrazo a nuestros hijos.
Al morirnos pensarán, y con razón, que muy poco nos faltó para ser inhumanos.
Nada puede ser tan humano que haber intentado, las veces que hayan sido necesarias, un acercamiento a nuestros descendientes, en momentos de distanciamiento.
Para asegurarnos de que no dejaremos una pobre herencia, dejemos nuestras debilidades y nerviosismo atrás, y tomemos la vida como un chiste, como un trago de vino.
Consideremos que el humor con humor se paga. Qué bochorno supondría que la muerte nos sorprenda, cuando malhumorados, nos sentemos en el wáter.
Ya se sabe que morir es una necesidad. Pero ser feliz en lo posible, honrar la patria, cultivar la decencia, tomar amistad con un ideal, son cosas que deberían agendarse. Ojo: que el infarto no halle revueltos los papeles de nuestra existencia en la hora crucial.
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