Cuando en 1831 Alexis de Tocqueville llegó a los relativamente jóvenes Estados Unidos de América no sólo se encontró con un país nuevo, sino que inmediatamente observó una sociedad en la que el espíritu aristocrático del Viejo Continente era desconocido y donde el espíritu comercial regía todas las conductas.
Mucho tiempo después, en lo que para los más pesimistas podría parecer el ocaso de aquella sociedad, Samuel Gregg revisa sus fundamentos y nos pone frente al gran reto de Occidente: evitar el “despotismo blando” del que nos advertía Tocqueville. Con un estilo limpio y elegante, Gregg tiene el mérito de haber escrito un libro válido tanto para alumnos como para profesores, en el que nos recuerda lo refrescante que puede ser volver a beber de las fuentes de la tradición.
Como tantas veces sucede, lo que se escribe para los Estados Unidos suele tener unas implicaciones directas en Europa. Así, si bien es cierto que probablemente el Viejo Continente nunca ha visto la sociedad comercial completamente desarrollada, también lo es que por esa misma razón ha visto encarnarse en ella las peores profecías descritas por, entre muchos otros, Burke o el más contemporáneo Solzhenitsyn.
La deriva que tomó la historia del Continente tras la extinción del Ancienne Regime fue opuesta a la británica. Mientras los últimos optaron por un liberalismo basado en la iniciativa privada, los primeros apostaron por la igualdad. Gregg arranca de esta opción aparentemente inofensiva para desarrollar su original visión del orden político que, ante todo, ha de ser moral o no ser. Radical en sus planteamientos en el sentido literal del término, va a la raíz del ser humano para poder arrojar un poco de luz a los tópicos que deslucen el pensamiento político contemporáneo. Así, afirma que “todo sistema económico o social que aspire a ser verdaderamente humano ha de reflejar la naturaleza de los hombres”. La búsqueda sincera de las verdades naturales, ampliamente desarrollado en otro de sus interesantes libros “On ordered liberty” (2003), es el punto de partida para deshacer el Nudo Gordiano de la eterna pugna entre socialistas y libertarios, izquierda y derecha, público o privado.
La sociedad comercial, a diferencia del capitalismo, que no es más que un sistema económico, representa un conjunto de presupuestos morales, legales e institucionales, la mayoría de los cuales tomaron forma durante la Edad Media, como la idea de libertad, el interés particular, la propiedad privada, el libre comercio, el gobierno de la ley (rule of law) o la urbanidad. No se trata de la burda reducción individualista de la vida en común a puro intercambio material, sino del reconocimiento del hecho básico de que los hombres son “seres creativos, activos, aptos para elegir libremente y con responsabilidad sobre sí mismos, sobre los demás y sobre el futuro.” Sólo a partir del estudio de la intencionalidad de los actos humanos, como escribe Gregg, se pueden entender las realidades sociales.
Recordar los fundamentos morales de la sociedad comercial reside sirve para desmontar la coartada socialista que acusa a todo pensamiento liberal de salvaje y despiadado. Defender la libertad de comercio, el libre mercado, la iniciativa privada, la ley, la libertad de asociación o la propiedad, nada tiene que ver con el egoísmo, sino que son los presupuestos necesarios para que en una sociedad se den la libertad y unas condiciones materiales jamás alcanzadas en la historia por ningún gobierno socialista. Más aun, sin ellas nunca será posible que el hombre entienda el mundo como un lugar creado para él y lo sentirá siempre como la mayor amenaza hacia sí mismo y hacia los suyos.
La tiranía se presenta envuelta de felices promesas y mundos ideales, defendida por un ejército de ideas igualitaristas, redistribucionistas, corporativistas o democráticas, y avanza veloz ocupando las parcelas abandonadas por un mundo libre en retirada. Sin embargo, la batalla no está perdida. Pese a que sólo una sociedad moralmente sana y consciente de sus responsabilidades podría hacerle frente, medidas concretas como reducir la concesión de “derechos” por parte del Estado, devolver el protagonismo a las entidades locales y, a otro nivel, recuperar el papel potencial de las ideas, puede ayudar a detener la inminente desaparición de la libertad que un día nos distinguió como civilización.
Samuel Gregg, The Commercial Society, Foundations and Challenges in a Global Age. Lexington Books, Plymouth, 2007. 177 pp. ISBN: 978-0-7391-1994-5.
Mucho tiempo después, en lo que para los más pesimistas podría parecer el ocaso de aquella sociedad, Samuel Gregg revisa sus fundamentos y nos pone frente al gran reto de Occidente: evitar el “despotismo blando” del que nos advertía Tocqueville. Con un estilo limpio y elegante, Gregg tiene el mérito de haber escrito un libro válido tanto para alumnos como para profesores, en el que nos recuerda lo refrescante que puede ser volver a beber de las fuentes de la tradición.
Como tantas veces sucede, lo que se escribe para los Estados Unidos suele tener unas implicaciones directas en Europa. Así, si bien es cierto que probablemente el Viejo Continente nunca ha visto la sociedad comercial completamente desarrollada, también lo es que por esa misma razón ha visto encarnarse en ella las peores profecías descritas por, entre muchos otros, Burke o el más contemporáneo Solzhenitsyn.
La deriva que tomó la historia del Continente tras la extinción del Ancienne Regime fue opuesta a la británica. Mientras los últimos optaron por un liberalismo basado en la iniciativa privada, los primeros apostaron por la igualdad. Gregg arranca de esta opción aparentemente inofensiva para desarrollar su original visión del orden político que, ante todo, ha de ser moral o no ser. Radical en sus planteamientos en el sentido literal del término, va a la raíz del ser humano para poder arrojar un poco de luz a los tópicos que deslucen el pensamiento político contemporáneo. Así, afirma que “todo sistema económico o social que aspire a ser verdaderamente humano ha de reflejar la naturaleza de los hombres”. La búsqueda sincera de las verdades naturales, ampliamente desarrollado en otro de sus interesantes libros “On ordered liberty” (2003), es el punto de partida para deshacer el Nudo Gordiano de la eterna pugna entre socialistas y libertarios, izquierda y derecha, público o privado.
La sociedad comercial, a diferencia del capitalismo, que no es más que un sistema económico, representa un conjunto de presupuestos morales, legales e institucionales, la mayoría de los cuales tomaron forma durante la Edad Media, como la idea de libertad, el interés particular, la propiedad privada, el libre comercio, el gobierno de la ley (rule of law) o la urbanidad. No se trata de la burda reducción individualista de la vida en común a puro intercambio material, sino del reconocimiento del hecho básico de que los hombres son “seres creativos, activos, aptos para elegir libremente y con responsabilidad sobre sí mismos, sobre los demás y sobre el futuro.” Sólo a partir del estudio de la intencionalidad de los actos humanos, como escribe Gregg, se pueden entender las realidades sociales.
Recordar los fundamentos morales de la sociedad comercial reside sirve para desmontar la coartada socialista que acusa a todo pensamiento liberal de salvaje y despiadado. Defender la libertad de comercio, el libre mercado, la iniciativa privada, la ley, la libertad de asociación o la propiedad, nada tiene que ver con el egoísmo, sino que son los presupuestos necesarios para que en una sociedad se den la libertad y unas condiciones materiales jamás alcanzadas en la historia por ningún gobierno socialista. Más aun, sin ellas nunca será posible que el hombre entienda el mundo como un lugar creado para él y lo sentirá siempre como la mayor amenaza hacia sí mismo y hacia los suyos.
La tiranía se presenta envuelta de felices promesas y mundos ideales, defendida por un ejército de ideas igualitaristas, redistribucionistas, corporativistas o democráticas, y avanza veloz ocupando las parcelas abandonadas por un mundo libre en retirada. Sin embargo, la batalla no está perdida. Pese a que sólo una sociedad moralmente sana y consciente de sus responsabilidades podría hacerle frente, medidas concretas como reducir la concesión de “derechos” por parte del Estado, devolver el protagonismo a las entidades locales y, a otro nivel, recuperar el papel potencial de las ideas, puede ayudar a detener la inminente desaparición de la libertad que un día nos distinguió como civilización.
Samuel Gregg, The Commercial Society, Foundations and Challenges in a Global Age. Lexington Books, Plymouth, 2007. 177 pp. ISBN: 978-0-7391-1994-5.
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