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Muchos de ustedes habrán visto por la televisión satelital o de cable esos excelentes canales de arte culinario, como Gourmet, en los que expertos y expertas habilísimos nos enseñan cómo preparar diversos platos, exquisitos y suculentos. La misión de esos maestros de la ciencia de la cocina -porque es una ciencia completa- no es enseñarnos a sembrar, ni a cosechar, ni a fabricar alimentos, sino inducirnos al gusto por la buena comida, suministrarnos la metodología para preparar platos que alimenten y deleiten a las personas.
Mal papel harían los maestros del arte culinario si su tarea fuera la de embutir a los televidentes con toda suerte de comidas, lo que tendría como resultado inevitable provocarles una buena indigestión y en consecuencia un fastidio invencible hacia la culinaria.
Traigo a cuento este ejemplo para decir que la función de los maestros o profesores en los establecimientos educativos debería ser, como oficiantes del arte didáctico, semejante a la de los oficiantes del arte culinario: inducir en los alumnos el gusto por el conocimiento, mostrarles el placer y el provecho que pueden derivar de la lectura, hacer que a los educandos se les haga agua la boca ante un buen libro, del mismo modo que el culinario nos hace sentir deseos de devorar el plato que prepara y que ha avivado nuestros sentidos.
Tal la esencia de un maestro de la educación: avivar los sentidos de los alumnos, despertar su curiosidad, suministrarles la metodología para obtener información y conocimiento. Entiéndase bien: el maestro de culinaria no les da los alimentos a sus televidentes, les enseña a prepararlos. El profesor de educación no tiene que dar a sus alumnos información y conocimiento, sino enseñarles la metodología para que ellos por su cuenta se informen y conozcan.
En Colombia, "que es la tierra de las cosas singulares", como dijo el poeta que cité en la columna anterior, la educación está montada sobre dos absurdos: que el profesor debe ser una enciclopedia que les transmita a sus alumnos una cantidad inverosímil de información y conocimiento, sin ninguna metodología; y que los alumnos sean enciclopedias ambulantes que atiborran de conocimientos su memoria. Pero en ningún caso los profesores son los responsables de esta falla garrafal que no hemos sido capaces de corregir en los cien años del siglo pasado, ni en los siete que van del presente, ni corregiremos en los diez próximos en que va a regir el fantástico segundo plan decenal de educación. La falla está en un sistema del cual son víctimas tanto los profesores como los estudiantes.
Hay un pénsum cuadriculado, del cual no pueden moverse ni el docente, ni el alumno. No es sino ver un día cualquiera del horario de clases, desde primero de primaria a sexto de bachillerato. A las 8 a. m., inglés; a las 9, matemáticas; a las 10, historia; a las 11, geografía; a las 12 meridiano, ciencias naturales; a las 2 p. m., religión; a las 3, música, a las 4, artes plásticas; a las 5, agronomía. Si los alumnos tuvieran que comer a las 8 sopa de verduras, a las 9 pollo, a las 10 arenque ahumado, a las 11 galletas con mantequilla, a las 12 ajiaco, a las 2 arroz con pollo, a las 3 maicena, a las 4 fríjoles y a las 5 garbanzos, a las 6 de la tarde de lo único que tendrían ganas sería de vomitar todo eso. Con las materias del día les sucede igual. Cuando llegan a sus casas (agobiados además por un pesado morral cargado de libros y de tareas para el día siguiente), de lo único que tienen ganas es de vomitar el popurrí de materias con que los han indigestado hora por hora. Y lo vomitan.
Nos esforzamos por impulsar campañas que inciten a la lectura, y llenamos los periódicos, la radio y la televisión con inspirados eslóganes. 'Leer sublima'; 'El libro es una opción de vida'; 'Leer libera'; 'El que no lee es como el que no come'. En la práctica de la educación se ejerce una feroz y efectiva campaña cotidiana contra la lectura. No hay día que yo no oiga a un niño quejarse.
"Hoy me tocó leer tal libro, qué jartera". O lo que es peor: "Hoy me pusieron como castigo leerme La vorágine". Me parece que a un niño "le toca" leerse en promedio de diez a quince libros al año. No es poco el castigo. A varios de ellos y de ellas les pregunté a finales del año pasado qué libros habían leído. Y no se acordaron de ninguno. Tan pronto obtuvieron la calificación que necesitaban, los olvidaron.
La educación en Colombia ha estado patas arriba desde que La Regeneración la puso de nuevo bajo el influjo pernicioso de la Iglesia Católica. Por ciento y pico de años los establecimientos educativos colombianos de 'enseñanza' primaria y secundaria han sido un criadero permanente de mediocres y de buenos para nada.
Hay que voltear el sistema educativo y ponerlo al derecho.
Suprimir ese cúmulo de materias que solo sirven para atarantar al estudiante, y ensamblar la enseñanza sobre dos bases fundamentales: metodología e investigación. Alguien dijo que la sabiduría consistía "en saber de todo un poco y mucho de algo".
Hoy eso no es exacto. La sabiduría consiste en saber dónde y cómo encontrar el conocimiento y la información que necesitamos en el momento que los necesitamos. La ciencia ha puesto al alcance y servicio del hombre las más asombrosas herramientas que hayan existido jamás: Google, Wikipedia, Altavista, Yahoo y, en síntesis, Internet. Esos instrumentos tienen que ser incorporados ya en el sistema educativo y el deber de los educadores es enseñarles a los educandos a usarlos, no a que se los aprendan de memoria.
Dejémonos de inútiles y burocratizados planes decenales.
Mal papel harían los maestros del arte culinario si su tarea fuera la de embutir a los televidentes con toda suerte de comidas, lo que tendría como resultado inevitable provocarles una buena indigestión y en consecuencia un fastidio invencible hacia la culinaria.
Traigo a cuento este ejemplo para decir que la función de los maestros o profesores en los establecimientos educativos debería ser, como oficiantes del arte didáctico, semejante a la de los oficiantes del arte culinario: inducir en los alumnos el gusto por el conocimiento, mostrarles el placer y el provecho que pueden derivar de la lectura, hacer que a los educandos se les haga agua la boca ante un buen libro, del mismo modo que el culinario nos hace sentir deseos de devorar el plato que prepara y que ha avivado nuestros sentidos.
Tal la esencia de un maestro de la educación: avivar los sentidos de los alumnos, despertar su curiosidad, suministrarles la metodología para obtener información y conocimiento. Entiéndase bien: el maestro de culinaria no les da los alimentos a sus televidentes, les enseña a prepararlos. El profesor de educación no tiene que dar a sus alumnos información y conocimiento, sino enseñarles la metodología para que ellos por su cuenta se informen y conozcan.
En Colombia, "que es la tierra de las cosas singulares", como dijo el poeta que cité en la columna anterior, la educación está montada sobre dos absurdos: que el profesor debe ser una enciclopedia que les transmita a sus alumnos una cantidad inverosímil de información y conocimiento, sin ninguna metodología; y que los alumnos sean enciclopedias ambulantes que atiborran de conocimientos su memoria. Pero en ningún caso los profesores son los responsables de esta falla garrafal que no hemos sido capaces de corregir en los cien años del siglo pasado, ni en los siete que van del presente, ni corregiremos en los diez próximos en que va a regir el fantástico segundo plan decenal de educación. La falla está en un sistema del cual son víctimas tanto los profesores como los estudiantes.
Hay un pénsum cuadriculado, del cual no pueden moverse ni el docente, ni el alumno. No es sino ver un día cualquiera del horario de clases, desde primero de primaria a sexto de bachillerato. A las 8 a. m., inglés; a las 9, matemáticas; a las 10, historia; a las 11, geografía; a las 12 meridiano, ciencias naturales; a las 2 p. m., religión; a las 3, música, a las 4, artes plásticas; a las 5, agronomía. Si los alumnos tuvieran que comer a las 8 sopa de verduras, a las 9 pollo, a las 10 arenque ahumado, a las 11 galletas con mantequilla, a las 12 ajiaco, a las 2 arroz con pollo, a las 3 maicena, a las 4 fríjoles y a las 5 garbanzos, a las 6 de la tarde de lo único que tendrían ganas sería de vomitar todo eso. Con las materias del día les sucede igual. Cuando llegan a sus casas (agobiados además por un pesado morral cargado de libros y de tareas para el día siguiente), de lo único que tienen ganas es de vomitar el popurrí de materias con que los han indigestado hora por hora. Y lo vomitan.
Nos esforzamos por impulsar campañas que inciten a la lectura, y llenamos los periódicos, la radio y la televisión con inspirados eslóganes. 'Leer sublima'; 'El libro es una opción de vida'; 'Leer libera'; 'El que no lee es como el que no come'. En la práctica de la educación se ejerce una feroz y efectiva campaña cotidiana contra la lectura. No hay día que yo no oiga a un niño quejarse.
"Hoy me tocó leer tal libro, qué jartera". O lo que es peor: "Hoy me pusieron como castigo leerme La vorágine". Me parece que a un niño "le toca" leerse en promedio de diez a quince libros al año. No es poco el castigo. A varios de ellos y de ellas les pregunté a finales del año pasado qué libros habían leído. Y no se acordaron de ninguno. Tan pronto obtuvieron la calificación que necesitaban, los olvidaron.
La educación en Colombia ha estado patas arriba desde que La Regeneración la puso de nuevo bajo el influjo pernicioso de la Iglesia Católica. Por ciento y pico de años los establecimientos educativos colombianos de 'enseñanza' primaria y secundaria han sido un criadero permanente de mediocres y de buenos para nada.
Hay que voltear el sistema educativo y ponerlo al derecho.
Suprimir ese cúmulo de materias que solo sirven para atarantar al estudiante, y ensamblar la enseñanza sobre dos bases fundamentales: metodología e investigación. Alguien dijo que la sabiduría consistía "en saber de todo un poco y mucho de algo".
Hoy eso no es exacto. La sabiduría consiste en saber dónde y cómo encontrar el conocimiento y la información que necesitamos en el momento que los necesitamos. La ciencia ha puesto al alcance y servicio del hombre las más asombrosas herramientas que hayan existido jamás: Google, Wikipedia, Altavista, Yahoo y, en síntesis, Internet. Esos instrumentos tienen que ser incorporados ya en el sistema educativo y el deber de los educadores es enseñarles a los educandos a usarlos, no a que se los aprendan de memoria.
Dejémonos de inútiles y burocratizados planes decenales.
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