04 marzo 2007

De qué sirve la libertad

Por Porfirio Cristaldo Ayala

ABC digital

Los latinoamericanos, por lo general, valoran la democracia, bien saben que no es posible avanzar a la modernidad sin instituciones democráticas. Las fracasadas dictaduras militares que sufrieron los países en los años 1960, lo atestiguan. Pero, paradójicamente, muy pocos son los que entienden la trascendencia de la libertad individual y los derechos de propiedad. El viejo engaño socialista de que la libertad sin pan es un lujo inútil ha sentado profundas raíces. La libertad no tiene valor práctico y a los pobres no les sirve de nada, aseguran. Es trágico. No ven que sin libertad no hay esperanzas para los pobres. En tanto no se corten las cadenas estatistas no lograrán progresar ni en mil años.

La libertad no es un adorno que solo interesa a los ricos. Por cierto, a éstos es a quienes menos interesa, porque el poder económico siempre les ha asegurado generosos fueros y concesiones. Tampoco afecta a los que tienen el poder político. Hasta en la gran mazmorra que es Cuba, el poder garantiza privilegios parecidos a los que disfrutan los hombres libres. En realidad, los más interesados en la libertad deben ser los pobres, pues los pocos países que salieron de la miseria lo lograron liberando la producción, el comercio y las iniciativas de sus pueblos. No hay excepción. Sin libertad no hay dignidad ni hay pan.

La libertad como instrumento del desarrollo no es nueva. Hace 230 años, el filósofo social Adam Smith, en su “Riqueza de las Naciones”, explicó por qué algunos países se estaban enriqueciendo en tanto otros se hundían en la penuria. En un mercado libre de la intervención del Gobierno las personas promueven el bienestar social, un fin ajeno a su intención original. Incluso si su intención solo fuera buscar tal bienestar no lo harían mejor, enseñaba Smith. La libertad económica y la libre competencia en el mercado traen el progreso y la armonía de trabajadores, capitalistas y empresarios.

El análisis de Smith no podía ser más acertado. En Inglaterra del siglo XVIII la pobreza era ominosa, peor que hoy en Haití, Bolivia y Paraguay. La producción de la tierra había llegado a su límite. Apenas podía alimentar a sus 6 millones de habitantes. Había escasez de materias primas y millones de parias. La oportuna liberalización de la economía y la fuerte protección de la propiedad trajeron el “gran milagro” de la Revolución Industrial. En unas décadas la población inglesa se duplicó. Y, si bien al inicio las condiciones de vida eran espantosas, el capitalismo descargó el cuerno de la abundancia sobre un pueblo hambriento y salvó de la muerte a millones de personas. Los socialistas inventaron otra historia.

Hoy, las evidencias de que la libertad trae el desarrollo son abrumadoras. Cuanto más libre una economía mayor es la inversión, más elevados los salarios y más alto el nivel de vida de la gente. Y cuanto más estatista (menos libre) es una economía, mayor es la corrupción, inseguridad, violencia y miseria. No existe en la historia un solo ejemplo de algún país que con políticas intervencionistas y proteccionistas haya logrado un crecimiento sostenido capaz de elevar el ingreso medio a más de US$ 15.000 (la mitad del ingreso de los países más libres). Solo un “perfecto idiota” o un fanático ávido de poder y que ignora su ignorancia sobre economía podrían no comprenderlo.

Pero liberalizar, desregular y privatizar los mercados no es suficiente. Las reformas sin sólidas instituciones democráticas solo llevan al monopolio y la corrupción como en los años 1990. La historia enseña que únicamente la vigencia plena de un estado de derecho puede garantizar la libertad económica y sus frutos. Y tampoco se trata de cualquier “democracia”. La democracia irrestricta de Chávez, Kirchner, Morales, Nicanor y, antes, Menem, Cardoso, no defienden la libertad ni la propiedad, sino que la destruyen. Ello solo puede hacerlo la democracia constitucional limitando estrictamente el poder del gobierno, principal amenaza de la libertad individual.

La libertad no es un lujo. Y ella a nadie interesa más que a los pobres. Es su mayor benefactora y su principal esperanza dado que solo ella puede romper las cadenas ancestrales de la opresión y miseria.

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