El general O'Leary hace un retrato muy descriptivo del Libertador. Habla de sus cejas bien formadas y pobladas; los ojos negros, vivos y penetrantes; la nariz larga y perfecta; los pómulos salientes. Los dientes blancos, uniformes y bellísimos, que de paso cuidaba con esmero. Las orejas grandes, pero bien puestas. El pelo negro, fino y crespo. Tenía el pecho angosto, el cuerpo delgado -sobre todo las piernas-, las manos y los pies pequeños ("que una mujer habría envidiado") y contaba siempre con muy buen apetito, pero sabía sufrir hambre como nadie.
Sin duda, la figura de Hugo Chávez, que supone encarna al nuevo Bolívar, es muy otra. Adusto y zambo, nada más parecido a la imagen de un chafarote que el Presidente de Venezuela. Es impactante el contraste entre el aspecto físico de un Simón Bolívar delgado y en sus últimos años casi huesudo, conocedor de la buena cocina y que consideraba el grave y la champaña como sus vinos favoritos, y la masa corpórea del nuevo libertador venezolano, quien parecería estar reventándose no solo de la vanidad sino de la gula.
Y ni qué decir de la cultura y los conocimientos de uno y otro. Simón Bolívar hablaba y escribía francés correctamente, e italiano con bastante perfección, en tanto que si algo caracteriza al ex coronel golpista y actual censor de medios es esa especie de incontinencia verbal que le permite decir toda clase de sandeces, con frecuencia taquilleras pero detrás de las cuales no hay -como él presume- la personalidad del estadista y menos la visión de un escritor político, sino acaso la del guerrero desfachatado y ordinario en sus gestos y palabras, por ruidosas que sean...
Nunca he entendido, por eso, cuál es la razón por la cual los conservadores se apropiaron de Bolívar a lo largo de la historia patria, dejándonos el general Santander a los liberales, como si además fuera un héroe repleto de pequeñeces y defectos. Hasta el extremo de que aún recuerdo esos famosos editoriales de Álvaro Gómez en El Siglo en que se apropiaba del espíritu bolivariano como exclusividad de su partido y refregaba siempre la tesis de que este es un país leguleyo por obra y gracia del santanderismo.
Es decir, la autoridad y el orden por encima de la libertad y de la tolerancia. No hay libro de historia que disimule o no sugiera esa especie de apropiación de las bondades doctrinarias de Bolívar y, en el fondo, de la importancia de integrar una sola gran Nación, como de alguna forma llegó a serlo la república unitaria de la Gran Colombia.
Lo que uno se pregunta hoy es si esas mismas tesis que de alguna forma enarbola Chávez con vehemencia son las que seducen a nuestros hermanos godos, que tanto fervor sentían por el Bolívar autoritario de los últimos años, sin dejar de despreciar inoficiosamente a Santander. Mejor dicho: ¿ese Bolívar que se enorgullece de reencarnar Hugo Chávez es el mismo que nuestros conservadores aún defienden a capa y espada? Pues hablar mal del Libertador no deja de ser una herejía, pero resulta que quien mejor dice representarlo ahora es el mismísimo Chávez, quien aspira a libertarnos del yugo de los gringos y de no sé de cuántas cadenas más.
Nadie niega que, según ocurrió también en E.U., primero hay que concebir las condiciones de un país, como hizo George Washington, y luego sí comenzar a establecer las normas que sustentan los derechos civiles de las personas, que fue lo que preconizó Thomas Jefferson. Con Bolívar y Santander algo semejante sucedió y nada sería tan mezquino como subestimar la importancia de quien libertó cinco naciones del dominio de los españoles, fue un militar impecable y hombre expuesto a la fascinación de las mujeres, lo que algunos paradójicamente llaman debilidad.
Pero ya que los godos nos robaron a Bolívar, que ahora carguen con el rezago de aquel que se siente, mejor que nadie, el nuevo libertador de América: don Hugo Chávez Frías, ¡de quien la memoria del general Santander nos ampare y nos favorezca!
Sin duda, la figura de Hugo Chávez, que supone encarna al nuevo Bolívar, es muy otra. Adusto y zambo, nada más parecido a la imagen de un chafarote que el Presidente de Venezuela. Es impactante el contraste entre el aspecto físico de un Simón Bolívar delgado y en sus últimos años casi huesudo, conocedor de la buena cocina y que consideraba el grave y la champaña como sus vinos favoritos, y la masa corpórea del nuevo libertador venezolano, quien parecería estar reventándose no solo de la vanidad sino de la gula.
Y ni qué decir de la cultura y los conocimientos de uno y otro. Simón Bolívar hablaba y escribía francés correctamente, e italiano con bastante perfección, en tanto que si algo caracteriza al ex coronel golpista y actual censor de medios es esa especie de incontinencia verbal que le permite decir toda clase de sandeces, con frecuencia taquilleras pero detrás de las cuales no hay -como él presume- la personalidad del estadista y menos la visión de un escritor político, sino acaso la del guerrero desfachatado y ordinario en sus gestos y palabras, por ruidosas que sean...
Nunca he entendido, por eso, cuál es la razón por la cual los conservadores se apropiaron de Bolívar a lo largo de la historia patria, dejándonos el general Santander a los liberales, como si además fuera un héroe repleto de pequeñeces y defectos. Hasta el extremo de que aún recuerdo esos famosos editoriales de Álvaro Gómez en El Siglo en que se apropiaba del espíritu bolivariano como exclusividad de su partido y refregaba siempre la tesis de que este es un país leguleyo por obra y gracia del santanderismo.
Es decir, la autoridad y el orden por encima de la libertad y de la tolerancia. No hay libro de historia que disimule o no sugiera esa especie de apropiación de las bondades doctrinarias de Bolívar y, en el fondo, de la importancia de integrar una sola gran Nación, como de alguna forma llegó a serlo la república unitaria de la Gran Colombia.
Lo que uno se pregunta hoy es si esas mismas tesis que de alguna forma enarbola Chávez con vehemencia son las que seducen a nuestros hermanos godos, que tanto fervor sentían por el Bolívar autoritario de los últimos años, sin dejar de despreciar inoficiosamente a Santander. Mejor dicho: ¿ese Bolívar que se enorgullece de reencarnar Hugo Chávez es el mismo que nuestros conservadores aún defienden a capa y espada? Pues hablar mal del Libertador no deja de ser una herejía, pero resulta que quien mejor dice representarlo ahora es el mismísimo Chávez, quien aspira a libertarnos del yugo de los gringos y de no sé de cuántas cadenas más.
Nadie niega que, según ocurrió también en E.U., primero hay que concebir las condiciones de un país, como hizo George Washington, y luego sí comenzar a establecer las normas que sustentan los derechos civiles de las personas, que fue lo que preconizó Thomas Jefferson. Con Bolívar y Santander algo semejante sucedió y nada sería tan mezquino como subestimar la importancia de quien libertó cinco naciones del dominio de los españoles, fue un militar impecable y hombre expuesto a la fascinación de las mujeres, lo que algunos paradójicamente llaman debilidad.
Pero ya que los godos nos robaron a Bolívar, que ahora carguen con el rezago de aquel que se siente, mejor que nadie, el nuevo libertador de América: don Hugo Chávez Frías, ¡de quien la memoria del general Santander nos ampare y nos favorezca!
Fuente: Diario El Tiempo
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