El Universal
He llegado a la conclusión de que este gobierno no nos quiere. Y no solamente a la mayoría de la sociedad venezolana que está en desacuerdo con sus ideas, políticas y prácticas. Este gobierno no quiere a ninguno de los venezolanos, ni a los que le apoyan, ni a los que le adversan.
Si nos quisiera, se ocuparía de los problemas de nuestro país antes que de los demás. Invertiría el dinero –que derrocha como si fuese suyo– en renovar la deteriorada infraestructura nacional. Construiría nuevas carreteras y autopistas en Venezuela, no en Nicaragua. Incentivaría la producción agrícola y pecuaria en Venezuela, no en Bolivia ni en Argentina. Invertiría la renta petrolera en nuevas viviendas para los venezolanos en vez de regalar gas en el Bronx, en reacondicionar los hospitales de Venezuela y pagarle mejor y puntualmente al personal en vez de regalar barriles de petróleo a Cuba, en dinamizar la economía nacional combinando los esfuerzos del sector público y del sector privado en vez de financiar asambleas constituyentes en Ecuador.
Si el gobierno nos quisiera, se esmeraría por convertir las guillotinas viales en autopistas y carreteras; ofrecería empleo a los médicos venezolanos y no a los extranjeros, en centros asistenciales bien equipados; establecería un eficiente y suficiente sistema de seguridad social para todos los venezolanos; repararía y construiría escuelas y liceos adecuados para el estudio, el recreo y la creatividad; mejoraría y pagaría puntualmente el sueldo de los docentes, subsidiaría cursos de mejoramiento profesional para ellos, y por nada del mundo desalojaría de institución alguna a los alumnos venezolanos para incorporar en sus lugares a estudiantes foráneos (v.g. Liceo Militar Arias).
Pero el gobierno no nos quiere, y tan inmerecido desamor nos lo demuestra en todo cuanto dice, hace y deshace. Parece que se ha propuesto extinguirnos a fuer de indiferencia. El desmantelamiento progresivo del sector productivo del país, la persecución sistemática a la empresa privada, el consiguiente aumento del desempleo y, por lo tanto, de la buhonería, han menoscabado seriamente la ya precaria calidad de vida de los venezolanos. Está promoviendo el empobrecimiento de los venezolanos a costa del enriquecimiento de los extranjeros que están en el país haciendo negocios con el gobierno, desde los cubanos hasta los chinos.
La discriminación, la descalificación, el ostracismo, la manipulación y el chantaje son los medios que emplea para someter a los ciudadanos a su arbitrio. Para Chávez en particular, los venezolanos somos una carga pesada, molesta, ingrata, indisciplinada e improductiva. Y nadie se salva, pues no pierde ocasión para quejarse de la ineptitud de sus funcionarios, reprenderlos y hasta destituirlos públicamente.
El hombre es tan soberbio y se cree tan sobrado que, así como decidió asumir el rol de legislador por decreto, dejando a la Asamblea Nacional de puro adorno, ahora se ha propuesto avasallar al Tribunal Supremo de Justicia. ¿Quién dice que no tiene a los poderes públicos en su puño? Y tanto los tiene que con ese mismo puño golpea, una y otra vez, la malograda dignidad de sus acólitos y la lesionada esperanza de sus adversarios.
Lo peor no es que el gobierno no nos quiere, sino que hace todo lo posible por perjudicarnos. Y poco estamos haciendo para impedírselo.
Si nos quisiera, se ocuparía de los problemas de nuestro país antes que de los demás. Invertiría el dinero –que derrocha como si fuese suyo– en renovar la deteriorada infraestructura nacional. Construiría nuevas carreteras y autopistas en Venezuela, no en Nicaragua. Incentivaría la producción agrícola y pecuaria en Venezuela, no en Bolivia ni en Argentina. Invertiría la renta petrolera en nuevas viviendas para los venezolanos en vez de regalar gas en el Bronx, en reacondicionar los hospitales de Venezuela y pagarle mejor y puntualmente al personal en vez de regalar barriles de petróleo a Cuba, en dinamizar la economía nacional combinando los esfuerzos del sector público y del sector privado en vez de financiar asambleas constituyentes en Ecuador.
Si el gobierno nos quisiera, se esmeraría por convertir las guillotinas viales en autopistas y carreteras; ofrecería empleo a los médicos venezolanos y no a los extranjeros, en centros asistenciales bien equipados; establecería un eficiente y suficiente sistema de seguridad social para todos los venezolanos; repararía y construiría escuelas y liceos adecuados para el estudio, el recreo y la creatividad; mejoraría y pagaría puntualmente el sueldo de los docentes, subsidiaría cursos de mejoramiento profesional para ellos, y por nada del mundo desalojaría de institución alguna a los alumnos venezolanos para incorporar en sus lugares a estudiantes foráneos (v.g. Liceo Militar Arias).
Pero el gobierno no nos quiere, y tan inmerecido desamor nos lo demuestra en todo cuanto dice, hace y deshace. Parece que se ha propuesto extinguirnos a fuer de indiferencia. El desmantelamiento progresivo del sector productivo del país, la persecución sistemática a la empresa privada, el consiguiente aumento del desempleo y, por lo tanto, de la buhonería, han menoscabado seriamente la ya precaria calidad de vida de los venezolanos. Está promoviendo el empobrecimiento de los venezolanos a costa del enriquecimiento de los extranjeros que están en el país haciendo negocios con el gobierno, desde los cubanos hasta los chinos.
La discriminación, la descalificación, el ostracismo, la manipulación y el chantaje son los medios que emplea para someter a los ciudadanos a su arbitrio. Para Chávez en particular, los venezolanos somos una carga pesada, molesta, ingrata, indisciplinada e improductiva. Y nadie se salva, pues no pierde ocasión para quejarse de la ineptitud de sus funcionarios, reprenderlos y hasta destituirlos públicamente.
El hombre es tan soberbio y se cree tan sobrado que, así como decidió asumir el rol de legislador por decreto, dejando a la Asamblea Nacional de puro adorno, ahora se ha propuesto avasallar al Tribunal Supremo de Justicia. ¿Quién dice que no tiene a los poderes públicos en su puño? Y tanto los tiene que con ese mismo puño golpea, una y otra vez, la malograda dignidad de sus acólitos y la lesionada esperanza de sus adversarios.
Lo peor no es que el gobierno no nos quiere, sino que hace todo lo posible por perjudicarnos. Y poco estamos haciendo para impedírselo.
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