El País
"Un amigo está infectado por un virus y planea contagiar a otros. Algunos morirán. Tu única opción es dejar que ocurra o matarle. ¿Aprietas el gatillo?" Lo preguntan los neurocientíficos Marc Hauser y Antonio Damasio, pero es un dilema moral clásico. ¿Matarías a tu hijo para salvar a 10 personas? La mayoría de la gente responde que no, aun cuando admitan que deberían responder que sí, pero los pacientes de Hauser y Damasio apretarían el gatillo. El estudio demuestra por vez primera que las emociones son esenciales para el juicio moral.
Los pacientes de Hauser y Damasio creen que hacen lo moralmente correcto, puesto que matan a uno y salvan a diez. "Debido a su daño cerebral, tienen unas emociones sociales anormales, carecen de compasión y de empatía [la capacidad para ponerse en la piel del otro]", dice el miembro del equipo Ralph Adolphs, del Instituto Tecnológico de California (Caltech, en Pasadena).
"Los dilemas morales de esas características dividen internamente a la mayor parte de la gente, pero no a estos pacientes que hemos estudiado", afirma Damasio, último premio Príncipe de Asturias de investigación. El enfoque filosófico dominante ha sido el racionalista, que sostiene que la moral del individuo proviene de unos principios abstractos y del razonamiento consciente sobre ellos. Desde los años noventa, sin embargo, los estudios que han examinado la actividad cerebral asociada a tareas morales han apuntado una y otra vez a circuitos emocionales bien conocidos. Pero esa mera correlación no es ninguna amenaza para el racionalismo: podría no deberse a que la moral sea emocional, sino a que sea emocionante.
Los laboratorios de Antonio Damasio, de la Universidad de Iowa, y Marc Hauser, de Harvard, presentan hoy en Nature la demostración de ese nexo causal: la primera prueba experimental de que las emociones no sólo se asocian a los juicios morales, sino que son cruciales para elaborarlos.
Damasio y Hauser han examinado a seis personas con daños muy localizados en el córtex prefrontal ventromedial (VMPC), uno de los nodos centrales de la red emocional del cerebro, muy estudiado desde el 13 de septiembre 1848, cuando una explosión accidental disparó una barra de hierro de un metro de largo y seis kilos de peso exactamente hacia el VMPC de Phineas Gage, el capataz de una cuadrilla de trabajadores del ferrocarril. Sobrevivió, y sin daños en la capacidad del lenguaje ni en otras funciones intelectuales. Pero como dijo poco después un amigo suyo: "Este hombre ya no es Phineas Gage".
"Lo que es absolutamente asombroso", prosigue Hauser, "es lo selectivo que es el déficit. El daño en los lóbulos frontales deja intacto un conjunto de capacidades para resolver problemas morales, pero daña específicamente los juicios en los que una acción repugnante se pone en conflicto directo con un fuerte resultado utilitario".
El "utilitario" viene del utilitarismo, la moral del "mejor cuanta más gente quede satisfecha", o feliz, según versiones.
"Nuestro trabajo aporta la primera evidencia causal del papel de las emociones en los juicios morales", afirma Hauser. "Esto no quiere decir, sin embargo, que todo el razonamiento moral dependa de las emociones de manera tan fuerte".
Los pacientes de Hauser y Damasio creen que hacen lo moralmente correcto, puesto que matan a uno y salvan a diez. "Debido a su daño cerebral, tienen unas emociones sociales anormales, carecen de compasión y de empatía [la capacidad para ponerse en la piel del otro]", dice el miembro del equipo Ralph Adolphs, del Instituto Tecnológico de California (Caltech, en Pasadena).
"Los dilemas morales de esas características dividen internamente a la mayor parte de la gente, pero no a estos pacientes que hemos estudiado", afirma Damasio, último premio Príncipe de Asturias de investigación. El enfoque filosófico dominante ha sido el racionalista, que sostiene que la moral del individuo proviene de unos principios abstractos y del razonamiento consciente sobre ellos. Desde los años noventa, sin embargo, los estudios que han examinado la actividad cerebral asociada a tareas morales han apuntado una y otra vez a circuitos emocionales bien conocidos. Pero esa mera correlación no es ninguna amenaza para el racionalismo: podría no deberse a que la moral sea emocional, sino a que sea emocionante.
Los laboratorios de Antonio Damasio, de la Universidad de Iowa, y Marc Hauser, de Harvard, presentan hoy en Nature la demostración de ese nexo causal: la primera prueba experimental de que las emociones no sólo se asocian a los juicios morales, sino que son cruciales para elaborarlos.
Damasio y Hauser han examinado a seis personas con daños muy localizados en el córtex prefrontal ventromedial (VMPC), uno de los nodos centrales de la red emocional del cerebro, muy estudiado desde el 13 de septiembre 1848, cuando una explosión accidental disparó una barra de hierro de un metro de largo y seis kilos de peso exactamente hacia el VMPC de Phineas Gage, el capataz de una cuadrilla de trabajadores del ferrocarril. Sobrevivió, y sin daños en la capacidad del lenguaje ni en otras funciones intelectuales. Pero como dijo poco después un amigo suyo: "Este hombre ya no es Phineas Gage".
"Lo que es absolutamente asombroso", prosigue Hauser, "es lo selectivo que es el déficit. El daño en los lóbulos frontales deja intacto un conjunto de capacidades para resolver problemas morales, pero daña específicamente los juicios en los que una acción repugnante se pone en conflicto directo con un fuerte resultado utilitario".
El "utilitario" viene del utilitarismo, la moral del "mejor cuanta más gente quede satisfecha", o feliz, según versiones.
"Nuestro trabajo aporta la primera evidencia causal del papel de las emociones en los juicios morales", afirma Hauser. "Esto no quiere decir, sin embargo, que todo el razonamiento moral dependa de las emociones de manera tan fuerte".
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