Diario Las Américas
En muchos países de América Latina existen actualmente gobiernos de diversas tendencias de izquierda que han llegado al poder por vías democráticas. Por otra parte, en los demás países existen grandes segmentos del electorado que obedecen a los principios generales de una izquierda que, aunque algo amorfa, contiene elementos comunes en casi todos los casos.
Por ejemplo, todos se declaran a favor de la redención de los ciudadanos más pobres, también se declaran en contra de lo que entienden por neoliberalismo (aunque no lo comprendan), expresan unos grados variables de desconfianza sobre la empresa privada, tienden a creer que el estado debe ser poderoso para resolver los principales problemas del país y generalmente están inyectados con dosis más o menos fuertes de antiamericanismo. Lo que es extraordinario es que todo esto esté sucediendo a pesar del colapso del bloque socialista, del cual sólo quedan dos verdaderos esperpentos económicos y políticos representados por Cuba y Corea del Norte. Hasta Vietnam y China sirven para recordarle a cualquier ciudadano sintonizado con las ondas del Siglo XXI que los modelos marxistas, leninistas, estalinistas o simplemente estatistas tradicionales están obsoletos y que sólo traen miseria y estancamiento a los países.
En estas condiciones uno se pregunta ¿por qué esta preferencia enfermiza de los latinoamericanos en adoptar ideas no sólo obsoletas sino claramente perjudiciales? ¿Es que los que piensan en América Latina no se dan cuenta del disparate que sus pueblos están cometiendo?
Tratando de dar respuesta a estas interrogantes y en un esfuerzo por comprender las fuerzas que determinan el comportamiento de las masas, yo pienso que existe algo así como una inteligencia social. La defino como el conjunto de atributos que influye sobre el comportamiento colectivo de los miembros de una sociedad, de manera que lleva a las masas a tomar decisiones congruentes con sus propios intereses, o sea, decisiones socialmente racionales o inteligentes. Pero ¿a qué se debe que en América Latina se funcione con ese nivel tan bajo de inteligencia colectiva? No es porque los latinoamericanos sean menos inteligentes individualmente hablando. Por supuesto que nacen y se desarrollan tan inteligentes como cualquier otro ciudadano del mundo. Lo que hace que colectivamente funcionen tan ineficientemente es el vacío ideológico y de liderazgo que surge cuando se combinan la ignorancia de las masas, con la miopía y la desorganización de las clases más influyentes de cada país. Y los políticos más hábiles y oportunistas de la izquierda saben cómo llenar ese vacío.
Hace años, algunos acusaban de comunistas a los que señalaban que la pobreza masiva de los ciudadanos era el caldo de cultivo de los movimientos revolucionarios. Entonces se sabía menos de lo que sabemos hoy sobre el origen de la pobreza. Algunos hasta llegaban a acusar al pobre de ser el principal causante de su destino. Mientras tanto, ocurrían dos fenómenos paralelos. Muchos de los poderes económicos latinoamericanos dependían más del monopolio y de la protección estatal que de la libre competencia. Había empresa privada pero insuficiente libre empresa. Los monopolios privados, antes de que sobrevinieran los estatales, usaban sus influencias sobre los gobiernos respectivos para imponer trabas al desarrollo de la pequeña y mediana empresa, lo cual impedía más inversión, provocaba un alto nivel de desempleo y, por ende, mucha pobreza. Los intereses más acomodados no tenían incentivos para presionar a sus gobiernos para que liberalizaran sus economías. Tampoco tuvieron la visión de comprender que una mayoría de ciudadanos pobres, sin esperanzas de progresar económicamente, podrían caer algún día en manos de las fuerzas de la izquierda con promesas engañosas y así destruir, democráticamente, la base económica de naciones enteras.
Todo aquello ayudó a generar una gran cantidad de prejuicios en contra de la empresa privada, sin que se hiciera distinción entre la privada monopolística y la privada competitiva. Como una parte del mismo proceso maligno se incluyó erróneamente la envidiable economía de Estados Unidos y el antiamericanismo fue creciendo junto al populismo y las tendencias al totalitarismo que vemos hoy en día. Con esta atmósfera combustible sólo se necesitaba la chispa de cualquier ignaro atorrante como los Fidel Castro, Ché Guevara, Hugo Chávez, Evo Morales y compañía para comenzar los incendios revolucionarios de los últimos cincuenta años.
La lección es clara: hay que arrebatarle a la izquierda el monopolio de la lucha contra la pobreza y la injusticia. La democracia, las libertades civiles, la economía de mercado han demostrado tener la capacidad de mejorar las condiciones de vida de todos los ciudadanos. El índice de libertad económica que publica anualmente el Wall Street Journal conjuntamente con la Heritage Foundation (ya salió el del 2007) muestra que los países de mayor libertad económica son los más prósperos y donde menos pobres hay.
Es necesario que los grupos más acomodados de los diversos países se organicen para: a) ayudar a educar a sus respectivas ciudadanías sobre estos datos y conceptos; b) usar su influencia para modernizar sus aparatos estatales, liberalizar sus economías y minimizar la corrupción y c) propiciar instituciones democráticas en las que la mayoría del pueblo pueda confiar. De no hacer esto, se verán tarde o temprano arrastrados por el mismo tsunami político que acabó con Cuba, que azota a Venezuela y que está amagando con arrasar a Bolivia y quién sabe si a Nicaragua y a Ecuador.
Por ejemplo, todos se declaran a favor de la redención de los ciudadanos más pobres, también se declaran en contra de lo que entienden por neoliberalismo (aunque no lo comprendan), expresan unos grados variables de desconfianza sobre la empresa privada, tienden a creer que el estado debe ser poderoso para resolver los principales problemas del país y generalmente están inyectados con dosis más o menos fuertes de antiamericanismo. Lo que es extraordinario es que todo esto esté sucediendo a pesar del colapso del bloque socialista, del cual sólo quedan dos verdaderos esperpentos económicos y políticos representados por Cuba y Corea del Norte. Hasta Vietnam y China sirven para recordarle a cualquier ciudadano sintonizado con las ondas del Siglo XXI que los modelos marxistas, leninistas, estalinistas o simplemente estatistas tradicionales están obsoletos y que sólo traen miseria y estancamiento a los países.
En estas condiciones uno se pregunta ¿por qué esta preferencia enfermiza de los latinoamericanos en adoptar ideas no sólo obsoletas sino claramente perjudiciales? ¿Es que los que piensan en América Latina no se dan cuenta del disparate que sus pueblos están cometiendo?
Tratando de dar respuesta a estas interrogantes y en un esfuerzo por comprender las fuerzas que determinan el comportamiento de las masas, yo pienso que existe algo así como una inteligencia social. La defino como el conjunto de atributos que influye sobre el comportamiento colectivo de los miembros de una sociedad, de manera que lleva a las masas a tomar decisiones congruentes con sus propios intereses, o sea, decisiones socialmente racionales o inteligentes. Pero ¿a qué se debe que en América Latina se funcione con ese nivel tan bajo de inteligencia colectiva? No es porque los latinoamericanos sean menos inteligentes individualmente hablando. Por supuesto que nacen y se desarrollan tan inteligentes como cualquier otro ciudadano del mundo. Lo que hace que colectivamente funcionen tan ineficientemente es el vacío ideológico y de liderazgo que surge cuando se combinan la ignorancia de las masas, con la miopía y la desorganización de las clases más influyentes de cada país. Y los políticos más hábiles y oportunistas de la izquierda saben cómo llenar ese vacío.
Hace años, algunos acusaban de comunistas a los que señalaban que la pobreza masiva de los ciudadanos era el caldo de cultivo de los movimientos revolucionarios. Entonces se sabía menos de lo que sabemos hoy sobre el origen de la pobreza. Algunos hasta llegaban a acusar al pobre de ser el principal causante de su destino. Mientras tanto, ocurrían dos fenómenos paralelos. Muchos de los poderes económicos latinoamericanos dependían más del monopolio y de la protección estatal que de la libre competencia. Había empresa privada pero insuficiente libre empresa. Los monopolios privados, antes de que sobrevinieran los estatales, usaban sus influencias sobre los gobiernos respectivos para imponer trabas al desarrollo de la pequeña y mediana empresa, lo cual impedía más inversión, provocaba un alto nivel de desempleo y, por ende, mucha pobreza. Los intereses más acomodados no tenían incentivos para presionar a sus gobiernos para que liberalizaran sus economías. Tampoco tuvieron la visión de comprender que una mayoría de ciudadanos pobres, sin esperanzas de progresar económicamente, podrían caer algún día en manos de las fuerzas de la izquierda con promesas engañosas y así destruir, democráticamente, la base económica de naciones enteras.
Todo aquello ayudó a generar una gran cantidad de prejuicios en contra de la empresa privada, sin que se hiciera distinción entre la privada monopolística y la privada competitiva. Como una parte del mismo proceso maligno se incluyó erróneamente la envidiable economía de Estados Unidos y el antiamericanismo fue creciendo junto al populismo y las tendencias al totalitarismo que vemos hoy en día. Con esta atmósfera combustible sólo se necesitaba la chispa de cualquier ignaro atorrante como los Fidel Castro, Ché Guevara, Hugo Chávez, Evo Morales y compañía para comenzar los incendios revolucionarios de los últimos cincuenta años.
La lección es clara: hay que arrebatarle a la izquierda el monopolio de la lucha contra la pobreza y la injusticia. La democracia, las libertades civiles, la economía de mercado han demostrado tener la capacidad de mejorar las condiciones de vida de todos los ciudadanos. El índice de libertad económica que publica anualmente el Wall Street Journal conjuntamente con la Heritage Foundation (ya salió el del 2007) muestra que los países de mayor libertad económica son los más prósperos y donde menos pobres hay.
Es necesario que los grupos más acomodados de los diversos países se organicen para: a) ayudar a educar a sus respectivas ciudadanías sobre estos datos y conceptos; b) usar su influencia para modernizar sus aparatos estatales, liberalizar sus economías y minimizar la corrupción y c) propiciar instituciones democráticas en las que la mayoría del pueblo pueda confiar. De no hacer esto, se verán tarde o temprano arrastrados por el mismo tsunami político que acabó con Cuba, que azota a Venezuela y que está amagando con arrasar a Bolivia y quién sabe si a Nicaragua y a Ecuador.
Excelente análisis. Le manifiesto mi total aprobación con toda la modestia del caso.
ResponderEliminarJorge no seas burro, el autor del articulo es un neoliberal que llevó a Brasil a la miseria y que con su torpeza hizo posible el triunfo de lula, despierta!! No caigas en la trampa de estos animales!!!
ResponderEliminarNo fue Brasil fue uRUGUAY
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