Por Liliana Fasciani M.
Hace un momento concluyó la reunión del Grupo de Río, celebrada en la capital de República Dominicana. Asistió la mayoría de los presidentes latinoamericanos, pero el protagonismo fue, sin lugar a dudas, compartido por Álvaro Uribe, Rafael Correa, Hugo Chávez, Daniel Ortega y Cristina Fernández de Kichner.
Por turno, cada uno expuso sus reclamos, críticas, argumentos, réplicas y contrarréplicas sobre el asunto que ha ocupado los principales titulares de la prensa nacional e internacional durante las últimas dos semanas, a partir de la muerte "en combate" del guerrillero (a) Raúl Reyes y otros de sus camaradas.
A la vista y al oído de los dimes y diretes de esta cumbre, transmitidos por CNN a través de Globovisión, sostengo la tesis de que la política es un arte que se ejerce como oficio. La diferencia entre quienes se dedican a ella consiste, fundamentalmente, en que algunos saben hacer del oficio un arte, mientras otros pretenden ser artistas de un oficio que aún no aprenden. De ahí que pueda hablarse de políticos de altura y de enanos políticos. Sólo los estadistas pertenecen a la primera categoría.
Político de altura
El presidente colombiano, Álvaro Uribe, aunque su introducción fue dura y sin matices, inmediatamente se percató de ello y se cuidó de expresar sus argumentos con claridad y firmeza, pero sin agresiones ni ofensas. Se comportó el mandatario colombiano como un político avezado en arduas lides. Inteligente y hábil, midió cada palabra y tuvo el buen tino de dirigir a cada cual, con nombre y apellido, un mensaje directo. Defendió enérgicamente que la lucha contra las FARC "es un proyecto autónomo de Colombia", que ese ejército guerrillero es "terrorista y narcotraficante", y que para nadie es un secreto que matan y secuestran, desde hace más de cuarenta años, a los colombianos.
Sea porque en verdad lo siente, sea por mera formalidad, sea por conveniencia política, no se le debe negar el beneficio de la duda a quien, como Uribe, reconoció ante todos -y ante el mundo- haber ordenado el ataque a la base de las FARC en territorio ecuatoriano sin informar de ello, previamente, al gobierno de ese país, y pidió perdón por el hecho y sus consecuencias.
Enanos políticos
En este caso, no por ser el más joven, sino porque su comportamiento en este impasse le ha merecido el sitial de honor en la categoría de los "enanos políticos", Rafael Correa ha demostrado ser un muchacho inmaduro, engreído y rencoroso, incapaz de separar las emociones de la razón. Su intervención, cargada de acritud e insolencia, exhibió sin tapujos la soberbia del hombre y no permitió ver a un gobernante serio que se manejase con digna soltura. Se desbandó, más bien, en su indignación.
Teniendo tan buenas razones para plantear el problema de la incursión militar del ejército colombiano en territorio ecuatoriano, se dejó llevar por el impulso ciego de la ambigüedad conceptual. Interpretó y defendió la soberanía desde una única posición: la del gobierno de Colombia con respecto al territorio ecuatoriano; pero no aplicó dicha interpretación para referirse a la también ilegal incursión de una tropa de las FARC en su territorio. A ello se le añade que se negó a etiquetar de terroristas a estas fuerzas irregulares y repitió, al menos un par de veces, el estribillo de las "falacias" y las "mentiras" del gobierno colombiano.
Su exposición final fue aún peor que sus reclamos iniciales, pues -con la expresión huraña de un niño que se ve forzado a hacer las paces- una vez estrechada la mano de su colega colombiano, y habiendo ambos recibido los aplausos de los allí presentes, Correa, sin confianza y sin convicción en el gesto cortés, ni en el reconocimiento de la falta, ni en la intención de paz del presidente Uribe, insistió en que el incidente no fue tal, sino mucho más grave que eso, que aceptaba las disculpas por su condición de "caballero", pero que "en lo personal", él jamás perdonaría esa afrenta. En ese instante parecía que todo iba a retornar al punto de partida. Y probablemente es lo que, en realidad, el muchacho ecuatoriano, tanto en el fondo como en la superficie, deseaba, porque no disimuló en lo absoluto su desagrado. Da la impresión de que, por algún motivo -que será muy suyo-, Correa habría preferido otro desenlace, menos político y, por lo tanto, de más confrontación.
Otro de los "enanos políticos" es Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, de quien baste decir que es un misterio cómo logra combinar en su persona la indigencia mental con el oportunismo descarado. El siempre guerrillero sandinista se mueve como una veleta, según hacia dónde sople el viento de la revolución bolivariana, porque de ella depende su poder, su gobierno y su bolsillo.
También Cristina Kichner, presidenta de Argentina, recién aterrizada en el escenario de los Jefes de Estado gracias al paracaídas de su esposo Ernesto y a la contribución electoral de su buen amigo Chávez, debe aún pagar el noviciado para sentirse holgada en la cumbres del poder. Por el momento, sólo le preocupa su imagen, si la melena se desparrama sobre sus hombros, que la cámara no la capte con anteojos, que las luces no le dañen el maquillaje.
Su intervención fue todo un clásico del feminismo de los '70 con algunos ribetes mafaldianos. Por un momento pensé que estaba hablándole a un par de clones de Manolito cuando pidió a los mandatarios de Ecuador y Colombia que actuaran con "racionalidad", pero una fracción de segundo después se había convertido en Susanita para agregar "y no con actitudes que a veces nos adjudican a las mujeres". Sólo faltó que tipificara el conflicto como violencia de género.
El otro "enano" es Evo Morales, presidente de Bolivia, nueva colonia de Venezuela, que gobierna bajo la inducción y el protectorado del neoimperialista Hugo Chávez. De la intervención del sindicalista cocalero hay que reseñar lo único que se le escuchó decir, antes de que interrumpieran la transmisión para cederle el espacio al ministro colombiano que informó de la muerte, también "en combate" de (a) Iván Ríos, guerrillero del alto mando de las FARC.
Morales defendió el sindicalismo minero, el sindicalismo cocalero, el comunismo y, desde luego, negó rotundamente que esas organizaciones tuviesen nada qué ver con el narcotráfico, y finalizó con una enredada y aburrida exégesis contra el imperio, promotor y publicista de la especie de que ellos y las FARC son grupos terroristas. Evo, pupilo obediente y adocenado, se ha aprendido de memoria la lección impartida por su mecenas, y al igual que Ortega, sabe que su poder, su gobierno y su cuenta bancaria dependen de su incondicional sumisión.
Hugo Chávez, presidente de Venezuela, resucitador del socialismo comunista, neocolonizador del continente y generoso mentor de los prenombrados, salió del abismo de oscuridad donde perpetra toda clase de estrategias mediáticas, belicistas y desestabilizadoras, para llegar, convenientemente comedido y concilidador, proponiendo la paz a aquellos a los que hasta ayer nomás les metía casquillo y los conminaba a una declaración de guerra contra Colombia. De este sujeto nada hay que agregar a lo ya dicho, en este país y en cualquier otro, porque una década es más que suficiente para saber que, además de malvado e intrigante, el tipo es falso como un billete de 15 bolívares -débiles- o de 15 dólares.
Unos y otros de aquí y de allá
En cuanto al resto de los presidentes, digamos que hicieron su trabajo tan bien como todos los anteriores se lo permitieron, dada la diatriba y el estado sulfuroso en que se hallaban inicialmente los ánimos. Por supuesto, en este colectivo presidencial, pese a su habitual tendencia -cuestión de formalismos sociales, nada más- a imitar a las focas, algunos son estadistas y pertenecen a la categoría de políticos de altura, los otros se engañan creyendo que lo son, pero pertenecen a la categoría de los enanos políticos.
Hace un momento concluyó la reunión del Grupo de Río, celebrada en la capital de República Dominicana. Asistió la mayoría de los presidentes latinoamericanos, pero el protagonismo fue, sin lugar a dudas, compartido por Álvaro Uribe, Rafael Correa, Hugo Chávez, Daniel Ortega y Cristina Fernández de Kichner.
Por turno, cada uno expuso sus reclamos, críticas, argumentos, réplicas y contrarréplicas sobre el asunto que ha ocupado los principales titulares de la prensa nacional e internacional durante las últimas dos semanas, a partir de la muerte "en combate" del guerrillero (a) Raúl Reyes y otros de sus camaradas.
A la vista y al oído de los dimes y diretes de esta cumbre, transmitidos por CNN a través de Globovisión, sostengo la tesis de que la política es un arte que se ejerce como oficio. La diferencia entre quienes se dedican a ella consiste, fundamentalmente, en que algunos saben hacer del oficio un arte, mientras otros pretenden ser artistas de un oficio que aún no aprenden. De ahí que pueda hablarse de políticos de altura y de enanos políticos. Sólo los estadistas pertenecen a la primera categoría.
Político de altura
El presidente colombiano, Álvaro Uribe, aunque su introducción fue dura y sin matices, inmediatamente se percató de ello y se cuidó de expresar sus argumentos con claridad y firmeza, pero sin agresiones ni ofensas. Se comportó el mandatario colombiano como un político avezado en arduas lides. Inteligente y hábil, midió cada palabra y tuvo el buen tino de dirigir a cada cual, con nombre y apellido, un mensaje directo. Defendió enérgicamente que la lucha contra las FARC "es un proyecto autónomo de Colombia", que ese ejército guerrillero es "terrorista y narcotraficante", y que para nadie es un secreto que matan y secuestran, desde hace más de cuarenta años, a los colombianos.
Sea porque en verdad lo siente, sea por mera formalidad, sea por conveniencia política, no se le debe negar el beneficio de la duda a quien, como Uribe, reconoció ante todos -y ante el mundo- haber ordenado el ataque a la base de las FARC en territorio ecuatoriano sin informar de ello, previamente, al gobierno de ese país, y pidió perdón por el hecho y sus consecuencias.
Enanos políticos
En este caso, no por ser el más joven, sino porque su comportamiento en este impasse le ha merecido el sitial de honor en la categoría de los "enanos políticos", Rafael Correa ha demostrado ser un muchacho inmaduro, engreído y rencoroso, incapaz de separar las emociones de la razón. Su intervención, cargada de acritud e insolencia, exhibió sin tapujos la soberbia del hombre y no permitió ver a un gobernante serio que se manejase con digna soltura. Se desbandó, más bien, en su indignación.
Teniendo tan buenas razones para plantear el problema de la incursión militar del ejército colombiano en territorio ecuatoriano, se dejó llevar por el impulso ciego de la ambigüedad conceptual. Interpretó y defendió la soberanía desde una única posición: la del gobierno de Colombia con respecto al territorio ecuatoriano; pero no aplicó dicha interpretación para referirse a la también ilegal incursión de una tropa de las FARC en su territorio. A ello se le añade que se negó a etiquetar de terroristas a estas fuerzas irregulares y repitió, al menos un par de veces, el estribillo de las "falacias" y las "mentiras" del gobierno colombiano.
Su exposición final fue aún peor que sus reclamos iniciales, pues -con la expresión huraña de un niño que se ve forzado a hacer las paces- una vez estrechada la mano de su colega colombiano, y habiendo ambos recibido los aplausos de los allí presentes, Correa, sin confianza y sin convicción en el gesto cortés, ni en el reconocimiento de la falta, ni en la intención de paz del presidente Uribe, insistió en que el incidente no fue tal, sino mucho más grave que eso, que aceptaba las disculpas por su condición de "caballero", pero que "en lo personal", él jamás perdonaría esa afrenta. En ese instante parecía que todo iba a retornar al punto de partida. Y probablemente es lo que, en realidad, el muchacho ecuatoriano, tanto en el fondo como en la superficie, deseaba, porque no disimuló en lo absoluto su desagrado. Da la impresión de que, por algún motivo -que será muy suyo-, Correa habría preferido otro desenlace, menos político y, por lo tanto, de más confrontación.
Otro de los "enanos políticos" es Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, de quien baste decir que es un misterio cómo logra combinar en su persona la indigencia mental con el oportunismo descarado. El siempre guerrillero sandinista se mueve como una veleta, según hacia dónde sople el viento de la revolución bolivariana, porque de ella depende su poder, su gobierno y su bolsillo.
También Cristina Kichner, presidenta de Argentina, recién aterrizada en el escenario de los Jefes de Estado gracias al paracaídas de su esposo Ernesto y a la contribución electoral de su buen amigo Chávez, debe aún pagar el noviciado para sentirse holgada en la cumbres del poder. Por el momento, sólo le preocupa su imagen, si la melena se desparrama sobre sus hombros, que la cámara no la capte con anteojos, que las luces no le dañen el maquillaje.
Su intervención fue todo un clásico del feminismo de los '70 con algunos ribetes mafaldianos. Por un momento pensé que estaba hablándole a un par de clones de Manolito cuando pidió a los mandatarios de Ecuador y Colombia que actuaran con "racionalidad", pero una fracción de segundo después se había convertido en Susanita para agregar "y no con actitudes que a veces nos adjudican a las mujeres". Sólo faltó que tipificara el conflicto como violencia de género.
El otro "enano" es Evo Morales, presidente de Bolivia, nueva colonia de Venezuela, que gobierna bajo la inducción y el protectorado del neoimperialista Hugo Chávez. De la intervención del sindicalista cocalero hay que reseñar lo único que se le escuchó decir, antes de que interrumpieran la transmisión para cederle el espacio al ministro colombiano que informó de la muerte, también "en combate" de (a) Iván Ríos, guerrillero del alto mando de las FARC.
Morales defendió el sindicalismo minero, el sindicalismo cocalero, el comunismo y, desde luego, negó rotundamente que esas organizaciones tuviesen nada qué ver con el narcotráfico, y finalizó con una enredada y aburrida exégesis contra el imperio, promotor y publicista de la especie de que ellos y las FARC son grupos terroristas. Evo, pupilo obediente y adocenado, se ha aprendido de memoria la lección impartida por su mecenas, y al igual que Ortega, sabe que su poder, su gobierno y su cuenta bancaria dependen de su incondicional sumisión.
Hugo Chávez, presidente de Venezuela, resucitador del socialismo comunista, neocolonizador del continente y generoso mentor de los prenombrados, salió del abismo de oscuridad donde perpetra toda clase de estrategias mediáticas, belicistas y desestabilizadoras, para llegar, convenientemente comedido y concilidador, proponiendo la paz a aquellos a los que hasta ayer nomás les metía casquillo y los conminaba a una declaración de guerra contra Colombia. De este sujeto nada hay que agregar a lo ya dicho, en este país y en cualquier otro, porque una década es más que suficiente para saber que, además de malvado e intrigante, el tipo es falso como un billete de 15 bolívares -débiles- o de 15 dólares.
Unos y otros de aquí y de allá
En cuanto al resto de los presidentes, digamos que hicieron su trabajo tan bien como todos los anteriores se lo permitieron, dada la diatriba y el estado sulfuroso en que se hallaban inicialmente los ánimos. Por supuesto, en este colectivo presidencial, pese a su habitual tendencia -cuestión de formalismos sociales, nada más- a imitar a las focas, algunos son estadistas y pertenecen a la categoría de políticos de altura, los otros se engañan creyendo que lo son, pero pertenecen a la categoría de los enanos políticos.
Totalmente de acuerdo contigo sobre lo que paso hoyen la Cumbre de Rio.
ResponderEliminarMe gustaria agregar a la categoria de Politicos de altura al Presidente dominicano Leonel Fernandez, me parecio que hizo un excelente trabajo como anfitrion y por demas llevar de la manera mas diplomatica posible la cayapa entre Correa, Chavez, Ortega VS Uribe.
El gesto de reconciliación le quedo como maestra de escuela pero me pareció un buen acto (y propio para el momento).
Saludos
Excelente artículo, por favor corregir el nombre del ex presidente argentino, simplemente es Nestor, seguro fue un lapsus...
ResponderEliminarDisculpen, pero creo uue estaban viendo otra pelícua... claro, la de Globovisión... ¡Qué dignidad y caballerosidad la de Correa, representante del pueblo y presidente del país agredido! ¡Qué lucidez y cultura la del presidente Chávez! ¡Con qué claros argumentos y de qué modo prudente llamó las cosas por su nombre! Una cátedra de diplomacia.
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