Por Marcos Carrillo Perera
Ni el regaño real ni los pistoleros tarifados del Gobierno ni el cinismo proverbial del ministro de Interiores pueden opacar el brillo y el ardor demostrado por los estudiantes en el último año y, en especial, durante la semana pasada.
Los acontecimientos más importantes de la semana anterior fueron, sin duda, la sucesión de manifestaciones organizadas por los estudiantes en todo el país, que tuvieron su expresión más acabada en la marcha hacia el TSJ y en las brillantes intervenciones dentro y fuera de la sede del máximo tribunal de la República. Ahí se vio el país que podemos ser.
Una excelente preparación de las exposiciones fue blindada por una organización que ya hubiese querido tener el Gobierno al menos en una de las colas del megamercal. Cada paso que se dio estaba lleno de fe, valentía y acción. Todo sometido a los designios de la razón. No hubo improvisación. Por el contrario, hubo una concienzuda gestación de las actividades que inclusive obligó al ministro de Relaciones Interiores a sentarse en una mesa para comprometerlo a cumplir con su trabajo -lo que le cuesta tanto.
Plantearon argumentos sólidos e ideas progresistas tanto de orden jurídico como político que fueron expuestas mediante una magnifica oratoria. Sólo el estudio y la dedicación permiten este tipo de actuación.
Ese día la noche llegó anticipadamente a la UCV cuando pretendidos estudiantes, borrachos de rencor y alimentados por la letanía de la violencia rezada tres días antes por el Presidente, mostraron como único argumento una colección de armas cortas y largas. No hubo diálogo, ideas o debate. Sólo la más atávica forma de imponer dogmas. Esa obscenidad sólo produjo el repudio colectivo a diferencia de la aclamación general de las demostraciones de los estudiantes de verdad.
Pero los defensores de la libertad fueron impermeables a las amenazas, los tiros, los robos y los heridos. Una vez más se comprobó que las universidades siempre son, y serán, el bastión inexpugnable de la libertad. La irracionalidad ajena al campus no ha podido ganar ni un subdelegado de un salón.
De allí que sea en el ámbito de la racionalidad donde los monjes del terror pierden toda esperanza. La razón ha demostrado ser el instrumento más eficaz que se puede utilizar para la lucha por la libertad y la justicia. Ella desequilibra y desespera a los autócratas.
Ni el regaño real ni los pistoleros tarifados del Gobierno ni el cinismo proverbial del ministro de Interiores pueden opacar el brillo y el ardor demostrado por los estudiantes en el último año y, en especial, durante la semana pasada.
Los acontecimientos más importantes de la semana anterior fueron, sin duda, la sucesión de manifestaciones organizadas por los estudiantes en todo el país, que tuvieron su expresión más acabada en la marcha hacia el TSJ y en las brillantes intervenciones dentro y fuera de la sede del máximo tribunal de la República. Ahí se vio el país que podemos ser.
Una excelente preparación de las exposiciones fue blindada por una organización que ya hubiese querido tener el Gobierno al menos en una de las colas del megamercal. Cada paso que se dio estaba lleno de fe, valentía y acción. Todo sometido a los designios de la razón. No hubo improvisación. Por el contrario, hubo una concienzuda gestación de las actividades que inclusive obligó al ministro de Relaciones Interiores a sentarse en una mesa para comprometerlo a cumplir con su trabajo -lo que le cuesta tanto.
Plantearon argumentos sólidos e ideas progresistas tanto de orden jurídico como político que fueron expuestas mediante una magnifica oratoria. Sólo el estudio y la dedicación permiten este tipo de actuación.
Ese día la noche llegó anticipadamente a la UCV cuando pretendidos estudiantes, borrachos de rencor y alimentados por la letanía de la violencia rezada tres días antes por el Presidente, mostraron como único argumento una colección de armas cortas y largas. No hubo diálogo, ideas o debate. Sólo la más atávica forma de imponer dogmas. Esa obscenidad sólo produjo el repudio colectivo a diferencia de la aclamación general de las demostraciones de los estudiantes de verdad.
Pero los defensores de la libertad fueron impermeables a las amenazas, los tiros, los robos y los heridos. Una vez más se comprobó que las universidades siempre son, y serán, el bastión inexpugnable de la libertad. La irracionalidad ajena al campus no ha podido ganar ni un subdelegado de un salón.
De allí que sea en el ámbito de la racionalidad donde los monjes del terror pierden toda esperanza. La razón ha demostrado ser el instrumento más eficaz que se puede utilizar para la lucha por la libertad y la justicia. Ella desequilibra y desespera a los autócratas.
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