Por Liliana Fasciani M.
Hay que ser caradura para aparecer ante el país, en cadena nacional, con el único propósito de mentir. Hay que ser un irresponsable y muy falta de respeto para declarar falsa una verdad tan contundente como la que han mostrado las imágenes en los medios de comunicación de Venezuela y del mundo. Una verdad que, además, hemos vivido en carne propia. Una verdad que tiene a todo el pueblo de testigo. Una verdad que no se borra con dinero, ni con amenazas, ni con calumnias.
Pedro Carreño es el mejor ejemplo de lo peor que puede haber en un país: tener como ciudadano a quien carece de sentido cívico; admitir en las Fuerzas Armadas a quien pisotea el honor de su divisa; nombrar funcionario público a quien no reúne condiciones para ello, menos todavía para ocupar un cargo de la importancia del Ministerio del Interior y Justicia.
¿No le da vergüenza hacer ese papel que es más bien un papelón? ¿Cómo mira a sus hijos después de pronunciar cada falacia? ¿Qué puede saber alguien como él de ética, honor, conciencia, verdad?
Ese hombre miente con la mayor insolencia, impasible, mecánicamente. Es más que evidente cuán habituado está a la práctica de la farsa continua, haciendo del engaño una forma de vida o una manera de ganarse la vida. ¿Es ese el prototipo del revolucionario bolivariano? Sin duda, lo es, porque tal como Pedro Carreño, actúan los demás secuaces de este gobierno. Sólo saben mentir y lo hacen compulsivamente, descocadamente.
Es una vergüenza para nosotros que el país esté en manos de gente sin nobleza de espíritu ni de sentimientos. Es un insulto a nuestra inteligencia pretender embaucarnos con argumentos que se desbaratan por si solos, apenas son pronunciados. Es una burla fea y odiosa la que hace este sujeto de la paciencia del pueblo venezolano. Es una vileza comportarse de ese modo, exhibiendo sin pudor y sin remordimiento su ilimitada capacidad para el infundio.
La característica más relevante de su gestión ministerial es, precisamente, la mentira: miente cuando anuncia las estadísticas criminales, miente cuando afirma que las muertes por ajustes de cuentas entre bandas delictivas no son homicidios, miente cuando asegura que ha logrado controlar y reducir el índice de violencia en el país, y miente de nuevo, ahora, cuando se atreve a imputar a los estudiantes los actos cometidos por los hampones a sueldo del gobierno.
Hora es ya de que Pedro Carreño sepa que en Venezuela nadie le cree. Como nadie le creyó cuando intentó atemorizar a los incautos con el cuento del decodificador espía. Como nadie le creyó cuando tuvo el descaro de declarar que le constaba la muerte de Vladimiro Montesinos.
¿Qué crédito puede dársele a quien es más falso que un billete de Bs.15,oo?
Hay que ser caradura para aparecer ante el país, en cadena nacional, con el único propósito de mentir. Hay que ser un irresponsable y muy falta de respeto para declarar falsa una verdad tan contundente como la que han mostrado las imágenes en los medios de comunicación de Venezuela y del mundo. Una verdad que, además, hemos vivido en carne propia. Una verdad que tiene a todo el pueblo de testigo. Una verdad que no se borra con dinero, ni con amenazas, ni con calumnias.
Pedro Carreño es el mejor ejemplo de lo peor que puede haber en un país: tener como ciudadano a quien carece de sentido cívico; admitir en las Fuerzas Armadas a quien pisotea el honor de su divisa; nombrar funcionario público a quien no reúne condiciones para ello, menos todavía para ocupar un cargo de la importancia del Ministerio del Interior y Justicia.
¿No le da vergüenza hacer ese papel que es más bien un papelón? ¿Cómo mira a sus hijos después de pronunciar cada falacia? ¿Qué puede saber alguien como él de ética, honor, conciencia, verdad?
Ese hombre miente con la mayor insolencia, impasible, mecánicamente. Es más que evidente cuán habituado está a la práctica de la farsa continua, haciendo del engaño una forma de vida o una manera de ganarse la vida. ¿Es ese el prototipo del revolucionario bolivariano? Sin duda, lo es, porque tal como Pedro Carreño, actúan los demás secuaces de este gobierno. Sólo saben mentir y lo hacen compulsivamente, descocadamente.
Es una vergüenza para nosotros que el país esté en manos de gente sin nobleza de espíritu ni de sentimientos. Es un insulto a nuestra inteligencia pretender embaucarnos con argumentos que se desbaratan por si solos, apenas son pronunciados. Es una burla fea y odiosa la que hace este sujeto de la paciencia del pueblo venezolano. Es una vileza comportarse de ese modo, exhibiendo sin pudor y sin remordimiento su ilimitada capacidad para el infundio.
La característica más relevante de su gestión ministerial es, precisamente, la mentira: miente cuando anuncia las estadísticas criminales, miente cuando afirma que las muertes por ajustes de cuentas entre bandas delictivas no son homicidios, miente cuando asegura que ha logrado controlar y reducir el índice de violencia en el país, y miente de nuevo, ahora, cuando se atreve a imputar a los estudiantes los actos cometidos por los hampones a sueldo del gobierno.
Hora es ya de que Pedro Carreño sepa que en Venezuela nadie le cree. Como nadie le creyó cuando intentó atemorizar a los incautos con el cuento del decodificador espía. Como nadie le creyó cuando tuvo el descaro de declarar que le constaba la muerte de Vladimiro Montesinos.
¿Qué crédito puede dársele a quien es más falso que un billete de Bs.15,oo?
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