Por José Brechner
Hollywood, la Meca de lo superfluo, tiene peculiares exponentes de la insustancialidad que quieren trascender más allá del set. Entre los que ansían mayor publicidad está Richard Gere, que viajó a Managua cuando Daniel Ortega gobernaba con el Movimiento Sandinista, a felicitarlo por los hermosos cambios que culminaron con la muerte de decenas de miles de nicaragüenses. Los Sandinistas eran comunistas y Gere estaba muy feliz de verlos en el poder. Contradictoriamente, al mismo tiempo que aplaudía a Ortega, utilizó toda palestra para atacar a los comunistas chinos por su ocupación del Tíbet. Y el actorcillo podría explicar ¿cuál es la diferencia filosófica entre un represivo comunista chino y uno nicaragüense?
Otro político hollywoodense de la nueva generación socialista es Sean Penn, ruidoso “pacifista” que atacó violentamente a un fotógrafo y que lleva un revólver cargado en su automóvil. El actor fue a Caracas a reunirse con Hugo Chávez con quien compartió muchas confraternales horas, para interiorizarse de los pormenores de las esplendorosas reformas que harán de Venezuela una potencia mundial. Penn es un progre enemigo acérrimo de Bush, como la mayoría de los artistas de cine, cuya inteligencia les sirve para aprender las líneas de una escena, elegir a la decoradora de interiores más exquisita de Beverly Hills y despilfarrar dinero en Rodeo Drive.
Los actores son buenos para interpretar vidas ajenas, pero cuando se trata de asumir la propia, su idílico mundo está plagado de retorcidos dramas, neurosis y vicios, incongruentes con su atractiva imagen proyectada en la pantalla. Siempre en busca de cobertura mediática, se inmiscuyen en delicadísimos asuntos de los que entienden poco o nada, en el más peligroso tiempo de guerra que haya vivido la humanidad por su carácter global-nuclear. Parece que las estrellas sólo distinguen a los buenos de los malos en la ficción, pero no pueden discernir claramente a los héroes de los villanos en la realidad. Al ser apreciados por un multitudinario público que se encandila con su belleza o histrionismo, influyen desmedidamente en el pensamiento colectivo.
Naomi Campbell, soberbia y temperamental, conocida en las pasarelas como la más bruta entre sus colegas, quienes no pierden oportunidad para burlarse abiertamente de su falta de cerebro, en un ambiente donde éste no sobra, quedó maravillada con Chávez en su reciente tournée por Venezuela.
Más peligrosos que los actores y las modelos, son los directores de cine como Michael Moore, el multimillonario comunista con apariencia de obrero, que odia a su país pero nunca viviría en Cuba. El desagradable fantoche fabrica propaganda antiamericana aprovechando de la libertad que no tendría en ningún estado socialista, y genera tal aversión contra los Estados Unidos, que Osama Bin Laden gustoso le daría un premio.
En otra dimensión se encuentra Steven Spielberg, un hombre que ama a la humanidad sin retaceos y que también hizo su film político, en el que trata de ser “equitativo e imparcial” con los fanáticos islamistas, quienes en uno de los actos más infames de la historia, asesinaron a los atletas israelíes en las Olimpiadas de Munich. Nunca sucedió un crimen semejante, los juegos olímpicos, símbolo de la paz y confraternidad entre las naciones se bañaron de sangre, pero para Spielberg nadie fue culpable de nada, todos fueron víctimas, y el conflicto del Medio Oriente surgió de la nada absoluta.
El problema de los famosos de la farándula, que generalmente nadan en aguas poco profundas, desean agradar a todos, y siguiendo la decadente corriente de moda, hoy son izquierdistas, es que tienen demasiado dinero y eso les provoca sentimientos de culpa. Tal vez consideran –atinadamente-- que no merecen tanta fortuna. Su autodestructiva incoherencia sirve de soporte e incentivo a los enemigos de la democracia, que los usan para justificar su autoritarismo, su belicosidad y su deseo de destrucción del sistema. La elite hollywoodense no logra comprender que los extremistas buscan arrasar con su forma de vida, su país y su cultura, que incluye también a sus películas y sus sensuales modelitos en ropa interior.
Hollywood, la Meca de lo superfluo, tiene peculiares exponentes de la insustancialidad que quieren trascender más allá del set. Entre los que ansían mayor publicidad está Richard Gere, que viajó a Managua cuando Daniel Ortega gobernaba con el Movimiento Sandinista, a felicitarlo por los hermosos cambios que culminaron con la muerte de decenas de miles de nicaragüenses. Los Sandinistas eran comunistas y Gere estaba muy feliz de verlos en el poder. Contradictoriamente, al mismo tiempo que aplaudía a Ortega, utilizó toda palestra para atacar a los comunistas chinos por su ocupación del Tíbet. Y el actorcillo podría explicar ¿cuál es la diferencia filosófica entre un represivo comunista chino y uno nicaragüense?
Otro político hollywoodense de la nueva generación socialista es Sean Penn, ruidoso “pacifista” que atacó violentamente a un fotógrafo y que lleva un revólver cargado en su automóvil. El actor fue a Caracas a reunirse con Hugo Chávez con quien compartió muchas confraternales horas, para interiorizarse de los pormenores de las esplendorosas reformas que harán de Venezuela una potencia mundial. Penn es un progre enemigo acérrimo de Bush, como la mayoría de los artistas de cine, cuya inteligencia les sirve para aprender las líneas de una escena, elegir a la decoradora de interiores más exquisita de Beverly Hills y despilfarrar dinero en Rodeo Drive.
Los actores son buenos para interpretar vidas ajenas, pero cuando se trata de asumir la propia, su idílico mundo está plagado de retorcidos dramas, neurosis y vicios, incongruentes con su atractiva imagen proyectada en la pantalla. Siempre en busca de cobertura mediática, se inmiscuyen en delicadísimos asuntos de los que entienden poco o nada, en el más peligroso tiempo de guerra que haya vivido la humanidad por su carácter global-nuclear. Parece que las estrellas sólo distinguen a los buenos de los malos en la ficción, pero no pueden discernir claramente a los héroes de los villanos en la realidad. Al ser apreciados por un multitudinario público que se encandila con su belleza o histrionismo, influyen desmedidamente en el pensamiento colectivo.
Naomi Campbell, soberbia y temperamental, conocida en las pasarelas como la más bruta entre sus colegas, quienes no pierden oportunidad para burlarse abiertamente de su falta de cerebro, en un ambiente donde éste no sobra, quedó maravillada con Chávez en su reciente tournée por Venezuela.
Más peligrosos que los actores y las modelos, son los directores de cine como Michael Moore, el multimillonario comunista con apariencia de obrero, que odia a su país pero nunca viviría en Cuba. El desagradable fantoche fabrica propaganda antiamericana aprovechando de la libertad que no tendría en ningún estado socialista, y genera tal aversión contra los Estados Unidos, que Osama Bin Laden gustoso le daría un premio.
En otra dimensión se encuentra Steven Spielberg, un hombre que ama a la humanidad sin retaceos y que también hizo su film político, en el que trata de ser “equitativo e imparcial” con los fanáticos islamistas, quienes en uno de los actos más infames de la historia, asesinaron a los atletas israelíes en las Olimpiadas de Munich. Nunca sucedió un crimen semejante, los juegos olímpicos, símbolo de la paz y confraternidad entre las naciones se bañaron de sangre, pero para Spielberg nadie fue culpable de nada, todos fueron víctimas, y el conflicto del Medio Oriente surgió de la nada absoluta.
El problema de los famosos de la farándula, que generalmente nadan en aguas poco profundas, desean agradar a todos, y siguiendo la decadente corriente de moda, hoy son izquierdistas, es que tienen demasiado dinero y eso les provoca sentimientos de culpa. Tal vez consideran –atinadamente-- que no merecen tanta fortuna. Su autodestructiva incoherencia sirve de soporte e incentivo a los enemigos de la democracia, que los usan para justificar su autoritarismo, su belicosidad y su deseo de destrucción del sistema. La elite hollywoodense no logra comprender que los extremistas buscan arrasar con su forma de vida, su país y su cultura, que incluye también a sus películas y sus sensuales modelitos en ropa interior.
No hay comentarios :
Publicar un comentario
Exprésate libremente.
En este blog no se permiten comentarios de personas anónimas.