¿Qué queda del marxismo? ¿Qué es la izquierda? Preguntas como éstas inundaron a partir de los 80 los programas y manifiestos de la izquierda europea. Junto a sesudas reflexiones sobre la vigencia de éste o aquél párrafo de Marx, en los textos había llamados a la creación de frentes basados en el estilo de vida, la etnia o raza, el género y la orientación sexual, como alternativa al neoliberalismo. Eran propuestas basadas en teorías de varios autores europeos que ya habían cuajado en EEUU.
Paradójicamente, no fue hasta su triunfo definitivo entre la progresía americana que la izquierda europea las hizo suyas. Un curioso viaje de ida y vuelta que para Paul E. Gottfried, catedrático de Humanidades y profesor adjunto del Mises Institute, desmiente el popular argumento neoconservador que culpa a los europeos de la sustitución del igualitarismo por el particularismo y el relativismo como eje de la izquierda estadounidense.
Partiendo de las preguntas sobre el cómo y el porqué del declive electoral del comunismo y de la paulatina desaparición del discurso clasista en Europa, el autor se propone explicar el proceso por el cual la izquierda europea ha pasado a ser "parasitaria de las modas americanas". Una hipótesis de trabajo "que tanto los defensores de América como los izquierdistas europeos rechazarían con idéntica indignación" y que Gottfried defiende de forma rigurosa y persuasiva a lo largo de las páginas del libro, aunque de forma un tanto impresionista y discontinua, tal vez debido a que este trabajo es en buena parte la compilación de diversos avances publicados en algunas revistas especializadas. Sin embargo, tanto el planteamiento de una hipótesis alternativa, que no inédita (entre otros, el autor cita a Jean-François Revel y al sociólogo alemán Arnold Gehlen como precursores de este enfoque), como la ingente cantidad de datos aportada para apoyarla convierten esta investigación en una obra de obligada referencia para todos los interesados en política comparada.
En efecto, el análisis del comunismo de posguerra muestra un paulatino desencanto con la ortodoxia marxista-leninista proveniente de Moscú, sobre todo entre los llamados "comunistas existencialistas", aquellos intelectuales y burgueses que apoyaron esa ideología por motivos morales y personales. En la búsqueda de una nueva ortodoxia, se produce una revalorización general de los primeros escritos de Marx y un redescubrimiento de la raíz hegeliana de su pensamiento, lo que dio pie a interesantes polémicas en el seno del comunismo entre autores como Althusser, que buscaban al Marx esencial al final de su vida, y otros que hallaban en obras como La cuestión judía y La ideología alemana el argumento principal de su crítica a la sociedad burguesía y al capitalismo. Al mismo tiempo, se desarrolla una crítica radical a EEUU por su presunto imperialismo, un discurso que adopta un guión conocido en algunos círculos conservadores y aislacionistas norteamericanos, y se da un "giro hacia los trópicos" que lleva al ensalzamiento de las dictaduras castrista y maoísta y que se manifiesta en fenómenos como la Teología de la Liberación.
En este contexto, autores como Sartre hacen un renovado hincapié en los límites morales de la vida burguesa, mientras que en Italia Antonio Gramsci es rescatado por su énfasis en la modificación de la conciencia política y cultural como paso previo e imprescindible a la creación del nuevo orden socialista.
Sin embargo, la formulación más sistemática e influyente del neomarxismo se debe a los miembros de la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Marcuse, etc.), cuyos trabajos encontraron en EEUU el terreno más apropiado para su aceptación, difusión y finalmente traducción en políticas públicas, emuladas más tarde en Europa. Así, La personalidad autoritaria (1950), el estudio de Adorno sobre las raíces psicológicas de la mentalidad autoritaria, establece un vínculo entre nociones como conservadurismo, patriotismo, religiosidad y liberalismo económico y ciertas tendencias profascistas. La premisa subyacente a ésta y otras investigaciones posteriores es la existencia de "un desorden emocional inherente al capitalismo tardío", lo cual propició el desarrollo de posturas políticas antiburguesas militantes ajenas a los presupuestos económicos marxistas.
Autores como Fromm ya habían señalado "el vínculo destructivo entre el cristianismo y la personalidad autoritaria", mientras que Marcuse reelabora en los años 60 y 70 su crítica al capitalismo como sexualmente represivo, y más tarde Foucault irrumpirá con sus teorías sobre el sadismo de las sociedades occidentales. Cabe destacar el anti-anticomunismo agresivo de estos socialistas, hábilmente disfrazado de antifascismo y lucha contra los prejuicios, conceptos adoptados por la mayoría de los medios de comunicación, las agencias estatales y las empresas del entretenimiento de EEUU:
Los teóricos de la Escuela de Frankfurt elaboraron una definición de fascismo que retóricamente podría aplicarse a cualquier cosa que se considere retrógrada o insensible. Puede ser que éste no haya sido su único logro conceptual, pero ha sido el más significativo desde el punto de vista histórico.
A partir de los años 80, la izquierda europea busca, igual que lo había hecho la progresía americana diez o quince años antes, aliarse con los inmigrantes y con "una clase profesional en ascenso que estaba dejando de lado los valores cristianos burgueses", como respuesta al abandono del comunismo por parte de la clase obrera continental, en beneficio de opciones nacional-populistas. Simultáneamente, los partidos socialistas comienzan a adoptar algunos rasgos comunistas, como la negación de los crímenes estalinistas y en general soviéticos, el fomento de una memoria selectiva que subraya el Holocausto y tacha de fascista a todo aquel que encuentre coincidencias entre el nazismo y el bolchevismo y, por último, el intento de monopolizar la educación y la conversación cultural en torno a la negación del valor de la tradición nacional y la crítica implacable a todo lo que suene a liberal, burgués o cristiano.
Se trata de la creación de una nueva religión política, algo cercano a lo que Tocqueville denominó le doux depotisme, representado en Francia por lo que Jean Sévillia denomina le terrorisme intellectuel. Así, tal y como comenzaron a hacer los progresistas en EEUU, el comunismo se valora como experiencia humanitaria y la izquierda se presenta como poseedora de una "pureza de intenciones". Al mismo tiempo, la tolerancia es redefinida como "glorificación de lo extranjero y de lo antioccidental", y se fomenta un laicismo que asimila buena parte de los elementos religiosos que reemplaza. Asimismo, todas las continuidades históricas son vistas como imperfecciones que demuestran que la nación no ha ido lo bastante lejos en su ruptura con el pasado autoritario.
En este último punto, el autor describe los casos alemán e italiano, enormemente instructivos para el lector español, que comprobará que la memoria histórica y los distintos memoriales democráticos promovidos por la izquierda y los nacionalistas, y miopemente apoyados por alguna mediática parlamentaria "liberal-conservadora" del Partido Popular en Cataluña, no son en absoluto una excepcionalidad española (aunque sí su éxito y la rapidez con que se han impuesto).
En fin, estamos ante una izquierda menos violenta pero "más radical a nivel cultural y social", contra la que se ha opuesto "un menor grado de resistencia explícita" debido, sobre todo, a una "falsificación de lo que está sucediendo". Una impostura que pretende la sustitución de la sociedad liberal burguesa por una "democracia administrativa" y elitista cuyos principales agentes son la mal llamada educación en la tolerancia y el aislamiento de los "ofensivos fanáticos". Un intento de "transformación antropológica" contra el que, en opinión del autor, los europeos carecen de las herramientas de resistencia de la sociedad norteamericana. Sin duda, una ominosa profecía cuyo desmentido pasa, según Gottfried, por el liderazgo de una elite que se enfrente a la campaña multicultural de la izquierda posmarxista, algo difícil de visualizar por el momento.
Paradójicamente, no fue hasta su triunfo definitivo entre la progresía americana que la izquierda europea las hizo suyas. Un curioso viaje de ida y vuelta que para Paul E. Gottfried, catedrático de Humanidades y profesor adjunto del Mises Institute, desmiente el popular argumento neoconservador que culpa a los europeos de la sustitución del igualitarismo por el particularismo y el relativismo como eje de la izquierda estadounidense.
Partiendo de las preguntas sobre el cómo y el porqué del declive electoral del comunismo y de la paulatina desaparición del discurso clasista en Europa, el autor se propone explicar el proceso por el cual la izquierda europea ha pasado a ser "parasitaria de las modas americanas". Una hipótesis de trabajo "que tanto los defensores de América como los izquierdistas europeos rechazarían con idéntica indignación" y que Gottfried defiende de forma rigurosa y persuasiva a lo largo de las páginas del libro, aunque de forma un tanto impresionista y discontinua, tal vez debido a que este trabajo es en buena parte la compilación de diversos avances publicados en algunas revistas especializadas. Sin embargo, tanto el planteamiento de una hipótesis alternativa, que no inédita (entre otros, el autor cita a Jean-François Revel y al sociólogo alemán Arnold Gehlen como precursores de este enfoque), como la ingente cantidad de datos aportada para apoyarla convierten esta investigación en una obra de obligada referencia para todos los interesados en política comparada.
En efecto, el análisis del comunismo de posguerra muestra un paulatino desencanto con la ortodoxia marxista-leninista proveniente de Moscú, sobre todo entre los llamados "comunistas existencialistas", aquellos intelectuales y burgueses que apoyaron esa ideología por motivos morales y personales. En la búsqueda de una nueva ortodoxia, se produce una revalorización general de los primeros escritos de Marx y un redescubrimiento de la raíz hegeliana de su pensamiento, lo que dio pie a interesantes polémicas en el seno del comunismo entre autores como Althusser, que buscaban al Marx esencial al final de su vida, y otros que hallaban en obras como La cuestión judía y La ideología alemana el argumento principal de su crítica a la sociedad burguesía y al capitalismo. Al mismo tiempo, se desarrolla una crítica radical a EEUU por su presunto imperialismo, un discurso que adopta un guión conocido en algunos círculos conservadores y aislacionistas norteamericanos, y se da un "giro hacia los trópicos" que lleva al ensalzamiento de las dictaduras castrista y maoísta y que se manifiesta en fenómenos como la Teología de la Liberación.
En este contexto, autores como Sartre hacen un renovado hincapié en los límites morales de la vida burguesa, mientras que en Italia Antonio Gramsci es rescatado por su énfasis en la modificación de la conciencia política y cultural como paso previo e imprescindible a la creación del nuevo orden socialista.
Sin embargo, la formulación más sistemática e influyente del neomarxismo se debe a los miembros de la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Marcuse, etc.), cuyos trabajos encontraron en EEUU el terreno más apropiado para su aceptación, difusión y finalmente traducción en políticas públicas, emuladas más tarde en Europa. Así, La personalidad autoritaria (1950), el estudio de Adorno sobre las raíces psicológicas de la mentalidad autoritaria, establece un vínculo entre nociones como conservadurismo, patriotismo, religiosidad y liberalismo económico y ciertas tendencias profascistas. La premisa subyacente a ésta y otras investigaciones posteriores es la existencia de "un desorden emocional inherente al capitalismo tardío", lo cual propició el desarrollo de posturas políticas antiburguesas militantes ajenas a los presupuestos económicos marxistas.
Autores como Fromm ya habían señalado "el vínculo destructivo entre el cristianismo y la personalidad autoritaria", mientras que Marcuse reelabora en los años 60 y 70 su crítica al capitalismo como sexualmente represivo, y más tarde Foucault irrumpirá con sus teorías sobre el sadismo de las sociedades occidentales. Cabe destacar el anti-anticomunismo agresivo de estos socialistas, hábilmente disfrazado de antifascismo y lucha contra los prejuicios, conceptos adoptados por la mayoría de los medios de comunicación, las agencias estatales y las empresas del entretenimiento de EEUU:
Los teóricos de la Escuela de Frankfurt elaboraron una definición de fascismo que retóricamente podría aplicarse a cualquier cosa que se considere retrógrada o insensible. Puede ser que éste no haya sido su único logro conceptual, pero ha sido el más significativo desde el punto de vista histórico.
A partir de los años 80, la izquierda europea busca, igual que lo había hecho la progresía americana diez o quince años antes, aliarse con los inmigrantes y con "una clase profesional en ascenso que estaba dejando de lado los valores cristianos burgueses", como respuesta al abandono del comunismo por parte de la clase obrera continental, en beneficio de opciones nacional-populistas. Simultáneamente, los partidos socialistas comienzan a adoptar algunos rasgos comunistas, como la negación de los crímenes estalinistas y en general soviéticos, el fomento de una memoria selectiva que subraya el Holocausto y tacha de fascista a todo aquel que encuentre coincidencias entre el nazismo y el bolchevismo y, por último, el intento de monopolizar la educación y la conversación cultural en torno a la negación del valor de la tradición nacional y la crítica implacable a todo lo que suene a liberal, burgués o cristiano.
Se trata de la creación de una nueva religión política, algo cercano a lo que Tocqueville denominó le doux depotisme, representado en Francia por lo que Jean Sévillia denomina le terrorisme intellectuel. Así, tal y como comenzaron a hacer los progresistas en EEUU, el comunismo se valora como experiencia humanitaria y la izquierda se presenta como poseedora de una "pureza de intenciones". Al mismo tiempo, la tolerancia es redefinida como "glorificación de lo extranjero y de lo antioccidental", y se fomenta un laicismo que asimila buena parte de los elementos religiosos que reemplaza. Asimismo, todas las continuidades históricas son vistas como imperfecciones que demuestran que la nación no ha ido lo bastante lejos en su ruptura con el pasado autoritario.
En este último punto, el autor describe los casos alemán e italiano, enormemente instructivos para el lector español, que comprobará que la memoria histórica y los distintos memoriales democráticos promovidos por la izquierda y los nacionalistas, y miopemente apoyados por alguna mediática parlamentaria "liberal-conservadora" del Partido Popular en Cataluña, no son en absoluto una excepcionalidad española (aunque sí su éxito y la rapidez con que se han impuesto).
En fin, estamos ante una izquierda menos violenta pero "más radical a nivel cultural y social", contra la que se ha opuesto "un menor grado de resistencia explícita" debido, sobre todo, a una "falsificación de lo que está sucediendo". Una impostura que pretende la sustitución de la sociedad liberal burguesa por una "democracia administrativa" y elitista cuyos principales agentes son la mal llamada educación en la tolerancia y el aislamiento de los "ofensivos fanáticos". Un intento de "transformación antropológica" contra el que, en opinión del autor, los europeos carecen de las herramientas de resistencia de la sociedad norteamericana. Sin duda, una ominosa profecía cuyo desmentido pasa, según Gottfried, por el liderazgo de una elite que se enfrente a la campaña multicultural de la izquierda posmarxista, algo difícil de visualizar por el momento.
PAUL EDWARD GOTTFRIED: La extraña muerte del marxismo. Ciudadela (Madrid), 2007, 205 páginas.
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