Por Teódulo López Meléndez
La sociedad española del siglo XV era lo que los historiadores acostumbran llamar una “sociedad endiablada”. Tomás de Torquemada pasó a la historia por haber sido el primer Inquisidor General del Tribunal del Santo Oficio y el que hizo poner la firma de los Reyes Católicos al decreto de expulsión de los judíos de España. En la “sociedad endiablada” que es la Venezuela de hoy la Asamblea Nacional, a la mejor manera de Torquemada, ataca a los colegios católicos porque supuestamente pusieron como tarea escolar la discusión del magnífico documento de la Conferencia Episcopal. Lo que hace este detestable remedo de Parlamento es exactamente lo mismo que hizo el Gran Inquisidor, esto es, hacer del chavismo un proyecto religioso para la política.
Del otro lado, un orador plantado con la mayor serenidad en el alto podio de la Academia Nacional de la Historia pronuncia un denso discurso que titula “Sobre la responsabilidad social del historiador”. El orador se proclama producto de la “libertad intelectual”. El poderoso contraste, el del llamado de Torquemada por un lado y el del hombre lúcido por el otro que hace ejercicio definiendo la conciencia nacional venezolana, es símbolo de una “sociedad endiablada”, pero de una donde la esperanza pervive y donde la inteligencia vencerá las sombras. Confieso que hace muchísimo tiempo no me sentía tan bien y tan contento, no porque el orador se llame Germán Carrera Damas, un querido amigo a quien se hace justicieramente académico, sino porque su voz fue la de un país enraizado en los valores y un llamado a la responsabilidad.
Y por si fuera poco, se suceden las elecciones en la UCV, mi Alma Mater. A veces, metidos en el berenjenal de la cotidianeidad, perdemos de vista lo obvio, lo que representa esa casa para este país. Carrera Damas, por ejemplo, es producto de la Escuela de Historia ucevista. La UCV es el corazón de la república, uno de los centros de creación de líderes, un punto neurálgico de eterna rebelión y de cruce de ideas. Celebramos los resultados, que este muchacho Sánchez sea el nuevo presidente de la FCU, la paz con que se celebraron las elecciones. Sí, todo eso, pero miremos que lo sucedido es un resultado crucial de un mensaje de la juventud venezolana frente a Torquemada. No se puede imponer un proyecto que tiene el rechazo de la juventud de un país. Si la juventud de un país se pone de frente contra una oferta, esa oferta está condenada a perecer. Podrá sobrevivir circunstancialmente, podrá ejercer la violencia para aplacar la rebelión juvenil, pero está condenada. Lo peor que le puede pasar a un gobernante que quiere eternizarse es que una generación se le ponga delante.
No hay duda sobre el nacimiento de una generación. Veo a ese muchachito que en las calles de Barquisimeto declara a los medios desde su rebeldía y me recuerda a mí mismo en mis tiempos del liceo “Lisandro Alvarado”. Veo a Stalin González no lanzándose a la reelección y siento un grato sabor. Veo a Ricardo Sánchez atropellándose en sus expresiones y me digo que cuando controle la emotividad y aprenda a modular la palabra será un gran líder. Veo a Eduardo Fernández en el acto de la Academia de la Historia y le digo “¿Sabes qué? Yon Goicoechea bien puede ser el equivalente tuyo de estos tiempos”. En realidad las similitudes son muchas: Eduardo irrumpe en la vida pública con la huelga de la UCAB en 1957. Yon irrumpe en la vida pública con la resistencia estudiantil de 2007. Las diferencias son también muchas, pero Yon es un típico producto de este tiempo. Todas sus características así lo dicen.
Estos muchachos deberán estudiar, hacer postgrados en universidades del primer mundo, prepararse para el liderazgo, no solamente en la política, pues de allí saldrán científicos, académicos, profesores, amén de presidentes de la república. A mi generación, la del 58, la “generación frustrada”, aún le caben inmensas responsabilidades. Una de ellas es la de actuar con gran desprendimiento y amplitud para cuando esta generación esté lista para asumir el comando. Aún nos quedan grandes obligaciones, especialmente en la política. Tardíamente creo que se nos llama a un papel protagónico, no encarnado en burocracia, sino en el de una lección histórica, al de una transición hacia estos muchachos con los que debemos ser rígidos y comprensivos, exigentes y generosos, estrictos y benevolentes con sus errores. Quizás la generación del 58 debería reagruparse, en todas sus expresiones y tendencias, para cumplir con un papel moroso que la historia parece entregarnos.
El proyecto laico es el de reconstruir esta república. Todos los signos son esperanzadores. El rescate por parte de la juventud de los valores políticos, el de su insistencia en los principios de la libertad y de la democracia sobre la base de instituciones ajenas a los vicios del pasado, su deseo ferviente del uso del voto, todos son altas barreras que el país naciente coloca frente a la pretensión totalitaria. La lenta, pero firme maduración de los venezolanos que tardía pero indeteniblemente comienzan a comprender que hay que votar el 2 de diciembre y la palabra del maestro que nos habla desde la Academia Nacional de la Historia de “un paréntesis en un desarrollo democrático que no detienen ni decretos, ni exaltación de valores creados ad-hoc…”, son signos auspiciosos.
Es así. Torquemada y su proyecto religioso insertado para justificar un proyecto político, están derrotados. El encuestador Oscar Schémel, de Hinterlaces, nos lo ha dicho con vehemencia y seguramente ante la incredulidad general. “Este país está en una adolescencia política, en la que comienza a madurar”. Absolutamente cierto. Parece mentira, pero una de las consecuencias del período democrático fue el adormecimiento de la población y la pérdida del sentido crítico, la desaparición del ciudadano que participaba activamente en la vida pública. A ello se debe el largo sueño de la juventud que nació y creció en un clima de antipolítica. Pero llegó el momento y ahí está haciendo y construyendo ciudadanía.
Oscar Schémel, sin ocultar su emoción por lo que dice, y seguramente sin ser escuchado, nos ha repetido, casi con lágrimas en los ojos, que lo que sus encuestas reflejan hermosamente es el renacer de una conciencia democrática, de una renovada voluntad democrática, de una disposición democrática que está allí presta a saltar y tomar las riendas de la república.
La sociedad española del siglo XV era lo que los historiadores acostumbran llamar una “sociedad endiablada”. Tomás de Torquemada pasó a la historia por haber sido el primer Inquisidor General del Tribunal del Santo Oficio y el que hizo poner la firma de los Reyes Católicos al decreto de expulsión de los judíos de España. En la “sociedad endiablada” que es la Venezuela de hoy la Asamblea Nacional, a la mejor manera de Torquemada, ataca a los colegios católicos porque supuestamente pusieron como tarea escolar la discusión del magnífico documento de la Conferencia Episcopal. Lo que hace este detestable remedo de Parlamento es exactamente lo mismo que hizo el Gran Inquisidor, esto es, hacer del chavismo un proyecto religioso para la política.
Del otro lado, un orador plantado con la mayor serenidad en el alto podio de la Academia Nacional de la Historia pronuncia un denso discurso que titula “Sobre la responsabilidad social del historiador”. El orador se proclama producto de la “libertad intelectual”. El poderoso contraste, el del llamado de Torquemada por un lado y el del hombre lúcido por el otro que hace ejercicio definiendo la conciencia nacional venezolana, es símbolo de una “sociedad endiablada”, pero de una donde la esperanza pervive y donde la inteligencia vencerá las sombras. Confieso que hace muchísimo tiempo no me sentía tan bien y tan contento, no porque el orador se llame Germán Carrera Damas, un querido amigo a quien se hace justicieramente académico, sino porque su voz fue la de un país enraizado en los valores y un llamado a la responsabilidad.
Y por si fuera poco, se suceden las elecciones en la UCV, mi Alma Mater. A veces, metidos en el berenjenal de la cotidianeidad, perdemos de vista lo obvio, lo que representa esa casa para este país. Carrera Damas, por ejemplo, es producto de la Escuela de Historia ucevista. La UCV es el corazón de la república, uno de los centros de creación de líderes, un punto neurálgico de eterna rebelión y de cruce de ideas. Celebramos los resultados, que este muchacho Sánchez sea el nuevo presidente de la FCU, la paz con que se celebraron las elecciones. Sí, todo eso, pero miremos que lo sucedido es un resultado crucial de un mensaje de la juventud venezolana frente a Torquemada. No se puede imponer un proyecto que tiene el rechazo de la juventud de un país. Si la juventud de un país se pone de frente contra una oferta, esa oferta está condenada a perecer. Podrá sobrevivir circunstancialmente, podrá ejercer la violencia para aplacar la rebelión juvenil, pero está condenada. Lo peor que le puede pasar a un gobernante que quiere eternizarse es que una generación se le ponga delante.
No hay duda sobre el nacimiento de una generación. Veo a ese muchachito que en las calles de Barquisimeto declara a los medios desde su rebeldía y me recuerda a mí mismo en mis tiempos del liceo “Lisandro Alvarado”. Veo a Stalin González no lanzándose a la reelección y siento un grato sabor. Veo a Ricardo Sánchez atropellándose en sus expresiones y me digo que cuando controle la emotividad y aprenda a modular la palabra será un gran líder. Veo a Eduardo Fernández en el acto de la Academia de la Historia y le digo “¿Sabes qué? Yon Goicoechea bien puede ser el equivalente tuyo de estos tiempos”. En realidad las similitudes son muchas: Eduardo irrumpe en la vida pública con la huelga de la UCAB en 1957. Yon irrumpe en la vida pública con la resistencia estudiantil de 2007. Las diferencias son también muchas, pero Yon es un típico producto de este tiempo. Todas sus características así lo dicen.
Estos muchachos deberán estudiar, hacer postgrados en universidades del primer mundo, prepararse para el liderazgo, no solamente en la política, pues de allí saldrán científicos, académicos, profesores, amén de presidentes de la república. A mi generación, la del 58, la “generación frustrada”, aún le caben inmensas responsabilidades. Una de ellas es la de actuar con gran desprendimiento y amplitud para cuando esta generación esté lista para asumir el comando. Aún nos quedan grandes obligaciones, especialmente en la política. Tardíamente creo que se nos llama a un papel protagónico, no encarnado en burocracia, sino en el de una lección histórica, al de una transición hacia estos muchachos con los que debemos ser rígidos y comprensivos, exigentes y generosos, estrictos y benevolentes con sus errores. Quizás la generación del 58 debería reagruparse, en todas sus expresiones y tendencias, para cumplir con un papel moroso que la historia parece entregarnos.
El proyecto laico es el de reconstruir esta república. Todos los signos son esperanzadores. El rescate por parte de la juventud de los valores políticos, el de su insistencia en los principios de la libertad y de la democracia sobre la base de instituciones ajenas a los vicios del pasado, su deseo ferviente del uso del voto, todos son altas barreras que el país naciente coloca frente a la pretensión totalitaria. La lenta, pero firme maduración de los venezolanos que tardía pero indeteniblemente comienzan a comprender que hay que votar el 2 de diciembre y la palabra del maestro que nos habla desde la Academia Nacional de la Historia de “un paréntesis en un desarrollo democrático que no detienen ni decretos, ni exaltación de valores creados ad-hoc…”, son signos auspiciosos.
Es así. Torquemada y su proyecto religioso insertado para justificar un proyecto político, están derrotados. El encuestador Oscar Schémel, de Hinterlaces, nos lo ha dicho con vehemencia y seguramente ante la incredulidad general. “Este país está en una adolescencia política, en la que comienza a madurar”. Absolutamente cierto. Parece mentira, pero una de las consecuencias del período democrático fue el adormecimiento de la población y la pérdida del sentido crítico, la desaparición del ciudadano que participaba activamente en la vida pública. A ello se debe el largo sueño de la juventud que nació y creció en un clima de antipolítica. Pero llegó el momento y ahí está haciendo y construyendo ciudadanía.
Oscar Schémel, sin ocultar su emoción por lo que dice, y seguramente sin ser escuchado, nos ha repetido, casi con lágrimas en los ojos, que lo que sus encuestas reflejan hermosamente es el renacer de una conciencia democrática, de una renovada voluntad democrática, de una disposición democrática que está allí presta a saltar y tomar las riendas de la república.
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