Era costumbre en la antigua Rusia zarista, que el máximo jerarca del Estado Ruso invitara a un visitante oficial para el disfrute de una típica carrera de caballos proveniente de sus establos. Desde que Pedro I, a principios del siglo XVIII, introdujera la modernización en su corte emulando a las naciones de Europa Occidental, el caballo fue símbolo de la más rancia aristocracia. Imaginario que dejaría plasmado en 1722 cuando se impone, a pesar de la férrea oposición de los boyardos, la famosa tabla de rangos que echaba por tierra siglos enteros de jerarquización social.
La tradición quedaría derogada formalmente en 1922, cuando se instaura la Unión Soviética, prohibiéndose cualquier exhibición que representara las costumbres del régimen abolido. Desde entonces, y hasta la caída de la URSS en 1991, toda alusión a carreras de caballos era considerada una actividad contrarrevolucionaria, propia de la decadente burguesía explotadora.
Pues bien, como lo reseñó la prensa mundial, el Presidente de la República fue invitado a la carrera de caballos en honor al Presidente de Rusia, en la sureña ciudad rusa de Rostov del Dom, el pasado sábado. En medio del jolgorio que representa estos eventos, típicos del capitalismo, el Jefe de Estado venezolano compartió con varios caciques locales y nada menos que con Vladimir Putin, el actual Presidente de Rusia, añorante de la otrora grandeza soviética. Allí, en medio de ese ambiente para nada revolucionario, no nos extraña que se hayan sellado pactos y otras negociaciones a espaldas de la nación venezolana y en pro de una revolución bolivariana que se acerca más a un lobby de especulación bursátil que al marxismo o a otras aleladas fuentes ideológicas.
Más allá del encanto de una carrera de caballos, la visita de Chávez a Rusia tuvo connotaciones que para otros tiempos, más específicamente durante la guerra fría, podrían haber sido señales de desconfianza sobre el caudillo visitante, e incluso, de mordaz burla. Primero, el hecho que no se le haya permitido al Presidente venezolano hablar en la Duma (Congreso de Rusia y curiosamente histórico órgano colegiado de corte zarista) implica la poca monta que para el pueblo ruso representan las ideas y propuestas chavistas. En otros tiempos, cuando, en vez de la Duma, estaban constituidos el Soviet Supremo (Soviet de la Unión y Soviet de las nacionalidades), desfilaron por ese parlamento las más emblemáticas figuras y promesas revolucionarias. Moscú se había levantado como la tercera Roma y todo aquel que deseara llevarse la gloria de la “revolución”, debía ser ungido con las aguas soviéticas. El premio mayor era poder hablar ante el Soviet Supremo, especie de altar sagrado para la liturgia del materialismo histórico. Cosa que no ocurrió, a pesar de la insistente y decibélica invitación de Chávez por una estúpida cruzada contra Washington.
Segundo, debe sorprender a todos los venezolanos el hecho que el Presidente anuncie más de medio centenar de documentos y demás instrumentos jurídicos firmados con Rusia, sólo para la adquisición de armas y complementación en materia castrense. Es decir, que estamos preparándonos para una guerra, y no contra la pobreza, pues no necesitamos de submarinos para destruir el hambre. Total, esperamos que las ligerezas del Presidente no nos transformen en otro caballo del Zar.
Qui habet aures audiendi audiat.
La tradición quedaría derogada formalmente en 1922, cuando se instaura la Unión Soviética, prohibiéndose cualquier exhibición que representara las costumbres del régimen abolido. Desde entonces, y hasta la caída de la URSS en 1991, toda alusión a carreras de caballos era considerada una actividad contrarrevolucionaria, propia de la decadente burguesía explotadora.
Pues bien, como lo reseñó la prensa mundial, el Presidente de la República fue invitado a la carrera de caballos en honor al Presidente de Rusia, en la sureña ciudad rusa de Rostov del Dom, el pasado sábado. En medio del jolgorio que representa estos eventos, típicos del capitalismo, el Jefe de Estado venezolano compartió con varios caciques locales y nada menos que con Vladimir Putin, el actual Presidente de Rusia, añorante de la otrora grandeza soviética. Allí, en medio de ese ambiente para nada revolucionario, no nos extraña que se hayan sellado pactos y otras negociaciones a espaldas de la nación venezolana y en pro de una revolución bolivariana que se acerca más a un lobby de especulación bursátil que al marxismo o a otras aleladas fuentes ideológicas.
Más allá del encanto de una carrera de caballos, la visita de Chávez a Rusia tuvo connotaciones que para otros tiempos, más específicamente durante la guerra fría, podrían haber sido señales de desconfianza sobre el caudillo visitante, e incluso, de mordaz burla. Primero, el hecho que no se le haya permitido al Presidente venezolano hablar en la Duma (Congreso de Rusia y curiosamente histórico órgano colegiado de corte zarista) implica la poca monta que para el pueblo ruso representan las ideas y propuestas chavistas. En otros tiempos, cuando, en vez de la Duma, estaban constituidos el Soviet Supremo (Soviet de la Unión y Soviet de las nacionalidades), desfilaron por ese parlamento las más emblemáticas figuras y promesas revolucionarias. Moscú se había levantado como la tercera Roma y todo aquel que deseara llevarse la gloria de la “revolución”, debía ser ungido con las aguas soviéticas. El premio mayor era poder hablar ante el Soviet Supremo, especie de altar sagrado para la liturgia del materialismo histórico. Cosa que no ocurrió, a pesar de la insistente y decibélica invitación de Chávez por una estúpida cruzada contra Washington.
Segundo, debe sorprender a todos los venezolanos el hecho que el Presidente anuncie más de medio centenar de documentos y demás instrumentos jurídicos firmados con Rusia, sólo para la adquisición de armas y complementación en materia castrense. Es decir, que estamos preparándonos para una guerra, y no contra la pobreza, pues no necesitamos de submarinos para destruir el hambre. Total, esperamos que las ligerezas del Presidente no nos transformen en otro caballo del Zar.
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