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La melancolía está estrechamente ligada a la poesía. Hay un verso muy encendido del poeta Pablo Neruda que dice: “Te pareces a la palabra melancolía”.
Reiterado uso de la melancolía hicieron y siguen haciendo los poetas, como si en ella, en la melancolía, estuviera la esencia del lenguaje poético.
Toda una comunidad poética, desde el proyecto de la poesía hasta la consumación de la palabra, vive, se diría, a través de términos fuertes, poderosos, que hacen alusión a la tristeza sin causa, al crepúsculo, a los sonidos lúgubres, a la rotura de la paz, a los relámpagos, al mar, a los árboles cuyas ramas se mueven esqueléticamente al compás del viento, a la muerte, a la intención desesperada de caer vencido ante el infortunio. Esa comunidad poética acaso es dirigida –consciente o inconscientemente– por un estado melancólico.
Pero vamos por parte.
La definición que tiene el diccionario para la melancolía es la siguiente: tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre el que la padece gusto ni diversión en ninguna cosa. Monomanía en que dominan las afecciones morales tristes.
Un poeta melancólico fue, sin lugar a dudas, Rubén Darío. Félix Rubén García Sarmiento nació el 18 de enero de 1867 en Metapa, Nicaragua. La fama era con él, porque su talento renovador de la poesía lo universalizó.
Cuando falleció, el 7 de febrero de 1916, la noticia de su muerte se expandió con la fuerza de un meteoro en América, Portugal y España. Su cadáver fue embalsamado; el día 12 comenzaron las honras fúnebres.
Hombres y mujeres de todas las clases sociales, intelectuales y escritores dieron un adiós gigantesco al poeta que vivió el arte en carne y huesos.
GENIO DE LA PALABRA
Este genio de la palabra ha tenido una enorme ascendencia sobre los poetas hispanoamericanos. Hizo creaciones en todos los tonos con un estilo cuya finalidad primera era la belleza. El ritmo musical de sus versos marcó la armonía de su obra.
Su rima no era pobre, ni mucho menos. Si bien echó –a menudo– manos al recurso de lo ornamental, Rubén Darío reflexionó sobre el sentimiento doloroso de ser, de estar poseído por una idea, de saberse apenas una “miga» de luz dentro de la total oscuridad, de existir en un mundo estrictamente inhumano, vacío y carente de afecto y projimidad.
Tuvo muchos detractores. Es lógico, en definitiva, que los haya tenido, pues su palabra rotunda y fuerte rompió límites y esquemas.
La corriente rubendariana llegó también a nuestro país. El poeta del pueblo, Manuel Ortiz Guerrero, sintió su influencia en sus poemas.
POETA MODERNISTA
La obra de Rubén Darío se enmarca dentro del modernismo. Quien ha leído sobre la existencia del vate nicaragüense sabe que un estado anímico inquieto poblaba sus horas, sus días, sus años.
El autor de Prosas Profanas y otros poemas (1892) y Cantos de vida y esperanza (1905) era adicto al alcohol.
¿Cómo eludir la gracia alcohólica cuando el alma y la mente se resquebrajan?
Aquel estado anímico suyo, donde la melancolía obraba como una fuerza natural en sus nervios, lo llevó –sin embargo– a escribir inspiradamente.
Los versos de melancolía, que aparecieron por vez primera en el libro Cantos de vida y esperanza, fueron dedicados al pintor colombiano Domingo Bolívar. El destinatario del celebrado soneto, víctima también de la melancolía, del dolor, tomó la trágica decisión de acabar con su existencia ingiriendo cianuro.
SONETO
Rubén Darío
Reiterado uso de la melancolía hicieron y siguen haciendo los poetas, como si en ella, en la melancolía, estuviera la esencia del lenguaje poético.
Toda una comunidad poética, desde el proyecto de la poesía hasta la consumación de la palabra, vive, se diría, a través de términos fuertes, poderosos, que hacen alusión a la tristeza sin causa, al crepúsculo, a los sonidos lúgubres, a la rotura de la paz, a los relámpagos, al mar, a los árboles cuyas ramas se mueven esqueléticamente al compás del viento, a la muerte, a la intención desesperada de caer vencido ante el infortunio. Esa comunidad poética acaso es dirigida –consciente o inconscientemente– por un estado melancólico.
Pero vamos por parte.
La definición que tiene el diccionario para la melancolía es la siguiente: tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre el que la padece gusto ni diversión en ninguna cosa. Monomanía en que dominan las afecciones morales tristes.
Un poeta melancólico fue, sin lugar a dudas, Rubén Darío. Félix Rubén García Sarmiento nació el 18 de enero de 1867 en Metapa, Nicaragua. La fama era con él, porque su talento renovador de la poesía lo universalizó.
Cuando falleció, el 7 de febrero de 1916, la noticia de su muerte se expandió con la fuerza de un meteoro en América, Portugal y España. Su cadáver fue embalsamado; el día 12 comenzaron las honras fúnebres.
Hombres y mujeres de todas las clases sociales, intelectuales y escritores dieron un adiós gigantesco al poeta que vivió el arte en carne y huesos.
GENIO DE LA PALABRA
Este genio de la palabra ha tenido una enorme ascendencia sobre los poetas hispanoamericanos. Hizo creaciones en todos los tonos con un estilo cuya finalidad primera era la belleza. El ritmo musical de sus versos marcó la armonía de su obra.
Su rima no era pobre, ni mucho menos. Si bien echó –a menudo– manos al recurso de lo ornamental, Rubén Darío reflexionó sobre el sentimiento doloroso de ser, de estar poseído por una idea, de saberse apenas una “miga» de luz dentro de la total oscuridad, de existir en un mundo estrictamente inhumano, vacío y carente de afecto y projimidad.
Tuvo muchos detractores. Es lógico, en definitiva, que los haya tenido, pues su palabra rotunda y fuerte rompió límites y esquemas.
La corriente rubendariana llegó también a nuestro país. El poeta del pueblo, Manuel Ortiz Guerrero, sintió su influencia en sus poemas.
POETA MODERNISTA
La obra de Rubén Darío se enmarca dentro del modernismo. Quien ha leído sobre la existencia del vate nicaragüense sabe que un estado anímico inquieto poblaba sus horas, sus días, sus años.
El autor de Prosas Profanas y otros poemas (1892) y Cantos de vida y esperanza (1905) era adicto al alcohol.
¿Cómo eludir la gracia alcohólica cuando el alma y la mente se resquebrajan?
Aquel estado anímico suyo, donde la melancolía obraba como una fuerza natural en sus nervios, lo llevó –sin embargo– a escribir inspiradamente.
Los versos de melancolía, que aparecieron por vez primera en el libro Cantos de vida y esperanza, fueron dedicados al pintor colombiano Domingo Bolívar. El destinatario del celebrado soneto, víctima también de la melancolía, del dolor, tomó la trágica decisión de acabar con su existencia ingiriendo cianuro.
SONETO
Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.
Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas.
Voy bajo tempestades y tormentas,
ciego de ensueño y loco de armonía.
Ése es mi mal. Soñar. La poesía
es la camisa férrea de mil puntas cruentas
que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas
dejan caer las gotas de mi melancolía.
Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;
a veces me parece que el camino es muy largo,
y a veces que es muy corto...
Y en este titubeo de aliento y agonía,
cargo lleno de penas lo que apenas soporto.
¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?
Rubén Darío
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