11 julio 2007

Patriotismo versus Nacionalismo

Por John Lukacs*

Que el nacionalismo difiere, y a menudo profundamente, del patriotismo es una realidad a la que deberíamos dedicar mayor atención, especialmente en los Estados Unidos, donde los dos términos aún se confunden en muchas ocasiones: cuando los americanos hablan de un superpatriota en realidad quieren decir un nacionalista extremista. Cuando el Dr. Johnson pronunció su célebre frase: “El patriotismo es el último refugio de los bribones” quería decir nacionalistas; la definición del término en inglés aún no existía en aquel tiempo.

Cuando Hitler, escribiendo sobre su filosofía política en Mein Kampf, dijo que “Soy un nacionalista, pero no soy un patriota” sabía exactamente qué estaba diciendo. El patriotismo (como ya notó George Orwell) es defensivo, mientras que el nacionalismo es agresivo; el patriotismo está enraizado en la tierra, en un país particular, mientras que el nacionalismo está conectado al mito del pueblo; el patriotismo es tradicionalista, el nacionalismo es populista. El patriotismo no es un sustitutivo de la fe religiosa, mientras que el nacionalismo a menudo lo es; puede colmar, al menos superficialmente, las necesidades espirituales de la gente.

Puede además combinarse bien con el odio (como Chesterton sabiamente señaló, no es el amor, que es personal y particular, sino el odio lo que une a hombres tan dispares. “El ardiente nacionalista, escribió Duff Cooper, es siempre el primero en denunciar a sus compatriotas como traidores”).

Hace cien años parecía que el nacionalismo y el socialismo eran antitéticos, respectivamente en la Extrema Derecha y la Extrema Izquierda del espectro político. Esto no se debía a sus diferencias económicas o incluso sociales. La razón era que los socialistas, en esa época, eran internacionalistas, anclados en su creencia de que la conciencia de clase era más fuerte que su sentido de nacionalidad. Estaban equivocados. El marxismo fracasó no en 1989 sino en 1914, cuando el socialismo internacionalista se fundió en el calor de los entusiasmos nacionales. Pero ya unos años antes Mussolini había descubierto que era italiano primero y socialista después; esto es, un socialista nacionalista, no internacionalista.

Todo esto corresponde a un cambio importante acaecido en el lenguaje político occidental. A lo largo del siglo XIX las palabras pueblo y popular eran patrimonio de la Izquierda. Poco después de 1890 esos términos (en Alemania, Austria y después por todas partes) empezaron a ser utilizados por la Derecha. En 1914, cuando abandonó el Partido Socialista Italiano, Mussolini bautizó su periódico nacionalista como Il Popolo d’Italia. Esto sucedió cinco años antes de que formara un nuevo partido, el Fascista, y también cinco años antes de que Hitler se uniera a un pequeño partido Nacional Socialista (völkisch, esto es, populista) en Munich. El nacional socialismo, y no sólo en Alemania, se estaba convirtiendo en un fenómeno generalizado. La aplicación universal del adjetivo “fascista” a lo que la gente considera “extrema derecha” es errónea y provoca confusión. El fenómeno mundial no fue el fascismo; fue el Nacional Socialismo. Ni Hitler ni Stalin fueron fascistas; ambos fueron nacionalistas extremos, a pesar de que el segundo se cuidó muy bien de reconocerlo abiertamente.

[…] Cincuenta años después el nacionalismo sigue siendo la fuerza política más potente en el mundo. En este sentido el nacionalsocialismo ha sobrevivido a Hitler. Todo Estado en el mundo se ha convertido en un “estado del bienestar”. No importa demasiado si se llaman a sí mismos socialistas o no. Por supuesto que las proporciones de socialismo y nacionalismo varían de país a país, pero la combinación está ahí. Lo que fue derrotado en 1945 fue el Nacional Socialismo alemán: una versión especialmente cruel, radical y odiosa del socialismo nacionalista. En el resto del mundo el nacionalismo y el socialismo se presentan juntos, reconciliados, sin violencia ni guerra. El socialismo internacionalista sigue siendo un espejismo.
Todos somos nacional socialistas hoy en día.


* John Lukacs (Budapest, 1924). Historiador. Profesor de la Universidad de Chestnut Hill College (Filadelfia). Autor de algunos clásicos sobre la II Guerra Mundial como Cinco días en Londres, mayo de 1940; La última guerra europea, 1939-1941; y El Duelo (entre Hitler y Churchill), donde narra los ochenta días que van del 10 de mayo al 31 de julio de 1941.


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