El reciente comunicado de la Conferencia Episcopal Venezolana, en el que aborda temas de interés nacional, ha generado los comentarios adversos de los que se creen los caporales del país, quienes han respondido, como siempre, con improperios ofensivos a los clérigos católicos y, emulando a otros regimenes totalitarios, pretenden circunscribir la opinión de la iglesia a los temas celestiales y obligarlos a cerrar los ojos frente a la realidad del país, como si una reforma a la Constitución sea un asunto del gobierno y no de toda la población.
Por tradición y talante democrático, por muchos años, los obispos católicos han hecho observaciones a las fallas del sistema, sobre todo en aquellas áreas donde se ven lesionados los intereses de los sectores menos favorecidos socialmente. Soy un convencido que si los gobernantes del pasado, desde Larrazabal hasta C.A. Pérez, hubiesen escuchado a los sacerdotes, el presente de hoy hubiese sido distinto.
Debemos sincerarnos, Chávez es la consecuencia de un país donde la clase política impuso la corrupción como estilo de gobierno y la sordera como respuesta a las demandas de cambio de la población, degenerando en hechos como el Caracazo del 89, las asonadas golpistas del 92 y el ascenso al trono de un teniente coronel que dedicó su carrera militar a conspirar contra las instituciones democráticas.
Los obispos en esta ocasión expresan sus temores sobre el rumbo equivocado que el Presidente y sus aliados quiere imponer al país, en el que se pretende construir, sobre las ruinas de la nación, el socialismo del siglo XXI, un modelo político que incluye la desaparición de lo poco que queda de democracia, cuyo resultado no será el engrandecimiento de la patria pero si la multiplicación de la muerte en sus manifestaciones comunes: crimen organizado, inseguridad, plagas y desnutrición. Las descalificaciones generalizadas del Presidente no amilanaron a los curas, quienes subieron el ruedo a las sotanas para mostrar que, debajo de ellas, hay hombres con sentido y responsabilidad.
El discurso repetido que acusa a los obispos por callar frente a los desmanes de adecos y copeyanos se agotó definitivamente. No dudamos de que esa apreciación sea cierta en algunas individualidades, pero no da derecho al régimen para intentar silenciar ni amedrentar al episcopado. El Presidente ignora deliberadamente que muchos párrocos y obispos han dedicado su vida en el servicio social y en construir una infraestructura sanitaria y educativa destinada a la atención de los sectores humildes.
La obra social de la Iglesia Católica está a la vista en toda la geografía nacional, desde escuelas rurales hasta universidades, desde dispensarios populares hasta excelentes hospitales. También tenemos el deber de incluir en esa gran trayectoria de servicio democrático, las posturas valientes que, frente a las dictaduras del pasado, permitieron acelerar la caída de la penúltima dictadura militar el 23 de enero de 1958, una voz que traspasó los confesionarios y permitió que Venezuela, por muchos años, haya sido reconocida como un baluarte de las libertades públicas.
Las reacciones oficiales frente a la opinión de los obispos no es diferente a las que asumieron los regímenes de Pinochet, Romeo Lucas García, Somoza, Castro y Daniel Ortega en el pasado, lo que revela el carácter totalitario de la administración de Hugo Chávez, quien además de comportarse como un terrorista y verdugo de la prensa venezolana, aspirar callar con gritos, injurias, ofensas a la voz de los que no tienen voz.
La unidad de dos importantes sectores, con elevada credibilidad entre los venezolanos, chavistas y no chavistas, como los estudiantes y la Iglesia, infunde esperanza a quienes no queremos que entre “gallos y medianoche” sea promulgada una Constitución en la que se instituya en nuestra nación el fracasado modelo cubano: criminal, ladrón y opresor, en el que la muerte es el principal signo de identidad.
Los venezolanos apostamos por la vida y la libertad.
Por tradición y talante democrático, por muchos años, los obispos católicos han hecho observaciones a las fallas del sistema, sobre todo en aquellas áreas donde se ven lesionados los intereses de los sectores menos favorecidos socialmente. Soy un convencido que si los gobernantes del pasado, desde Larrazabal hasta C.A. Pérez, hubiesen escuchado a los sacerdotes, el presente de hoy hubiese sido distinto.
Debemos sincerarnos, Chávez es la consecuencia de un país donde la clase política impuso la corrupción como estilo de gobierno y la sordera como respuesta a las demandas de cambio de la población, degenerando en hechos como el Caracazo del 89, las asonadas golpistas del 92 y el ascenso al trono de un teniente coronel que dedicó su carrera militar a conspirar contra las instituciones democráticas.
Los obispos en esta ocasión expresan sus temores sobre el rumbo equivocado que el Presidente y sus aliados quiere imponer al país, en el que se pretende construir, sobre las ruinas de la nación, el socialismo del siglo XXI, un modelo político que incluye la desaparición de lo poco que queda de democracia, cuyo resultado no será el engrandecimiento de la patria pero si la multiplicación de la muerte en sus manifestaciones comunes: crimen organizado, inseguridad, plagas y desnutrición. Las descalificaciones generalizadas del Presidente no amilanaron a los curas, quienes subieron el ruedo a las sotanas para mostrar que, debajo de ellas, hay hombres con sentido y responsabilidad.
El discurso repetido que acusa a los obispos por callar frente a los desmanes de adecos y copeyanos se agotó definitivamente. No dudamos de que esa apreciación sea cierta en algunas individualidades, pero no da derecho al régimen para intentar silenciar ni amedrentar al episcopado. El Presidente ignora deliberadamente que muchos párrocos y obispos han dedicado su vida en el servicio social y en construir una infraestructura sanitaria y educativa destinada a la atención de los sectores humildes.
La obra social de la Iglesia Católica está a la vista en toda la geografía nacional, desde escuelas rurales hasta universidades, desde dispensarios populares hasta excelentes hospitales. También tenemos el deber de incluir en esa gran trayectoria de servicio democrático, las posturas valientes que, frente a las dictaduras del pasado, permitieron acelerar la caída de la penúltima dictadura militar el 23 de enero de 1958, una voz que traspasó los confesionarios y permitió que Venezuela, por muchos años, haya sido reconocida como un baluarte de las libertades públicas.
Las reacciones oficiales frente a la opinión de los obispos no es diferente a las que asumieron los regímenes de Pinochet, Romeo Lucas García, Somoza, Castro y Daniel Ortega en el pasado, lo que revela el carácter totalitario de la administración de Hugo Chávez, quien además de comportarse como un terrorista y verdugo de la prensa venezolana, aspirar callar con gritos, injurias, ofensas a la voz de los que no tienen voz.
La unidad de dos importantes sectores, con elevada credibilidad entre los venezolanos, chavistas y no chavistas, como los estudiantes y la Iglesia, infunde esperanza a quienes no queremos que entre “gallos y medianoche” sea promulgada una Constitución en la que se instituya en nuestra nación el fracasado modelo cubano: criminal, ladrón y opresor, en el que la muerte es el principal signo de identidad.
Los venezolanos apostamos por la vida y la libertad.
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