Por Téodulo López Meléndez
Leo y repaso la copiosa correspondencia que me llega vía mail desde Colombia y desde Bolivia. Así he podido recopilar una lista interminable de las atrocidades de las FARC, por una parte y, por la otra, las inmensas contradicciones que conviven en el interior de la otrora llamada “predilecta del Libertador”; digo otrora, porque al parecer a buena parte de mis corresponsales bolivianos les ha entrado una especie de furia-rechazo contra Bolívar. Alegan –inclusive- “aquí no estuvo Bolívar, esto no es el Alto Perú”, para referirse a algunas de las zonas más ricas que se oponen a las pretensiones de Evo Morales.
De los colombianos llega afecto y hermandad, jamás una palabra intransigente. No hay un solo colombiano que esté pensando en la posibilidad de una guerra ni mucho menos. Han aprendido a separar perfectamente a Chávez de Venezuela y del pueblo venezolano. En Bolivia a uno le parece encontrar incomprensión. La excesiva y pretenciosa presencia venezolana los ha alterado. La furia es contra los venezolanos, en una muestra patética de que no han aprendido a separar. Reclaman, además, que asumamos este o aquel comportamiento de resistencia beligerante –por no decir insurreccional- y parecen olvidar todo lo sucedido en nuestro país en el 2002 y años subsiguientes.
En Colombia he estado innumerables veces, pero nunca en Bolivia. Llego hasta leer las tesis que lo declaran un país inviable o un país que es varios o las opiniones históricas que hablan de un capricho de Sucre y vuelvo a algunos historiadores peruanos que no le perdonan a Bolívar –para ellos el culpable- la separación e independencia del Alto Perú. Recuerdo perfectamente que estando en Bogotá en un evento del Convenio “Andrés Bello” que pretendía recopilar bajo el patrocinio de la UNESCO – lo que se logró, está editado en libro bajo la coordinación de un argentino estupendo- la recopilación completa de nuestras legislaciones culturales en procura de la unificación, los colombianos, venezolanos y ecuatorianos quedamos pasmados ante la intemperancia de un historiador peruano que se negaba a firmar el documento final porque se hacía mención a los padres libertadores, alegando que un peruano no los aceptaba como tales.
En cualquier caso, por más esfuerzos que hago, no logro entender del todo a Bolivia. Lo admito. Repaso su historia y una cosa es evidente: no es Evo Morales el primer indígena que llega a las altas magistraturas. Me voy por el lado racial y encuentro un mestizaje bastante profundo, con enclaves pequeños que no lo son, pero más que todo una población indígena secularmente marginada. Encuentro, en su momento actual, las perversiones propias a las que han sido sometidos principios de justicia y el eterno mal del populismo: autoritarismo, siembra de odio, imposición abusiva, demagogia rampante y, lo que molesta hasta la irritación suprema a los bolivianos- la presencia venezolana: aviones militares que aterrizan sin ton ni son, guardaespaldas militares para Morales, cheques al por mayor para sostenerlo y hasta construcciones de fuertes en las fronteras-. El asunto de las autonomías es entendible. Las abismales diferencias entre el norte y el sur están siendo enfrentadas por el presidente Alan García con tino y comienza por romper el aislamiento uniendo ambas zonas con una autopista que provoque un intercambio masivo. Me parece que Perú hace lo correcto. Es tendiendo puentes y construyendo hospitales y escuelas como se enfrenta la separación entre regiones en cuanto a grados de desarrollo.
La regionalización y la “localización” son productos claros –y no incompatibles con lo nacional- del mundo globalizado en que nos toca vivir. En alguna otra parte he citado a Roland Robertson (Globalization, Social Theory and Global Culture) porque me parece que es al autor que mejor enfoca esta falsa contradicción entre lo global y lo local. En efecto, Robertson ha acuñado una palabra, glocalization, para describir esta imbricación entre ambos lados de la moneda. No hay tal enfrentamiento entre homeginización y heterogenización. En verdad, mientras más crece lo global más crece lo local. Lo global se está convirtiendo en una red de interconexión de los asuntos locales. Es lo que no entienden estos brotes de marxismo trasnochado en que están sumergidos Venezuela y Bolivia. Para ambos gobiernos todo debe estar centralizado, no puede darse a nadie el manejo de los recursos locales; gobernadores y alcaldes –prefectos en Bolivia- deben estar de adorno, el Estado central debe manejarlo todo. Hay razones ideológicas atravesadas: el manejo directo de los recursos por el caudillo le permitirá impulsar el respectivo “proceso revolucionario”, aún a costa de la eficiencia y de los servicio básicos que es obligación de todo gobierno, como es el caso de seguridad, salud, abastecimiento y educación.
Por lo demás, todo gobierno autoritario es centralista, el poder debe estar sólo en unas manos, las de Yo el Supremo, puesto que el “líder máximo” debe tener la potestad de decidir sobre todo a su voluntad, arbitrio y capricho. Las consecuencias de no comprender lo local y de marchar hacia el autoritarismo-populismo centralizado llevan a las revueltas, como en el caso boliviano del presente. Esta manía centralizadora será una de las causas claves de la eventual crisis final de los gobiernos de Bolivia y de Venezuela.
Leo y repaso la copiosa correspondencia que me llega vía mail desde Colombia y desde Bolivia. Así he podido recopilar una lista interminable de las atrocidades de las FARC, por una parte y, por la otra, las inmensas contradicciones que conviven en el interior de la otrora llamada “predilecta del Libertador”; digo otrora, porque al parecer a buena parte de mis corresponsales bolivianos les ha entrado una especie de furia-rechazo contra Bolívar. Alegan –inclusive- “aquí no estuvo Bolívar, esto no es el Alto Perú”, para referirse a algunas de las zonas más ricas que se oponen a las pretensiones de Evo Morales.
De los colombianos llega afecto y hermandad, jamás una palabra intransigente. No hay un solo colombiano que esté pensando en la posibilidad de una guerra ni mucho menos. Han aprendido a separar perfectamente a Chávez de Venezuela y del pueblo venezolano. En Bolivia a uno le parece encontrar incomprensión. La excesiva y pretenciosa presencia venezolana los ha alterado. La furia es contra los venezolanos, en una muestra patética de que no han aprendido a separar. Reclaman, además, que asumamos este o aquel comportamiento de resistencia beligerante –por no decir insurreccional- y parecen olvidar todo lo sucedido en nuestro país en el 2002 y años subsiguientes.
En Colombia he estado innumerables veces, pero nunca en Bolivia. Llego hasta leer las tesis que lo declaran un país inviable o un país que es varios o las opiniones históricas que hablan de un capricho de Sucre y vuelvo a algunos historiadores peruanos que no le perdonan a Bolívar –para ellos el culpable- la separación e independencia del Alto Perú. Recuerdo perfectamente que estando en Bogotá en un evento del Convenio “Andrés Bello” que pretendía recopilar bajo el patrocinio de la UNESCO – lo que se logró, está editado en libro bajo la coordinación de un argentino estupendo- la recopilación completa de nuestras legislaciones culturales en procura de la unificación, los colombianos, venezolanos y ecuatorianos quedamos pasmados ante la intemperancia de un historiador peruano que se negaba a firmar el documento final porque se hacía mención a los padres libertadores, alegando que un peruano no los aceptaba como tales.
En cualquier caso, por más esfuerzos que hago, no logro entender del todo a Bolivia. Lo admito. Repaso su historia y una cosa es evidente: no es Evo Morales el primer indígena que llega a las altas magistraturas. Me voy por el lado racial y encuentro un mestizaje bastante profundo, con enclaves pequeños que no lo son, pero más que todo una población indígena secularmente marginada. Encuentro, en su momento actual, las perversiones propias a las que han sido sometidos principios de justicia y el eterno mal del populismo: autoritarismo, siembra de odio, imposición abusiva, demagogia rampante y, lo que molesta hasta la irritación suprema a los bolivianos- la presencia venezolana: aviones militares que aterrizan sin ton ni son, guardaespaldas militares para Morales, cheques al por mayor para sostenerlo y hasta construcciones de fuertes en las fronteras-. El asunto de las autonomías es entendible. Las abismales diferencias entre el norte y el sur están siendo enfrentadas por el presidente Alan García con tino y comienza por romper el aislamiento uniendo ambas zonas con una autopista que provoque un intercambio masivo. Me parece que Perú hace lo correcto. Es tendiendo puentes y construyendo hospitales y escuelas como se enfrenta la separación entre regiones en cuanto a grados de desarrollo.
La regionalización y la “localización” son productos claros –y no incompatibles con lo nacional- del mundo globalizado en que nos toca vivir. En alguna otra parte he citado a Roland Robertson (Globalization, Social Theory and Global Culture) porque me parece que es al autor que mejor enfoca esta falsa contradicción entre lo global y lo local. En efecto, Robertson ha acuñado una palabra, glocalization, para describir esta imbricación entre ambos lados de la moneda. No hay tal enfrentamiento entre homeginización y heterogenización. En verdad, mientras más crece lo global más crece lo local. Lo global se está convirtiendo en una red de interconexión de los asuntos locales. Es lo que no entienden estos brotes de marxismo trasnochado en que están sumergidos Venezuela y Bolivia. Para ambos gobiernos todo debe estar centralizado, no puede darse a nadie el manejo de los recursos locales; gobernadores y alcaldes –prefectos en Bolivia- deben estar de adorno, el Estado central debe manejarlo todo. Hay razones ideológicas atravesadas: el manejo directo de los recursos por el caudillo le permitirá impulsar el respectivo “proceso revolucionario”, aún a costa de la eficiencia y de los servicio básicos que es obligación de todo gobierno, como es el caso de seguridad, salud, abastecimiento y educación.
Por lo demás, todo gobierno autoritario es centralista, el poder debe estar sólo en unas manos, las de Yo el Supremo, puesto que el “líder máximo” debe tener la potestad de decidir sobre todo a su voluntad, arbitrio y capricho. Las consecuencias de no comprender lo local y de marchar hacia el autoritarismo-populismo centralizado llevan a las revueltas, como en el caso boliviano del presente. Esta manía centralizadora será una de las causas claves de la eventual crisis final de los gobiernos de Bolivia y de Venezuela.
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