07 febrero 2008

El síndrome Chacón

Por Álvaro Delgado-Gal

Una democracia precaria genera líderes inmaduros cuya conducta tiende a fragilizarla aún más.

Durante un programa televisivo se ha visto a la ministra Chacón mirándose la mano con gesto furtivo. Tenía apuntadas no sé qué frases, a las que se quería agarrar durante el debate. La ministra ha explicado que ella es “muy chuletera”. El comentario jaquetón de la titular de Vivienda ha suscitado regocijo, y hasta algún aplauso. El ciudadano se siente más identificado con una chica que traslada a su ministerio las mañas de un estudiante trapacero de universidad que con los fenómenos memoriosos de que ha sido pródiga la derecha política —piensen en Fraga; piensen, incluso, en Pizarro, notario y abogado del Estado—.

A la vez, no es evidente que los ministros simpáticos sean siempre los que más nos convienen. No está claro, para empezar, que valerse de chuletas sea demasiado edificante. ¿Se imaginan la que se habría montado en los EEUU si Greenspan hubiera confesado que tiene por costumbre hacer trampas en los exámenes? En segundo lugar, la necesidad de apoyarse en chuletas connota falta de capacidad o falta de concentración en el estudio. En resumen: Chacón comparte con Magdalena Álvarez, o con su antecesora en el cargo, o con el propio presidente, una aguda incompetencia. La incompetencia es aguda, no porque ellos sean especialmente incompetentes, sino porque ocupan posiciones eminentes y el eminente tiene que ser mejor en lo suyo que el ciudadano medio. Es improbable que un segundo de distracción encierre consecuencias catastróficas cuando se va montado en bicicleta. Pero si uno es piloto en un Fórmula Uno, la cosa cambia.

No estoy hablando sólo de materias técnicas. Más importante que las destrezas de carácter técnico es el tipo de conocimiento difuso que asociamos a la sabiduría política. El gobernante responsable ha de determinar, sobre la marcha, cuándo un riesgo es asumible y cuándo inasumible; hasta dónde se puede llegar en la suspensión de la ley estricta; qué separa el deseable sigilo de la mentira. Todas las líneas rojas, absolutamente todas, se han roto en el proceso negociador con ETA. Nadie en la práctica, ni siquiera los periodistas de apoyo al Gobierno, pretenden que la denuncia de ANV haya obedecido a descubrimientos o hallazgos recientes. Se admite que la ley no se aplicó por motivos de oportunidad y se intenta explicar la tardanza invocando el amor desmedido del presidente por la paz, un amor que le ha hecho arrastrar los riesgos del fracaso y los costes de la impopularidad.

Todo esto es una broma. Zapatero erró en el diagnóstico: ETA, en efecto, no quería desaparecer. Erró en la estrategia: es insensato hacer determinadas apuestas sin contar con el principal partido de la oposición. No llegó nunca a clarearse, ni aun consigo mismo, sobre el precio que se podía pagar a los terroristas. Y ha mentido en el Congreso y frente a la opinión. Ello revela una inquietante falta de pulso, de formación. Dado, además, que no se ha verificado la reacción institucional oportuna, asistimos a un proceso de contaminación de todo el sistema. Una democracia precaria genera líderes inmaduros cuya conducta tiende a fragilizarla aún más. Es el aristotelismo al revés: los vicios se extienden y se confirman con su ejercicio consuetudinario.

El último episodio sonado ha sido el de los 400 euros prometidos a cada contribuyente en el caso de que gane de nuevo el PSOE. La iniciativa ha sido caótica. No se ha sabido, al principio, si la cosa era para una vez o para cada año de la legislatura. Y no se comprende por qué beneficia sólo a asalariados y pensionistas, y no, por ejemplo, a autónomos. El argumento de que pensionistas y asalariados son más pobres en promedio que los autónomos resulta grotesco. A veces pasa lo contrario, y si lo que importa es el nivel de renta, lo sensato habría sido establecer éste como baremo. Todo sugiere que la medida se ha improvisado, que han intervenido algunas equivalencias mágicas —cuatrocientos y pico euros son lo que han aumentado las hipotecas por la subida de tipos—, y que no se han empleado dos minutos en estudiar la conveniencia del nuevo gasto ni el riesgo de que éste se enquiste y se convierta en un nuevo “derecho”, tanto más inaudito cuanto que la devolución del dinero se produce según un patrón arbitrario y no pasa, en teoría, de constituir una medida de choque para estimular la demanda.

En una palabra: una chapuza fantástica y otra demostración de que el ministro Pedro Solbes, que no necesita chuletas, ejerce de falsa carabina. La presencia de un señor tan respetable no impide a las jóvenes generaciones incurrir en toda clase de excesos, a riesgo de la salud propia y de la ajena.

Nos ha gobernado, durante los últimos cuatro años, gente muy, muy inexperta. Con independencia de lo que pase a partir de marzo, los costes están aún por evaluar.


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