Por José Brechner
El principal factor para la estabilidad de un gobierno, es su economía. Si los bolsillos del pueblo están llenos, los gobiernos perduran, si se vacían, caen. Los aspectos políticos y sociales son menos relevantes.
Sudamérica pasa por una circunstancial bonanza, debido a la demanda de materias primas y commodities. La buena racha puede durar algún tiempo, porque energía y comida precisan todos. Eso no quiere decir que los gobiernos actuales, cuyos matices fluctúan del rosado al carmín, sean buenos. La coyuntura les ofrece numerosa clientela en lugares como China e India, que están en camino hacia una estable y duradera felicidad económica gracias al capitalismo, o como despectivamente lo llaman los progres, el neoliberalismo.
Mientras los sudamericanos sigan exportando productos sin valor agregado, por más que los ingresos permitan vivir el día a día, seguirán teniendo una mayoritaria población donde pocos podrán guardar algunas monedas para épocas inciertas, y la amenazante incertidumbre flota constantemente sobre sus mal estructuradas economías. El socialismo populista siempre fracasó y esta vez no será diferente. Cuando llegue el próximo colapso sudamericano, la crisis será monstruosa. Para añadir tensión al panorama, una recesión en los Estados Unidos puede también hundir a aquellos que exportan artículos con valor agregado, pero que no son de imperiosa necesidad para los estadounidenses.
Entre los disparates que piensan hacer los rojos unidos, está el de establecer una moneda única para competir con el dólar y el euro. Que la inflación en sus países esté entre las más altas del planeta parece no importarles. Pero ¿qué les importa a los multimillonarios Chávez, Morales o Kirchner? Sus economías subsidiadas están basadas en el desfalco al estado. La inflación no es algo que los afecte, al contrario, a las cúpulas sólo las beneficia. Tampoco les incomoda que sus países sean incompetentes productiva y tecnológicamente para batirse globalmente.
En una encuesta en la Argentina en la que se indagó sobre los temas que más atingen a la población, los resultados indicaron que los argentinos están preocupados primero por la seguridad, después por la salud, seguidas por la inflación y la corrupción. Si hubiese un pensamiento coherente, las preocupaciones deberían ser al revés. Mientras exista corrupción, no puede haber seguridad jurídica, social, económica, ni física. La institucionalizada corrupción es el comienzo de las desgracias. Si los gobernantes no utilizasen el dinero del pueblo para beneficio personal o partidario, y se liberasen las economías de forma que los estados no intervengan en los negocios de la gente, sus naciones prosperarían y todos mejorarían sus condiciones de vida. La Argentina es el ejemplo más patético, porque recurre reiteradamente a la misma equivocada fórmula desde su primer gobierno peronista. Otros por lo menos salieron del caudillismo y el populismo recalcitrante.
El dilema latinoamericano es ético. Donde no existen valores éticos, no puede haber confianza. Y donde no hay confianza no puede haber trabajo transparente y honesto, ni desarrollo productivo. El error que cometieron algunos bienintencionados gobernantes, es haber querido implementar una economía moderna en sociedades atrasadas. Para tener una economía moderna se necesita de sociedades modernas, no de individuos que viven con la anacrónica mentalidad de los años 40, como en la Argentina, o en la era incaica, como en Bolivia.
Irónicamente, ambos países, uno que fue el más rico, culto y avanzado de la región, y el otro que siempre fue el más pobre, ignorante y atrasado, marchan hacia el abismo bajo similares principios. Es parte de las maravillas igualitarias del neopopulismo. La Argentina, que se codeaba de igual a igual con España, Italia y Francia, ahora tiene a sus iguales en Venezuela, Ecuador y Bolivia.
El principal factor para la estabilidad de un gobierno, es su economía. Si los bolsillos del pueblo están llenos, los gobiernos perduran, si se vacían, caen. Los aspectos políticos y sociales son menos relevantes.
Sudamérica pasa por una circunstancial bonanza, debido a la demanda de materias primas y commodities. La buena racha puede durar algún tiempo, porque energía y comida precisan todos. Eso no quiere decir que los gobiernos actuales, cuyos matices fluctúan del rosado al carmín, sean buenos. La coyuntura les ofrece numerosa clientela en lugares como China e India, que están en camino hacia una estable y duradera felicidad económica gracias al capitalismo, o como despectivamente lo llaman los progres, el neoliberalismo.
Mientras los sudamericanos sigan exportando productos sin valor agregado, por más que los ingresos permitan vivir el día a día, seguirán teniendo una mayoritaria población donde pocos podrán guardar algunas monedas para épocas inciertas, y la amenazante incertidumbre flota constantemente sobre sus mal estructuradas economías. El socialismo populista siempre fracasó y esta vez no será diferente. Cuando llegue el próximo colapso sudamericano, la crisis será monstruosa. Para añadir tensión al panorama, una recesión en los Estados Unidos puede también hundir a aquellos que exportan artículos con valor agregado, pero que no son de imperiosa necesidad para los estadounidenses.
Entre los disparates que piensan hacer los rojos unidos, está el de establecer una moneda única para competir con el dólar y el euro. Que la inflación en sus países esté entre las más altas del planeta parece no importarles. Pero ¿qué les importa a los multimillonarios Chávez, Morales o Kirchner? Sus economías subsidiadas están basadas en el desfalco al estado. La inflación no es algo que los afecte, al contrario, a las cúpulas sólo las beneficia. Tampoco les incomoda que sus países sean incompetentes productiva y tecnológicamente para batirse globalmente.
En una encuesta en la Argentina en la que se indagó sobre los temas que más atingen a la población, los resultados indicaron que los argentinos están preocupados primero por la seguridad, después por la salud, seguidas por la inflación y la corrupción. Si hubiese un pensamiento coherente, las preocupaciones deberían ser al revés. Mientras exista corrupción, no puede haber seguridad jurídica, social, económica, ni física. La institucionalizada corrupción es el comienzo de las desgracias. Si los gobernantes no utilizasen el dinero del pueblo para beneficio personal o partidario, y se liberasen las economías de forma que los estados no intervengan en los negocios de la gente, sus naciones prosperarían y todos mejorarían sus condiciones de vida. La Argentina es el ejemplo más patético, porque recurre reiteradamente a la misma equivocada fórmula desde su primer gobierno peronista. Otros por lo menos salieron del caudillismo y el populismo recalcitrante.
El dilema latinoamericano es ético. Donde no existen valores éticos, no puede haber confianza. Y donde no hay confianza no puede haber trabajo transparente y honesto, ni desarrollo productivo. El error que cometieron algunos bienintencionados gobernantes, es haber querido implementar una economía moderna en sociedades atrasadas. Para tener una economía moderna se necesita de sociedades modernas, no de individuos que viven con la anacrónica mentalidad de los años 40, como en la Argentina, o en la era incaica, como en Bolivia.
Irónicamente, ambos países, uno que fue el más rico, culto y avanzado de la región, y el otro que siempre fue el más pobre, ignorante y atrasado, marchan hacia el abismo bajo similares principios. Es parte de las maravillas igualitarias del neopopulismo. La Argentina, que se codeaba de igual a igual con España, Italia y Francia, ahora tiene a sus iguales en Venezuela, Ecuador y Bolivia.
No hay comentarios :
Publicar un comentario
Exprésate libremente.
En este blog no se permiten comentarios de personas anónimas.