10 febrero 2008

Benedicto XVI y la libertad

Por Alejandro Chafuen*

Juan Pablo II dejó un legado de enseñanzas sin parangón. Un aspecto clave de su papado fue el espacio que creó para el trabajo de otros grandes teólogos. Uno de ellos fue el Cardenal Joseph Ratzinger, quien es el nuevo Papa Benedicto XVI. Debido a su concentración en la pureza doctrinal, muchos han visto sólo un aspecto de Ratzinger, como protector de la fe y líder de la nueva “inquisición”. Muy pocos se han percatado de sus valiosos análisis de la libertad.

Hace un poco más de dos décadas, Ratzinger publicó una dura acusación sobre varios aspectos de la Teología de la Liberación. Ese documento golpeó duramente a los elementos más radicales de la Iglesia, quienes luego sufrieron un golpe casi mortal por el colapso de la utopía atea soviética. Juan Pablo II y los teólogos del Vaticano se concentraron entonces en otro enemigo que afectaba igualmente al Occidente y al Oriente: la tiranía del relativismo.

En su Encíclica Veritatis Splendor, el recién fallecido Papa mantuvo que la cultura actual “genera escepticismo sobre los fundamentos mismos del conocimiento y de la ética… dificultando más y más la clara comprensión del significado del hombre, el significado de sus derechos y deberes”. Su objetivo era aportar una guía a la práctica de la virtud, como paso inicial y necesario para la recuperación moral de la civilización.

A los intelectuales clásico-liberales y “moderados” les preocupó que luego de esa recia defensa de la verdad objetiva en Veritatis Splendor, la Iglesia retrocediera para imponer esa verdad promoviendo legislación coercitiva. Pero no fue así. En esos tiempos, el Papa visitaba a Sudán, una nación mayormente islámica, donde defendió vigorosamente que las mayorías no tienen el derecho de imponer sus puntos de vistas religiosos y morales a las minorías. “The Wanderer”, uno de los periódicos católicos más conservadores, editorializó en apoyo de la inclinación “libertaria” de las declaraciones del Juan Pablo II en Sudán.

El Cardenal Ratzinger se concentró en enseñar la importancia de las convicciones, por encima de la fuerza. El 6 de noviembre de 1992, durante la ceremonia de su iniciación en la Academia Moral y Ciencias Políticas del Instituto de Francia, explicó que la sociedad libre puede subsistir solamente donde las personas comparten convicciones morales fundamentales y altas normas morales. Añadió que tales convicciones no deben ser “impuestas ni arbitrariamente definidas por la fuerza”.

Ratzinger encontró parte de la clave en la obra de Tocqueville, declarando que “su libro la Democracia en América siempre me impresionó… el gran pensador (Tocqueville) vio como condición esencial el hecho que una convicción moral fundamental estaba viva en Estados Unidos, una que alimentada por la Cristiandad Protestante aportaba las bases a las instituciones y mecanismos democráticos”.

En su obra como teólogo, Benedicto XVI centra sus enseñanzas en la libertad. Explica la creación de una bella manera, la cual según él debe comprenderse no con el modelo de un artesano “sino con una mente creativa, con pensamiento creativo”. El comienzo de la creación es una “libertad creativa que crea nuevas libertades. Visto así, bien se puede describir el Cristianismo como una filosofía de la libertad”. La cristiandad explica una realidad donde “en su cima está una libertad que piensa y el pensamiento crea libertad, haciendo de la libertad la forma estructural de todo ser”. La libertad del hombre aparta al Cristianismo del idealismo.

Benedicto XVI mantiene que la libertad junto a la consciencia y el amor conforman la esencia del ser. Con la libertad hay imposibilidad de calculo perfecto, por lo que el mundo nunca puede ser reducido a una lógica matemática. Según su manera de pensar, donde lo particular es más importante que lo universal, “la persona, única e irrepetible, es al mismo tiempo lo último y lo más alto. Bajo esa visión del mundo, la persona no es sólo un individuo, una reproducción que surge de la difusión de la idea en materia, sino, precisamente, una “persona”.

Según Benedicto XVI, los griegos veían a la gente como simples individuos, sujetos al polis (ciudad-estado). La cristiandad, por el contrario, ve al hombre como una persona que es más que un individuo. Esta transición de individuo a persona es lo que condujo al avance de la Antigüedad al Cristianismo. O como lo explicaba el cardenal, “de Platón a la fe”.

Como católico, yo y muchos otros le tenemos un gran agradecimiento a Ratzinger y a sus enseñanzas de la libertad creativa que caracteriza a la persona humana “relacionada con el infinito”. Podemos estar seguros que el nuevo Papa continuará el legado de Juan Pablo II, colocando a la libertad y a la dignidad en el centro de sus enseñanzas.


* Presidente de Atlas Economic Research Foundation, académico asociado del Acton Institute y autor de “Economía y ética: Raíces cristianas de la economía de libre mercado” (Rialp, 1991).

Fuente: Catholic.net

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