Por Alberto Baumeister Toledo
Dentro de este triste panorama que representa la destrucción de toda una sociedad ante la incapacidad, el desorden y caos político provocados por un gobierno incapaz y sin rumbo, para no decir la extinción de nuestra sagrada patria, cabe de vez en cuando asomar la nariz, para dar un respirito y pensar que alguna vez hubo una Venezuela mejor, donde existían ciudadanos serios y capaces, dignos y ejemplares, quienes compartían en ambientes donde cuando menos se procuraba hacer valer la sensatez y la justicia, el respeto social, la educación y quienes luchaban por una patria mejor, sin por ello desconocer tampoco que nos les correspondió dentro de su devenir soportar problemas y desventuras propios de las diversas épocas y lugares en que trascendió su vida. Esas especies de oasis lo representan signos brillantes del acontecer social, político, educacional o profesional que debemos reconocer han existido y seguirán acompañando la marcha de un país.
Me toca hoy referirme a tres muy especiales de esos casos, y quienes representan tres diversas etapas etariales. Vengo con ello a honrar, hasta donde me es dada la memoria de tres venezolanos que terminan de abandonar su tránsito vital y ya no compartirán más con nosotros ni las alegrías ni el desasosiego que continuaremos soportando a los que debemos continuar viviendo. Sus vidas nos han dejado un invaluable ejemplo de su respectivo acontecer humano. Se trata de tres buenos ciudadanos que marcaron huella en su tránsito temporal por esta tierra e intempestivamente, como suele suceder en todos estos casos, nos parece no hay justificación que explique su abrupta retirada de esta vida.
Me refiero en primer lugar a la reciente desaparición física de un ilustre médico otorrinolaringólogo, excelente amigo, docente universitario, buen hípico, pero por sobre todo afable y educado ciudadano. Se trata del Dr. Leopoldo Larrazábal Eduardo, quien con toda dignidad y clase se distinguió en su trascender vital como buen estudiante, excelente profesional y ejemplar amigo de todos los que tuvimos la buena dicha de compartir con él. Al Dr. Larrazábal lamentablemente le correspondió soportar fuertes y tristes momentos en su vida familiar, como lo fueron la pérdida de varios de sus familiares muy allegados y en especial la muerte sobrevenida e intempestiva de su segunda esposa, distinguida dama que lo acompañó un buen trozo de su última etapa vital y le contribuyó a su felicidad. Leopoldo se nos fue sin dejarnos decirle un buen ni merecido adiós, callada e inesperadamente. Testimonio aquí la despedida que no le pude dar personalmente y extiendo mis condolencias a sus familiares, colegas y compañeros amigos. Su buen recuerdo nunca nos hará olvidarlo.
También dejó su tránsito vital recientemente, otro hombre que contribuyó a marcar como trascendental parte de su vida ciudadana y profesional. Me refiero ahora a un larense, abogado, quien fuera un digno y ejemplar miembro de la magistratura, durante unos cuantos años en tiempos que algunos de los que como yo nos correspondió conocer la llamada época de oro de la gestión judicial en Venezuela. Me refiero ahora al Dr. Aníbal Aldazoro Delepiani. Callado, probo y ejemplar magistrado quien se desempeñó sin mácula en el cargo de Juez Tercero de Primera Instancia en lo Mercantil de la Circunscripción Judicial del Distrito Federal y Estado Miranda. Aldazoro, al igual que mi buen respetado profesor y amigo Dr. Pedro A. Zoppy, y mis muy estimados maestros Gonzalo Pérez Luciani y Gonzalo Parra Aranguren, entre otros, pues justo es reconocer que tampoco fueron los únicos, son la viva muestra de que en un país sí puede y tiene que existir un Poder Judicial digno, eficiente, capaz y honesto, de los que sí saben hacer justicia. Paz y respeto a la partida de ese otro buen venezolano y ojalá que, como debe ser, su ejemplo de vida, sirva de infinito semillero para la crianza de otros venezolanos que deban iniciar el tránsito ciudadano, profesional o judicial en nuestra hoy tan venida a menos Venezuela.
Por último, no puedo dejar tampoco de lamentar el corto tránsito vital de un amigo y compañero de escuela y universidad, humilde, afectuoso, noble con los ideales que lo inspiraban y los que seguía y aupaba si bien los demás no compartiéramos. Me refiero ahora a Carlos Felice Castillo, abogado, educador, de buen estilo y talante, y ferviente amante de su Venezuela; un político escaso, no de esos que se hacen ricos medrando en el tesoro. Tuvo un especial desempeño en el área del deporte, donde a pesar de no haber destacado físicamente en ninguna de sus disciplinas, sí procuró dejar su marca personal imponiendo orden, regulaciones hasta entonces inexistentes y un poco de decencia en el tramite administrativo y público de la gestión deportiva. Carlos dejó cumplida esa difícil parte de la vida de todo hombre pleno, vivió, amó, disfrutó de su patria, de su música y de las letras y escribió, con éxito, un libro sobre el Derecho y el Deporte que me atrevo a destacar único en la materia. Mi ahora reseñado amigo resultó ser uno de esos seres también difíciles de emular: buen compañero, humilde y amantísimo hijo y admirador de su padre, otro buen venezolano que dejó huella en su tránsito por ésta, su patria, el Dr. Carlos Felice C., otro larense, abogado, legislador, académico y destacado político.
En nombre de los que fuimos sus compañeros de curso, mi eterno adiós y mi reconocimiento por la buena amistad que siempre nos supo brindar.
Dentro de este triste panorama que representa la destrucción de toda una sociedad ante la incapacidad, el desorden y caos político provocados por un gobierno incapaz y sin rumbo, para no decir la extinción de nuestra sagrada patria, cabe de vez en cuando asomar la nariz, para dar un respirito y pensar que alguna vez hubo una Venezuela mejor, donde existían ciudadanos serios y capaces, dignos y ejemplares, quienes compartían en ambientes donde cuando menos se procuraba hacer valer la sensatez y la justicia, el respeto social, la educación y quienes luchaban por una patria mejor, sin por ello desconocer tampoco que nos les correspondió dentro de su devenir soportar problemas y desventuras propios de las diversas épocas y lugares en que trascendió su vida. Esas especies de oasis lo representan signos brillantes del acontecer social, político, educacional o profesional que debemos reconocer han existido y seguirán acompañando la marcha de un país.
Me toca hoy referirme a tres muy especiales de esos casos, y quienes representan tres diversas etapas etariales. Vengo con ello a honrar, hasta donde me es dada la memoria de tres venezolanos que terminan de abandonar su tránsito vital y ya no compartirán más con nosotros ni las alegrías ni el desasosiego que continuaremos soportando a los que debemos continuar viviendo. Sus vidas nos han dejado un invaluable ejemplo de su respectivo acontecer humano. Se trata de tres buenos ciudadanos que marcaron huella en su tránsito temporal por esta tierra e intempestivamente, como suele suceder en todos estos casos, nos parece no hay justificación que explique su abrupta retirada de esta vida.
Me refiero en primer lugar a la reciente desaparición física de un ilustre médico otorrinolaringólogo, excelente amigo, docente universitario, buen hípico, pero por sobre todo afable y educado ciudadano. Se trata del Dr. Leopoldo Larrazábal Eduardo, quien con toda dignidad y clase se distinguió en su trascender vital como buen estudiante, excelente profesional y ejemplar amigo de todos los que tuvimos la buena dicha de compartir con él. Al Dr. Larrazábal lamentablemente le correspondió soportar fuertes y tristes momentos en su vida familiar, como lo fueron la pérdida de varios de sus familiares muy allegados y en especial la muerte sobrevenida e intempestiva de su segunda esposa, distinguida dama que lo acompañó un buen trozo de su última etapa vital y le contribuyó a su felicidad. Leopoldo se nos fue sin dejarnos decirle un buen ni merecido adiós, callada e inesperadamente. Testimonio aquí la despedida que no le pude dar personalmente y extiendo mis condolencias a sus familiares, colegas y compañeros amigos. Su buen recuerdo nunca nos hará olvidarlo.
También dejó su tránsito vital recientemente, otro hombre que contribuyó a marcar como trascendental parte de su vida ciudadana y profesional. Me refiero ahora a un larense, abogado, quien fuera un digno y ejemplar miembro de la magistratura, durante unos cuantos años en tiempos que algunos de los que como yo nos correspondió conocer la llamada época de oro de la gestión judicial en Venezuela. Me refiero ahora al Dr. Aníbal Aldazoro Delepiani. Callado, probo y ejemplar magistrado quien se desempeñó sin mácula en el cargo de Juez Tercero de Primera Instancia en lo Mercantil de la Circunscripción Judicial del Distrito Federal y Estado Miranda. Aldazoro, al igual que mi buen respetado profesor y amigo Dr. Pedro A. Zoppy, y mis muy estimados maestros Gonzalo Pérez Luciani y Gonzalo Parra Aranguren, entre otros, pues justo es reconocer que tampoco fueron los únicos, son la viva muestra de que en un país sí puede y tiene que existir un Poder Judicial digno, eficiente, capaz y honesto, de los que sí saben hacer justicia. Paz y respeto a la partida de ese otro buen venezolano y ojalá que, como debe ser, su ejemplo de vida, sirva de infinito semillero para la crianza de otros venezolanos que deban iniciar el tránsito ciudadano, profesional o judicial en nuestra hoy tan venida a menos Venezuela.
Por último, no puedo dejar tampoco de lamentar el corto tránsito vital de un amigo y compañero de escuela y universidad, humilde, afectuoso, noble con los ideales que lo inspiraban y los que seguía y aupaba si bien los demás no compartiéramos. Me refiero ahora a Carlos Felice Castillo, abogado, educador, de buen estilo y talante, y ferviente amante de su Venezuela; un político escaso, no de esos que se hacen ricos medrando en el tesoro. Tuvo un especial desempeño en el área del deporte, donde a pesar de no haber destacado físicamente en ninguna de sus disciplinas, sí procuró dejar su marca personal imponiendo orden, regulaciones hasta entonces inexistentes y un poco de decencia en el tramite administrativo y público de la gestión deportiva. Carlos dejó cumplida esa difícil parte de la vida de todo hombre pleno, vivió, amó, disfrutó de su patria, de su música y de las letras y escribió, con éxito, un libro sobre el Derecho y el Deporte que me atrevo a destacar único en la materia. Mi ahora reseñado amigo resultó ser uno de esos seres también difíciles de emular: buen compañero, humilde y amantísimo hijo y admirador de su padre, otro buen venezolano que dejó huella en su tránsito por ésta, su patria, el Dr. Carlos Felice C., otro larense, abogado, legislador, académico y destacado político.
En nombre de los que fuimos sus compañeros de curso, mi eterno adiós y mi reconocimiento por la buena amistad que siempre nos supo brindar.
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