Por José Alberto Medina Molero
Hay un libro de la Biblia en el Nuevo Testamento, el libro de Santiago, que lo tipifica con todos los ribetes: el origen de las guerras y de los pleitos es la codicia. Es desear sin tener, y para tener hay que arrebatar bajo cualquier medio, ético o no, legal o no.
Básicamente este elemento logra explicar el porqué jugadores con buenas condiciones para jugar béisbol (así como sus pares en el atletismo) decidieron consumir esteroides anabólicos, de manera que pudiera acceder a las grandes cifras, también explica todo el encubrimiento del personal concomitante y de todos los que de alguna manera viven del negocio. Resulta más que inútil ahondar en este punto, ya que la evidencia es abrumadora y es poco lo que se agrega con nuevos análisis.
Hasta ahora, los fanáticos del juego, los sostenedores financieros del espectáculo, habíamos visto esa codicia dirigida hacia los propios cuerpos de los jugadores, codicia bien recompensada con sueldo y contratos publicitarios. Sin embargo, alrededor del caso surge una nueva subespecie de miseria, de infame manifestación de vehemencia por el dinero: el chantaje.
Cual si se tratase de una cinta de mafiosos, el retirado jugador de origen cubano, José Canseco, aparentemente (y es lo que se desprende de lo publicado recientemente), llamó, a través de uno de sus amigos, al venezolano Maglio Ordóñez, solicitándole cierta cantidad para un proyecto, a cambio de no deslizar su nombre en un nuevo libro sobre el escándalo de consumo de esteroides. La actitud reconfirma lo que se sabía: Canseco con su primer libro no quiso adecentar el béisbol (cosa que de haber sido así habría que agradecer), se permitió valerse de la información para ingresar unos cuantos dólares en su cuenta. Con su segundo libro y ante el escándalo suscitado por el informe Mitchel, ve un nuevo filón e intenta esta “Cansecada”, por demás censurable.
No termina uno de asombrarse de los niveles a los que puede descender el género humano por la comodidad sucedánea, que da el dinero mal habido. Esa ambición bochornosa, llevada al límite de lo decente, me hizo recordar la que retrata de un modo magistral el escritor Grahan Greene (1904-1991), en su novela de 1980, “El Dr. Fischer de Ginebra”, pieza en la que un excéntrico millonario invita a cenar, de cuando en cuando, a un grupo de personas a su casa y los somete a aberrantes pruebas, a cambio de jugosos premios en dinero y joyas. Lamentablemente esto es parte de esa porción de la naturaleza del hombre, la porción que constituye uno de sus grandes retos como especie.
Hay un libro de la Biblia en el Nuevo Testamento, el libro de Santiago, que lo tipifica con todos los ribetes: el origen de las guerras y de los pleitos es la codicia. Es desear sin tener, y para tener hay que arrebatar bajo cualquier medio, ético o no, legal o no.
Básicamente este elemento logra explicar el porqué jugadores con buenas condiciones para jugar béisbol (así como sus pares en el atletismo) decidieron consumir esteroides anabólicos, de manera que pudiera acceder a las grandes cifras, también explica todo el encubrimiento del personal concomitante y de todos los que de alguna manera viven del negocio. Resulta más que inútil ahondar en este punto, ya que la evidencia es abrumadora y es poco lo que se agrega con nuevos análisis.
Hasta ahora, los fanáticos del juego, los sostenedores financieros del espectáculo, habíamos visto esa codicia dirigida hacia los propios cuerpos de los jugadores, codicia bien recompensada con sueldo y contratos publicitarios. Sin embargo, alrededor del caso surge una nueva subespecie de miseria, de infame manifestación de vehemencia por el dinero: el chantaje.
Cual si se tratase de una cinta de mafiosos, el retirado jugador de origen cubano, José Canseco, aparentemente (y es lo que se desprende de lo publicado recientemente), llamó, a través de uno de sus amigos, al venezolano Maglio Ordóñez, solicitándole cierta cantidad para un proyecto, a cambio de no deslizar su nombre en un nuevo libro sobre el escándalo de consumo de esteroides. La actitud reconfirma lo que se sabía: Canseco con su primer libro no quiso adecentar el béisbol (cosa que de haber sido así habría que agradecer), se permitió valerse de la información para ingresar unos cuantos dólares en su cuenta. Con su segundo libro y ante el escándalo suscitado por el informe Mitchel, ve un nuevo filón e intenta esta “Cansecada”, por demás censurable.
No termina uno de asombrarse de los niveles a los que puede descender el género humano por la comodidad sucedánea, que da el dinero mal habido. Esa ambición bochornosa, llevada al límite de lo decente, me hizo recordar la que retrata de un modo magistral el escritor Grahan Greene (1904-1991), en su novela de 1980, “El Dr. Fischer de Ginebra”, pieza en la que un excéntrico millonario invita a cenar, de cuando en cuando, a un grupo de personas a su casa y los somete a aberrantes pruebas, a cambio de jugosos premios en dinero y joyas. Lamentablemente esto es parte de esa porción de la naturaleza del hombre, la porción que constituye uno de sus grandes retos como especie.
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