11 enero 2008

Los progres humanistas y la guerra

Por José Brechner

Cuando los sociólogos ven a un individuo bien vestido, golpeado, herido y sangrante, tirado en la calle después de haber sido asaltado, se detienen a observarlo, se preguntan ¿qué hizo para que lo agredieran?, culpan a la sociedad por no preocuparse debidamente por los delincuentes y se retiran a tomar un café dejando a la víctima en el suelo.

Los sociólogos están entre los estereotipos más sobresalientes de la progresía oscurantista. Tal Nitzan, una investigadora de la Universidad Hebrea de Jerusalén, llevó a cabo una investigación por la cual llegó a la conclusión de que los soldados israelíes son racistas ya que no violan a las mujeres palestinas. La investigación fue premiada con una condecoración por la Unión Sociológica Israelí.

Estos profesionales no tienen en su diccionario la palabra Moralidad. Los soldados judíos, desde tiempos bíblicos, nunca violaron mujeres después de ganar una batalla. Caso único en la historia, como casi todo lo que atañe al pueblo judío.

Según los bondadosos sociólogos, que en su mayoría son intolerantes fanáticos izquierdistas, como toda la progresía dominante que propone la decadencia universal, el violador es un buen tipo, de igual forma que los terroristas, y el resto de la venerada basura social de esta primera etapa del Siglo XXI. Will Smith dijo hace poco, resumidamente, que Hitler era un hombre bueno. Tal vez era tan bueno como los negreros que trajeron a sus antepasados de esclavos al Nuevo Mundo.

La chueca mentalidad humanista quiere revertir el orden moral, haciendo que los malos sean los buenos y los buenos sean los malos. Como los vicios se expanden más rápidamente que las virtudes, están triunfando en sus afanes destructivos.

Donde los izquierdistas-humanistas resaltan por su necedad, es en su falta de entendimiento de la guerra y la amenaza yihadista. El mundo está como un individuo en un callejón sin salida, amenazado con una pistola por un conocido asesino, pero como la víctima se supone más racional que el criminal, se pregunta ¿por qué lo apunta?, en vez de defenderse antes de que el delincuente apriete el gatillo.

Los instintos guerreros de las sociedades originarias como los árabes, están más a flor de piel que los de las evolucionadas. El individuo primitivo vive más cerca del salvajismo que de la civilización. No se puede lograr un entendimiento racional con él, de igual forma que no se puede dialogar con el sociópata que apunta con la pistola.

La historia de la humanidad es la historia de la guerra. Es raro o inexistente el caso de algún estado que no haya sufrido alguna confrontación bélica. Los ejércitos son los primeros en ser creados cuando se forma una nación. En realidad, la mayoría de los estados tuvieron primero soldados y después un gobierno.

La guerra es una de las constantes de la historia y no ha disminuido con la civilización o la democracia, pese a que nunca hubo guerra entre dos democracias liberales modernas. En los aproximadamente 3.500 años de historia escrita, menos de 300 transcurrieron sin guerra. “Polemos pater panton” dijo Heráclito; la guerra -o la competencia- es la madre de todas las cosas, la poderosa fuente de ideas, invenciones, instituciones y estados. La paz es un equilibrio inestable, que puede ser preservada únicamente por la reconocida supremacía o el igual poder.

El error que cometen los políticos, en busca del aplauso fácil, es actuar como ciudadanos y no como estadistas. El ciudadano se somete a las limitaciones que le imponen la moral y las leyes, y accede a reemplazar el combate con la conferencia, porque el estado le garantiza protección básica para su vida, sus bienes y derechos legales. El propio estado no reconoce limitaciones sustanciales, bien porque se siente lo bastante fuerte para desafiar cualquier injerencia en su voluntad, bien porque no existe un superestado que le ofrezca protección básica ni un derecho internacional o un código moral que tengan fuerza efectiva.

Occidente está en guerra. Creer que el enemigo musulmán está dispuesto a la concertación es mentirse. No existe ningún argumento que pueda acabar con la convicción que tienen los fundamentalistas, de estar designados a someter al mundo por mandato divino.

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