Por Liliana Fasciani M.
La solidaridad, siendo lo que es, depende de lo que cada cual entiende, por eso sirve para todo, especialmente en el mundo de la política.
Hay quienes asumen la solidaridad como consigna, hay quienes la practican en situaciones calamitosas, hay quienes hacen de ella su profesión, hay quienes prefieren interpretarla desde una perspectiva filosófica, hay quienes la abordan como un bote para salir a pescar incautos, hay quienes la usan como dentífrico y quienes se abastecen de ella a modo de combustible. En fin, la solidaridad tiene propiedades y usos extraordinarios que los más avezados en los misterios de la sensibilidad reconocen y saben aprovechar.
Hugo Chávez intenta, hoy por hoy, aparecer como el chamán de la solidaridad, el científico que hurga en los intersticios del secuestro para hacer ver que, en el caso de las FARC, las causas de éste no encuadran en el esquema criminológico clásico, sino que obedecen a razones estrictamente ideológicas con raíces profundamente humanísticas. Así, tal cual.
Dicho de otro modo, la corriente más ortodoxa del chavismo hard distingue dos tipos de secuestro, según sea ejecutado por inadaptados sociales o por inadaptados políticos. En este último caso, el secuestro no es un crimen, sino un medio de protesta contra la doctrina política norteamericana inoculada en los gobiernos latinoamericanos a través del virus neoliberal. Por lo tanto, el secuestro, si lo llevan a cabo grupos como las FARC, no constituye un delito, sino una consecuencia lógica y necesaria de la lucha de clases, afincada especialmente en la arrogancia capitalista y en la humillación proletaria, que sólo puede ser vengada por justicieros armados dispuestos a todo. El secuestro es simplemente un mecanismo de efecto inmediato con el que se persigue un fin cualquiera, desde la obtención de dinero fácil hasta un gesto de egocentrismo o un acto revolucionario al que se le niega carácter terrorista.
Entendido con tanta laxitud asunto tan jodidamente complejo, es comprensible el derroche de solidaridad, aparentemente desinteresada, por parte del presidente Hugo Chávez para lograr la liberación de un par de rehenes. Pero todo este desinterés, que excluye cualquier interés en los venezolanos secuestrados por la guerrilla y por el hampa común, persigue, sin embargo, un interés último: una cumbre privada entre Chávez y Marulanda con fines inconfesables. Es de suponer que un encuentro entre estos dos sería peligroso para Colombia, catastrófico para Venezuela y muy desgraciado para América Latina. Basta pensar en la condición de exigirle a Álvaro Uribe la renuncia para facilitar el proceso de paz en Colombia. ¿A quién puede habérsele ocurrido tal propuesta?
Así que esta imagen de solidario universal que está queriendo dar Hugo Chávez al mundo, no sólo es falsa -¿quién va a creer que le importan los secuestrados de allá o de aquí?-, sino costosa, porque además de procurarse con dinero de los venezolanos, comporta un alto precio para la tranquilidad y estabilidad en nuestro país.
Dicen por ahí que el tipo está en busca del premio Nobel de la Paz. Si de esto se trata, no tiene ninguna opción. ¿Cómo podría borrar los muertos de la intentona golpista de 1992, los muertos de puente Llaguno, los de plaza Francia, los de la marcha de abril de 2002, los presos políticos y un largo etcétera de ítems negativos, como su indiferencia con respecto a la situación de los venezolanos secuestrados, su desinterés por el problema de la inseguridad en Venezuela, y su constante agresión contra todo sujeto disidente que respire?
La solidaridad, siendo lo que es, depende de lo que cada cual entiende, por eso sirve para todo, especialmente en el mundo de la política.
Hay quienes asumen la solidaridad como consigna, hay quienes la practican en situaciones calamitosas, hay quienes hacen de ella su profesión, hay quienes prefieren interpretarla desde una perspectiva filosófica, hay quienes la abordan como un bote para salir a pescar incautos, hay quienes la usan como dentífrico y quienes se abastecen de ella a modo de combustible. En fin, la solidaridad tiene propiedades y usos extraordinarios que los más avezados en los misterios de la sensibilidad reconocen y saben aprovechar.
Hugo Chávez intenta, hoy por hoy, aparecer como el chamán de la solidaridad, el científico que hurga en los intersticios del secuestro para hacer ver que, en el caso de las FARC, las causas de éste no encuadran en el esquema criminológico clásico, sino que obedecen a razones estrictamente ideológicas con raíces profundamente humanísticas. Así, tal cual.
Dicho de otro modo, la corriente más ortodoxa del chavismo hard distingue dos tipos de secuestro, según sea ejecutado por inadaptados sociales o por inadaptados políticos. En este último caso, el secuestro no es un crimen, sino un medio de protesta contra la doctrina política norteamericana inoculada en los gobiernos latinoamericanos a través del virus neoliberal. Por lo tanto, el secuestro, si lo llevan a cabo grupos como las FARC, no constituye un delito, sino una consecuencia lógica y necesaria de la lucha de clases, afincada especialmente en la arrogancia capitalista y en la humillación proletaria, que sólo puede ser vengada por justicieros armados dispuestos a todo. El secuestro es simplemente un mecanismo de efecto inmediato con el que se persigue un fin cualquiera, desde la obtención de dinero fácil hasta un gesto de egocentrismo o un acto revolucionario al que se le niega carácter terrorista.
Entendido con tanta laxitud asunto tan jodidamente complejo, es comprensible el derroche de solidaridad, aparentemente desinteresada, por parte del presidente Hugo Chávez para lograr la liberación de un par de rehenes. Pero todo este desinterés, que excluye cualquier interés en los venezolanos secuestrados por la guerrilla y por el hampa común, persigue, sin embargo, un interés último: una cumbre privada entre Chávez y Marulanda con fines inconfesables. Es de suponer que un encuentro entre estos dos sería peligroso para Colombia, catastrófico para Venezuela y muy desgraciado para América Latina. Basta pensar en la condición de exigirle a Álvaro Uribe la renuncia para facilitar el proceso de paz en Colombia. ¿A quién puede habérsele ocurrido tal propuesta?
Así que esta imagen de solidario universal que está queriendo dar Hugo Chávez al mundo, no sólo es falsa -¿quién va a creer que le importan los secuestrados de allá o de aquí?-, sino costosa, porque además de procurarse con dinero de los venezolanos, comporta un alto precio para la tranquilidad y estabilidad en nuestro país.
Dicen por ahí que el tipo está en busca del premio Nobel de la Paz. Si de esto se trata, no tiene ninguna opción. ¿Cómo podría borrar los muertos de la intentona golpista de 1992, los muertos de puente Llaguno, los de plaza Francia, los de la marcha de abril de 2002, los presos políticos y un largo etcétera de ítems negativos, como su indiferencia con respecto a la situación de los venezolanos secuestrados, su desinterés por el problema de la inseguridad en Venezuela, y su constante agresión contra todo sujeto disidente que respire?
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