Por Liliana Fasciani M.
Finalmente, las señoras Consuelo González y Clara Rojas fueron liberadas. Es una gran noticia. Diría que es la mejor de las noticias para empezar el año. Es, sobre todo, un inmenso alivio para ellas y sus familiares, después de seis largos años de angustia y sufrimiento.
Conmueve a cualquiera el emocionante reencuentro de Consuelo González con sus hijas y su pequeña nieta, el abrazo en el que se fundieron Clara Rojas y su madre. No cabe duda que ha sido un volver a la vida para todas ellas, pues aunque jamás perdieron la esperanza, tampoco pudieron, en todo ese tiempo, perder el miedo. Y el miedo es, precisamente, lo que más duele, lo que golpea y debilita sin cesar la esperanza. Porque no se sabe si están o no, porque no se sabe dónde ni cómo, porque no se sabe si algún día, porque no se sabe si tal vez… El miedo que se nutre de las dudas y las suposiciones, que devora la paciencia mientras cuelga de un hilo la fe. El miedo que siendo libre, confina.
Cautivas en la profundidad de la selva, aisladas del resto del mundo, en contacto únicamente con sus secuestradores, trasladándose constantemente de un campamento a otro en las más precarias condiciones, seis años son demasiados años de no vivir, de no ser libres, siempre con el riesgo de ya no ser. Sin embargo, ambas lograron vencer el miedo y sobreponerse a sus circunstancias. Es un acto de valentía su capacidad para la supervivencia. De alguna o de varias maneras la muerte les pasó rozando, pero ellas lograron esquivarla. No se sale ileso de un secuestro. Es una experiencia que deja profundas heridas, que marca como un hierro encendido la mente y el espíritu.
Consuelo y Clara han vuelto a la vida, pero sus vidas ya no son las mismas. Nada para ellas será nunca como antes. Durante su cautiverio, Consuelo perdió a su esposo y Clara tuvo un hijo. Aún deben enfrentarse a esta nueva realidad que mueve de sitio sus sentimientos. Especialmente para Clara, cuya criatura le fue arrebatada de su seno y, desde entonces, ha pasado de una madre sustituta a otra. Gracias a Dios, a pesar de todo, Emmanuel es un niño salvado, porque su madre ha sido liberada a tiempo.
Mientras tanto, dispersos en la selva, casi setecientas personas continúan viviendo al lado de la muerte, esperando que alguien les devuelva su libertad, esperando volver a la vida.
Finalmente, las señoras Consuelo González y Clara Rojas fueron liberadas. Es una gran noticia. Diría que es la mejor de las noticias para empezar el año. Es, sobre todo, un inmenso alivio para ellas y sus familiares, después de seis largos años de angustia y sufrimiento.
Conmueve a cualquiera el emocionante reencuentro de Consuelo González con sus hijas y su pequeña nieta, el abrazo en el que se fundieron Clara Rojas y su madre. No cabe duda que ha sido un volver a la vida para todas ellas, pues aunque jamás perdieron la esperanza, tampoco pudieron, en todo ese tiempo, perder el miedo. Y el miedo es, precisamente, lo que más duele, lo que golpea y debilita sin cesar la esperanza. Porque no se sabe si están o no, porque no se sabe dónde ni cómo, porque no se sabe si algún día, porque no se sabe si tal vez… El miedo que se nutre de las dudas y las suposiciones, que devora la paciencia mientras cuelga de un hilo la fe. El miedo que siendo libre, confina.
Cautivas en la profundidad de la selva, aisladas del resto del mundo, en contacto únicamente con sus secuestradores, trasladándose constantemente de un campamento a otro en las más precarias condiciones, seis años son demasiados años de no vivir, de no ser libres, siempre con el riesgo de ya no ser. Sin embargo, ambas lograron vencer el miedo y sobreponerse a sus circunstancias. Es un acto de valentía su capacidad para la supervivencia. De alguna o de varias maneras la muerte les pasó rozando, pero ellas lograron esquivarla. No se sale ileso de un secuestro. Es una experiencia que deja profundas heridas, que marca como un hierro encendido la mente y el espíritu.
Consuelo y Clara han vuelto a la vida, pero sus vidas ya no son las mismas. Nada para ellas será nunca como antes. Durante su cautiverio, Consuelo perdió a su esposo y Clara tuvo un hijo. Aún deben enfrentarse a esta nueva realidad que mueve de sitio sus sentimientos. Especialmente para Clara, cuya criatura le fue arrebatada de su seno y, desde entonces, ha pasado de una madre sustituta a otra. Gracias a Dios, a pesar de todo, Emmanuel es un niño salvado, porque su madre ha sido liberada a tiempo.
Mientras tanto, dispersos en la selva, casi setecientas personas continúan viviendo al lado de la muerte, esperando que alguien les devuelva su libertad, esperando volver a la vida.
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