Por Rafael Rivas Mallarino
Hace medio siglo, Anthony Downs formuló uno de los resultados más célebres de la ciencia política moderna: el teorema del elector del medio. Postula que en una elección entre dos candidatos, donde las preferencias de los electores se concentran en un solo tema, ambos candidatos se desplazarán hacia las preferencias del elector que se encuentre en el medio del electorado.
El teorema explica por qué el bipartidismo es un equilibrio de largo plazo en un sistema presidencial. (No, como a veces creemos los colombianos, un resultado aberrante del Frente Nacional). Explica por qué, en elecciones entre dos candidatos, éstos se desplazan al centro, evitando las posturas extremas. Explica también la lógica detrás del frecuente lamento de “se acabaron las diferencias entre los partidos”. Explica, en fin, por qué la democracia es un sistema relativamente estable, donde los resultados extremos rara vez surgen victoriosos.
El mundo no es tan simple como los teoremas pero, en circunstancias normales y a grandes rasgos, las preferencias políticas pueden ser descritas por la actitud de los ciudadanos en el tema de la redistribución del ingreso. A la derecha están aquellos que le dan más peso al libre funcionamiento de la economía para promover el crecimiento, aun a costa de tolerar una mayor desigualdad. A la izquierda están aquellos que le dan más peso a la redistribución, aun a costa de crecer menos. Hay excepciones: las crisis internacionales y las pugnas religiosas pueden conducir a que las preferencias del electorado se expresen de acuerdo con otros parámetros. Y, como en el caso colombiano, el fenómeno de violencia también.
¿Dónde se encuentra el elector del medio? En algunos países, como Estados Unidos, hacia la derecha del espectro. En Europa y Canadá por lo general pasa lo contrario. Uno pensaría que en Colombia, país con alta desigualdad económica, el elector del medio tendería a favorecer la distribución del ingreso. Sin embargo, en un país pobre, los grandes cambios en la calidad de vida difícilmente son fruto de la redistribución, sino del crecimiento, así que el elector del medio también tiene interés en promover políticas que conduzcan al crecimiento.
La tendencia de los regímenes presidenciales a que se consoliden dos partidos, uno más a la izquierda y uno más a la derecha, no cambia por el solo hecho de que haya brotes separatistas. En el caso colombiano, en los últimos 60 años hubo por lo menos tres ocasiones en que se desprendían del Partido Liberal movimientos de izquierda. Pero el partido los terminaba absorbiendo, pues se desplazaba a la izquierda y acogía a los disidentes, asfixiando sus incipientes organizaciones. Así ocurrió con Gaitán y con López (discutiblemente con Galán, cuyo atractivo se basaba más bien en una reacción contra el clientelismo).
El fenómeno del Polo Democrático es muy diferente y constituye un reto de primera magnitud para el Partido Liberal. Si no reacciona a tiempo, puede tener un destino igual al del Partido Liberal inglés que, después de un pasado glorioso, vio indefenso cómo el Partido Laborista abrió un boquete a su izquierda, lo desplazó hacia el centro y lo reemplazó en el universo político, volviéndolo insignificante.
La principal razón por la cual el caso del Polo puede ser distinto es que esta vez el Partido Liberal no parece tener la opción de desplazarse a la izquierda para absorberlo. Por un lado, los antiguos liberales que hoy militan en el Polo no constituyen una disidencia que aspira a tomarse el Partido Liberal. Por otro, los fundadores del Polo no aspiran a integrarse al Partido Liberal, sino a sustituirlo.
¿Qué importancia tendría esto si fuera cierto que las cosas volverán a su equilibrio natural, con un partido a la izquierda y uno a la derecha? ¿Importa que ahora se llame el Polo y no el Partido Liberal? En realidad, sí importa, no sólo por razones de nostalgia. Para una parte importante del electorado, el Polo representa una reacción contra el establecimiento, pero su programa no es de izquierda, si por eso se entiende un programa que favorezca la redistribución del ingreso. El Polo representa, antes que nada, una coalición conservadora, cuya prioridad política es defender los privilegios laborales de los empleados oficiales y los empleados del sector formal y los privilegios pensionales, que en Colombia se concentran en un millón de personas de clase media.
¿Se ha oído alguna vez que el Polo se preocupe por la inequidad del sistema pensional? ¿Se le han oído propuestas sobre cómo reformar la educación primaria, salvo aplicando la fórmula de darles más poder a los educadores del sector público? ¿Se le han oído propuestas sobre cómo reformar las normas laborales para facilitar la generación de empleo? No. Sin embargo, la capacidad del Estado colombiano por redistribuir el ingreso a favor de los más pobres se encuentra casi agotada por las transferencias masivas a favor de la clase media. Y el Polo defiende esas políticas, que hace 70 años eran de corte progresista y ahora son, en Colombia, conservadoras y retardatarias.
Resulta, entonces, que el partido político que ha abierto un boquete a la izquierda del liberalismo tiene un programa que sólo se puede calificar de conservador, si no se le quiere tildar de populista. ¿Dónde, entonces, queda la izquierda colombiana?
Hace medio siglo, Anthony Downs formuló uno de los resultados más célebres de la ciencia política moderna: el teorema del elector del medio. Postula que en una elección entre dos candidatos, donde las preferencias de los electores se concentran en un solo tema, ambos candidatos se desplazarán hacia las preferencias del elector que se encuentre en el medio del electorado.
El teorema explica por qué el bipartidismo es un equilibrio de largo plazo en un sistema presidencial. (No, como a veces creemos los colombianos, un resultado aberrante del Frente Nacional). Explica por qué, en elecciones entre dos candidatos, éstos se desplazan al centro, evitando las posturas extremas. Explica también la lógica detrás del frecuente lamento de “se acabaron las diferencias entre los partidos”. Explica, en fin, por qué la democracia es un sistema relativamente estable, donde los resultados extremos rara vez surgen victoriosos.
El mundo no es tan simple como los teoremas pero, en circunstancias normales y a grandes rasgos, las preferencias políticas pueden ser descritas por la actitud de los ciudadanos en el tema de la redistribución del ingreso. A la derecha están aquellos que le dan más peso al libre funcionamiento de la economía para promover el crecimiento, aun a costa de tolerar una mayor desigualdad. A la izquierda están aquellos que le dan más peso a la redistribución, aun a costa de crecer menos. Hay excepciones: las crisis internacionales y las pugnas religiosas pueden conducir a que las preferencias del electorado se expresen de acuerdo con otros parámetros. Y, como en el caso colombiano, el fenómeno de violencia también.
¿Dónde se encuentra el elector del medio? En algunos países, como Estados Unidos, hacia la derecha del espectro. En Europa y Canadá por lo general pasa lo contrario. Uno pensaría que en Colombia, país con alta desigualdad económica, el elector del medio tendería a favorecer la distribución del ingreso. Sin embargo, en un país pobre, los grandes cambios en la calidad de vida difícilmente son fruto de la redistribución, sino del crecimiento, así que el elector del medio también tiene interés en promover políticas que conduzcan al crecimiento.
La tendencia de los regímenes presidenciales a que se consoliden dos partidos, uno más a la izquierda y uno más a la derecha, no cambia por el solo hecho de que haya brotes separatistas. En el caso colombiano, en los últimos 60 años hubo por lo menos tres ocasiones en que se desprendían del Partido Liberal movimientos de izquierda. Pero el partido los terminaba absorbiendo, pues se desplazaba a la izquierda y acogía a los disidentes, asfixiando sus incipientes organizaciones. Así ocurrió con Gaitán y con López (discutiblemente con Galán, cuyo atractivo se basaba más bien en una reacción contra el clientelismo).
El fenómeno del Polo Democrático es muy diferente y constituye un reto de primera magnitud para el Partido Liberal. Si no reacciona a tiempo, puede tener un destino igual al del Partido Liberal inglés que, después de un pasado glorioso, vio indefenso cómo el Partido Laborista abrió un boquete a su izquierda, lo desplazó hacia el centro y lo reemplazó en el universo político, volviéndolo insignificante.
La principal razón por la cual el caso del Polo puede ser distinto es que esta vez el Partido Liberal no parece tener la opción de desplazarse a la izquierda para absorberlo. Por un lado, los antiguos liberales que hoy militan en el Polo no constituyen una disidencia que aspira a tomarse el Partido Liberal. Por otro, los fundadores del Polo no aspiran a integrarse al Partido Liberal, sino a sustituirlo.
¿Qué importancia tendría esto si fuera cierto que las cosas volverán a su equilibrio natural, con un partido a la izquierda y uno a la derecha? ¿Importa que ahora se llame el Polo y no el Partido Liberal? En realidad, sí importa, no sólo por razones de nostalgia. Para una parte importante del electorado, el Polo representa una reacción contra el establecimiento, pero su programa no es de izquierda, si por eso se entiende un programa que favorezca la redistribución del ingreso. El Polo representa, antes que nada, una coalición conservadora, cuya prioridad política es defender los privilegios laborales de los empleados oficiales y los empleados del sector formal y los privilegios pensionales, que en Colombia se concentran en un millón de personas de clase media.
¿Se ha oído alguna vez que el Polo se preocupe por la inequidad del sistema pensional? ¿Se le han oído propuestas sobre cómo reformar la educación primaria, salvo aplicando la fórmula de darles más poder a los educadores del sector público? ¿Se le han oído propuestas sobre cómo reformar las normas laborales para facilitar la generación de empleo? No. Sin embargo, la capacidad del Estado colombiano por redistribuir el ingreso a favor de los más pobres se encuentra casi agotada por las transferencias masivas a favor de la clase media. Y el Polo defiende esas políticas, que hace 70 años eran de corte progresista y ahora son, en Colombia, conservadoras y retardatarias.
Resulta, entonces, que el partido político que ha abierto un boquete a la izquierda del liberalismo tiene un programa que sólo se puede calificar de conservador, si no se le quiere tildar de populista. ¿Dónde, entonces, queda la izquierda colombiana?
Cortesía de Emilio J. Urbina Mendoza
Fuente: Diario El Tiempo
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