Por Teódulo López Meléndez
El gobierno ha decidido inscribirse en la escuela, sólo que no sabe leer y escribir y ha sido enviado a un preescolar “Simoncito”. Allí se le deberán enseñar las vocales y las consonantes con toda paciencia: eme con a es ma y así hasta lograr articular las primeras frases como “Mi mamá me ama”. Aprender a contar será más difícil, pero ya se le está aplicando la vieja terapia de utilizar los dedos de las manos.
Los venezolanos no tenemos tiempo para tan largo aprendizaje. El nuevo gabinete sólo muestra una militarización acentuada donde debemos destacar que por vez primera otro militar es vicepresidente. El nuevo gabinete es otra colección de alumnos de preescolar. Mientras no hay productos en las estanterías ni de Mercal ni de los supermercados, el padre del engendro ministerial asegura que Venezuela alimentará al mundo.
La malacrianza será difícil de extirpar. Los traumas de comportamiento no serán arreglados ni con el viejo método de la palmeta. El país asiste al delicado espectáculo de un gobierno que no sabe gobernar, que no tiene idea de cómo se maneja una economía, que carece de los más elementales principios de la diplomacia, que no puede aprender en un preescolar –ni aprenderá nunca- que cosa significa administrar a un país.
Estamos ante otra década pérdida, una donde desaprovechamos los altos precios del petróleo, donde llevamos el desarrollo industrial del país a su mínima expresión, una donde somos el hazmerreír del mundo que no entiende como un país inmerso en una bonanza petrolera no tiene productos básicos para alimentar a su gente o para que su gente se limpie, dado que desde 1857 se inventaron las primeras versiones del papel higiénico hasta que una década después se comprendió que debía comercializarse en forma de rollos.
El país ha sido destruido con saña. Los alumnos de preescolar salieron del seno de las fuerzas armadas a desgobernar. La reconstrucción será difícil y los venezolanos comenzaremos de nuevo, siempre a comenzar de nuevo, como es la triste y patética historia de este país. Habrá que reconstruir, eso sí, sobre otras bases distintas de las del pasado. La organización política deberá ser otra, una horizontal, sólo que ahora vemos un nuevo brote de enfermedad (al lado del dengue, de las paperas y del paludismo), uno execrable que se llama nepotismo.
Habrá que aprovechar el despertar político de la nación e impulsar la construcción de una república de ciudadanos, una donde no veamos más una Asamblea Nacional como la presente (plena de adulantes, de incultos y de desfachatados), sino un foro de primer orden cuyas decisiones sean miradas con respeto. Para ello se hará necesario un estado de alerta y vigilancia permanente de la población sobre las organizaciones partidistas y sobre el sistema electoral, un estado donde se generen formas alternativas de organización si los partidos tienden de nuevo a la degeneración.
Habrá que reformular el mercado, limpiar de excrecencias los principios que han sido prostituidos, avanzar hacia nuevas formas de organización económica que convivan con la propiedad privada en perfecta armonía, impedir el renacer del poderío de los negociantes que confunden actividad lucrativa con influencia política e impedir el rebrote de un círculo de todopoderosos que impongan a la nación sus exigencias ilegítimas.
Habrá que restituir el principio clásico de la separación de poderes envolviendo la juridicidad en un verdadero Estado Social de Derecho donde la economía funcione para el hombre y no para las cifras, donde la legalidad no sea estancamiento sino cauce para un flujo constante de justicia y equidad.
Habrá que hacer muchas cosas hacia delante, nunca hacia atrás, desde ya, conceptualizando y proponiendo, mientras este inepto régimen que padecemos habla, amenaza a cada instante (a su entender la única manera de hacer saber que sí existe un gobierno) y trata de aprender las cosas básicas, como leer y escribir, sumar y multiplicar. A semejante aprendizaje de la frase básica “Mi mamá me ama” hay que oponerle la cultura, el conocimiento científico, un pensamiento desarrollado, concepciones políticas innovadoras. El país tiene como, a pesar de que veamos el nepotismo de quienes quieren dejar como herederos a sus esposas, hijos y parientes. El país sabe como, a pesar de que veamos la proliferación de candidatos para unas elecciones que apenas serán en octubre. El país tiene que practicar como, a pesar de que ver a algún dirigente en la televisión provoque náuseas.
Para decirlo lo más gráficamente posible, frente a un gobierno que se inscribe en la escuela para tratar de aprender a pronunciar “Mi mamá me ama” hay que oponerle una dirigencia que haya descifrado el código genético de la nación y de su futuro. No se pongan pesimistas con lo que ven, más bien aprendan a mirar mejor. No se lamenten con lo que oyen, más bien agudicen los oídos y aprendan a escuchar. No se entristezcan con lo que leen, más bien aprendan a leer. Si el país aprende a ver, a oír y a leer, al fin llegará el siglo XXI a esta patria de balbuceantes.
El gobierno ha decidido inscribirse en la escuela, sólo que no sabe leer y escribir y ha sido enviado a un preescolar “Simoncito”. Allí se le deberán enseñar las vocales y las consonantes con toda paciencia: eme con a es ma y así hasta lograr articular las primeras frases como “Mi mamá me ama”. Aprender a contar será más difícil, pero ya se le está aplicando la vieja terapia de utilizar los dedos de las manos.
Los venezolanos no tenemos tiempo para tan largo aprendizaje. El nuevo gabinete sólo muestra una militarización acentuada donde debemos destacar que por vez primera otro militar es vicepresidente. El nuevo gabinete es otra colección de alumnos de preescolar. Mientras no hay productos en las estanterías ni de Mercal ni de los supermercados, el padre del engendro ministerial asegura que Venezuela alimentará al mundo.
La malacrianza será difícil de extirpar. Los traumas de comportamiento no serán arreglados ni con el viejo método de la palmeta. El país asiste al delicado espectáculo de un gobierno que no sabe gobernar, que no tiene idea de cómo se maneja una economía, que carece de los más elementales principios de la diplomacia, que no puede aprender en un preescolar –ni aprenderá nunca- que cosa significa administrar a un país.
Estamos ante otra década pérdida, una donde desaprovechamos los altos precios del petróleo, donde llevamos el desarrollo industrial del país a su mínima expresión, una donde somos el hazmerreír del mundo que no entiende como un país inmerso en una bonanza petrolera no tiene productos básicos para alimentar a su gente o para que su gente se limpie, dado que desde 1857 se inventaron las primeras versiones del papel higiénico hasta que una década después se comprendió que debía comercializarse en forma de rollos.
El país ha sido destruido con saña. Los alumnos de preescolar salieron del seno de las fuerzas armadas a desgobernar. La reconstrucción será difícil y los venezolanos comenzaremos de nuevo, siempre a comenzar de nuevo, como es la triste y patética historia de este país. Habrá que reconstruir, eso sí, sobre otras bases distintas de las del pasado. La organización política deberá ser otra, una horizontal, sólo que ahora vemos un nuevo brote de enfermedad (al lado del dengue, de las paperas y del paludismo), uno execrable que se llama nepotismo.
Habrá que aprovechar el despertar político de la nación e impulsar la construcción de una república de ciudadanos, una donde no veamos más una Asamblea Nacional como la presente (plena de adulantes, de incultos y de desfachatados), sino un foro de primer orden cuyas decisiones sean miradas con respeto. Para ello se hará necesario un estado de alerta y vigilancia permanente de la población sobre las organizaciones partidistas y sobre el sistema electoral, un estado donde se generen formas alternativas de organización si los partidos tienden de nuevo a la degeneración.
Habrá que reformular el mercado, limpiar de excrecencias los principios que han sido prostituidos, avanzar hacia nuevas formas de organización económica que convivan con la propiedad privada en perfecta armonía, impedir el renacer del poderío de los negociantes que confunden actividad lucrativa con influencia política e impedir el rebrote de un círculo de todopoderosos que impongan a la nación sus exigencias ilegítimas.
Habrá que restituir el principio clásico de la separación de poderes envolviendo la juridicidad en un verdadero Estado Social de Derecho donde la economía funcione para el hombre y no para las cifras, donde la legalidad no sea estancamiento sino cauce para un flujo constante de justicia y equidad.
Habrá que hacer muchas cosas hacia delante, nunca hacia atrás, desde ya, conceptualizando y proponiendo, mientras este inepto régimen que padecemos habla, amenaza a cada instante (a su entender la única manera de hacer saber que sí existe un gobierno) y trata de aprender las cosas básicas, como leer y escribir, sumar y multiplicar. A semejante aprendizaje de la frase básica “Mi mamá me ama” hay que oponerle la cultura, el conocimiento científico, un pensamiento desarrollado, concepciones políticas innovadoras. El país tiene como, a pesar de que veamos el nepotismo de quienes quieren dejar como herederos a sus esposas, hijos y parientes. El país sabe como, a pesar de que veamos la proliferación de candidatos para unas elecciones que apenas serán en octubre. El país tiene que practicar como, a pesar de que ver a algún dirigente en la televisión provoque náuseas.
Para decirlo lo más gráficamente posible, frente a un gobierno que se inscribe en la escuela para tratar de aprender a pronunciar “Mi mamá me ama” hay que oponerle una dirigencia que haya descifrado el código genético de la nación y de su futuro. No se pongan pesimistas con lo que ven, más bien aprendan a mirar mejor. No se lamenten con lo que oyen, más bien agudicen los oídos y aprendan a escuchar. No se entristezcan con lo que leen, más bien aprendan a leer. Si el país aprende a ver, a oír y a leer, al fin llegará el siglo XXI a esta patria de balbuceantes.
No hay comentarios :
Publicar un comentario
Exprésate libremente.
En este blog no se permiten comentarios de personas anónimas.