15 enero 2008

¿Los musulmanes son mejores que los nazis?

Por José Brechner

El principio ético, jurídico y político, indica que con los terroristas no se debe negociar, porque al hacerlo, automáticamente se los legitima, nos someten a sus condiciones y se los alienta a cometer más crímenes.

Doblegarse a los terroristas, es igual que subyugarse a la mafia. Si lo haces una vez, por siempre serás su esclavo y vivirás en el temor. Esa es la situación que confronta el mundo con el terrorismo islamista por más de 40 años, y todavía hay ingenuos que confían en el diálogo.

Los terroristas usan la conferencia sólo para aparentar racionalidad, adquirir cobertura mediática, disimular sus criminales objetivos, ganar tiempo, seguir enriqueciéndose, sumar adeptos y obtener más armas, de manera que cuando llegue la gran batalla, serán más fuertes. Los gobiernos laboristas de Israel, particularmente el de Rabin, sentaron desdichados precedentes, aceptando la convivencia con quienes ni siquiera reconocen su derecho a la existencia.

Hoy -bajo la fuerte presión de los norteamericanos y europeos, que exigen de Israel lo que nunca aceptarían para sus países- Ehud Olmert, que se volvió más izquierdista y ególatra que Shimon Peres, está cediendo ante las mortales demandas de los palestinos, aunque la causa palestina sea la mentira más grosera de la historia contemporánea, fabricada por los árabes para mantener viva la yijad.

Cuando pregunté a sobrevivientes del Holocausto: ¿Por qué no actuaron a tiempo contra el peligro nazi? Me contestaron que no podían imaginar que el pueblo de Goethe podría convertirse en lo que se convirtió.

Alemania era la exaltación de la cultura europea, y sin embargo volvió a la barbarie. Los árabes viven en la barbarie, son un millón de veces más incivilizados y asesinos que los nazis. Hubo alemanes que arriesgaron su vida por salvar judíos, tenían mayor sentido humanitario que los musulmanes.

El 2000, guardias palestinos detuvieron a dos reservistas israelís que equivocaron su ruta e ingresaron a Cisjordania. Fueron llevados a una estación de la policía palestina en Ramallah, donde la turba ingresó al recinto en complicidad con los gendarmes, los tiraron desde el segundo piso a la calle, les arrancaron los ojos y los destriparon vivos, luego se exhibieron eufóricos con las manos ensangrentadas.
En 1970, cuando Yasser Arafat comandaba Al Fatah, sus fedayines invadieron una guardería infantil al norte de Israel, asesinaron a las niñeras, tomaron a los bebés y los arrojaron violentamente desde el techo destrozándolos contra el suelo. Esos fueron los comienzos del terrorismo palestino. Una de las pruebas que debían pasar los fedayines durante su entrenamiento, consistía en matar gatos con los dientes.
Si alguien considera que el conflicto con los palestinos o los islamistas, puede ser resuelto alrededor de una mesa, es porque no tiene idea de la clase de individuos con que se está lidiando.

Los tiernos pacifistas occidentales deberían irse a vivir por un tiempo a algún país musulmán, tratando de practicar su propia religión, ajena al Islam, y veríamos qué conceptos tendrían después de la experiencia, si es que sobreviven a sus anfitriones.
Los alemanes eran considerados ilustrados y refinados, y sin embargo crearon Auschwitz. Nadie puede vislumbrar lo que son capaces de hacer los musulmanes si no se los pone en su lugar a tiempo. Y el tiempo pasó hace mucho. Estamos en la cuenta regresiva, previa a la explosión nuclear que tiene planeada Irán y Al Qaida.

El fundamento contra el terrorismo, era, que con los terroristas no se negocia; se combate. Ese principio debe permanecer inalterable, de lo contrario Occidente seguirá perdiendo la perspectiva del peligro en que vivimos. Hay que dejar de escuchar las mentiras de los Ajmadineyad, Nasrallah, Abbas, Assad, Ashrawi, Haniya y demás Hitler del momento, para enfrentarlos de la única manera que ellos entienden; con la fuerza.

1 comentario :

  1. En la politica y en la guerra, lo inmaginable, es una obligacion de analizarlo y deducirlo, para evitar malos tiempo y no caer en manos enemigas.

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