¿Quién debe estar mejor pagado en los Medias Rojas de Boston, el catcher que calienta a los pitchers relevistas, y que es muy amigo del dueño, o el virtuoso bateador David Ortiz? ¿Quién debe dar clases de astrofísica en la USB, un erudito con largos estudios o un amigo desempleado que trata de comprender cómo se relaciona tauro con leo? ¿Si usted tuviera que armar un equipo de trabajo, contrataría a los más capacitados o a los más adulantes?
El dueño del equipo, el decano de la facultad, usted y todo aquel que desee el éxito de la empresa tomarían su decisión examinando una cosa: los méritos de los involucrados. Esta no sólo es una fórmula efectiva de tomar decisiones en la práctica sino que responde a una arraigada concepción de la justicia.
La idea de la justicia como un mecanismo de igualdad absoluta en la distribución de bienes entre los hombres no sólo es pueril, sino que fue descartada en la Grecia antigua por Aristóteles, hace más de 2.300 años. Planteaba el estagirita en su Ética a Nicómaco que "…todos están de acuerdo que lo justo en las distribuciones debe estar de acuerdo con ciertos méritos…".
La frase tiene varias implicaciones. Lo justo, en este contexto, es la distribución de mayores bienes a aquellos que tienen más méritos. (Obviamente, la construcción moderna del Estado social de derecho ha evolucionado y exige garantizar igualdad de oportunidades, trato preferente en algunas áreas a los más necesitados, solidaridades sociales y justas protecciones a los más débiles, lo que no está en pugna con la justicia distributiva Aristotélica).
Lo que sí está reñido con esta concepción es tratar de la misma forma a personas con méritos distintos. Pero es mayor aberración aún discriminar a las personas con mayores méritos en beneficio de aquellas menos virtuosas.
Esto más que un reproche ético tiene terribles consecuencias prácticas. Imagínese si el dueño del equipo pagara mejor al adulante catcher de la banca que al mejor bateador, o la universidad contratara al bachiller amigo del decano para que impartiera los cursos de teoría de la relatividad. Las consecuencias son obvias.
No obstante, el Gobierno ha desdeñado abiertamente la meritocracia, no sólo cuando arbitrariamente botó a más de 20.000 personas de una de las empresas más eficientes del mundo, sino en cada área del quehacer nacional en el que hayan podido influir. A pesar de la gente meritoria que hay en los organismos públicos, la política abierta del Gobierno es dar preferencia a los "rojos, rojitos" por encima de cualquier cualidad objetiva.
Eso es inaceptable y, además, inconveniente. Hoy estamos comenzando a sufrir el drama de este despropósito pues la vergüenza técnica en que se ha convertido Pdvsa, el primer accidente mortal del metro, Fundayacucho, el manejo de los poderes públicos, entre miles de ejemplos, dan cuenta de esta injusta y caprichosa concepción de las relaciones humanas.
La adulancia y la sumisión política esclavizan al ser humano pues el progreso individual se le debe a otro. Este tipo de dominación conlleva la ruina de la nación y, sobre todo, del alma de los subyugados. Por el contrario, la mayor virtud de la meritocracia es su capacidad liberadora, pues se crece gracias a lo que el individuo es. El desprecio a los méritos labrados con esfuerzo por los ciudadanos individualmente considerados no es sino otra forma de pretender abatir la libertad.
El dueño del equipo, el decano de la facultad, usted y todo aquel que desee el éxito de la empresa tomarían su decisión examinando una cosa: los méritos de los involucrados. Esta no sólo es una fórmula efectiva de tomar decisiones en la práctica sino que responde a una arraigada concepción de la justicia.
La idea de la justicia como un mecanismo de igualdad absoluta en la distribución de bienes entre los hombres no sólo es pueril, sino que fue descartada en la Grecia antigua por Aristóteles, hace más de 2.300 años. Planteaba el estagirita en su Ética a Nicómaco que "…todos están de acuerdo que lo justo en las distribuciones debe estar de acuerdo con ciertos méritos…".
La frase tiene varias implicaciones. Lo justo, en este contexto, es la distribución de mayores bienes a aquellos que tienen más méritos. (Obviamente, la construcción moderna del Estado social de derecho ha evolucionado y exige garantizar igualdad de oportunidades, trato preferente en algunas áreas a los más necesitados, solidaridades sociales y justas protecciones a los más débiles, lo que no está en pugna con la justicia distributiva Aristotélica).
Lo que sí está reñido con esta concepción es tratar de la misma forma a personas con méritos distintos. Pero es mayor aberración aún discriminar a las personas con mayores méritos en beneficio de aquellas menos virtuosas.
Esto más que un reproche ético tiene terribles consecuencias prácticas. Imagínese si el dueño del equipo pagara mejor al adulante catcher de la banca que al mejor bateador, o la universidad contratara al bachiller amigo del decano para que impartiera los cursos de teoría de la relatividad. Las consecuencias son obvias.
No obstante, el Gobierno ha desdeñado abiertamente la meritocracia, no sólo cuando arbitrariamente botó a más de 20.000 personas de una de las empresas más eficientes del mundo, sino en cada área del quehacer nacional en el que hayan podido influir. A pesar de la gente meritoria que hay en los organismos públicos, la política abierta del Gobierno es dar preferencia a los "rojos, rojitos" por encima de cualquier cualidad objetiva.
Eso es inaceptable y, además, inconveniente. Hoy estamos comenzando a sufrir el drama de este despropósito pues la vergüenza técnica en que se ha convertido Pdvsa, el primer accidente mortal del metro, Fundayacucho, el manejo de los poderes públicos, entre miles de ejemplos, dan cuenta de esta injusta y caprichosa concepción de las relaciones humanas.
La adulancia y la sumisión política esclavizan al ser humano pues el progreso individual se le debe a otro. Este tipo de dominación conlleva la ruina de la nación y, sobre todo, del alma de los subyugados. Por el contrario, la mayor virtud de la meritocracia es su capacidad liberadora, pues se crece gracias a lo que el individuo es. El desprecio a los méritos labrados con esfuerzo por los ciudadanos individualmente considerados no es sino otra forma de pretender abatir la libertad.
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