21 agosto 2007

Cuando fallan las instituciones, toman su lugar las pandillas

Por Rivadávia Rosa

MEMÓRIA:

“As instituições são os limites inventados pelos humanos para estruturar a interação entre eles. Elas são formadas por restrições formais (regras, leis, constituições) e restrições informais (normas de comportamento, convenções e códigos de conduta auto-impostos) (...) Juntas elas definem a estrutura de incentivos das sociedades e especialmente das economias". Douglass North

O Estado se converte em Estado mafioso quando poderes ilegais tomam as instituições e as saqueiam em benefício pessoal.

A fragilidade das instituições políticas e jurídicas possibilita e abre a porta para o assalto aos cofres públicos (no Brasil – também pela certeza da impunidade).

A liberalização, a desregulamentação, a privatização (confundida com privataria) e o mercado não são por si só suficientes para promvover o desenvolvimento econômico, faz-se também necessárias sólidas instituições capazes de restringir a formação de monopólios e da corrupção, especialmente pelos parasitas do Estado, notadamente quando ele se torna paquidérmico.

A patologia estatista - a fé no Estado como protagonista econômico – é que faz com que nosso rincão – apesar de seu imenso potencial em termos de riquezas e recursos naturais renováveis – paradoxalmente - continue com os flagelos da pobreza, exclusão/desigualdade social iníquas, alimentadas pela corrupção, ineficiência e ineficácia de seus governos, no que tange ao interesse da sociedade, porque em termos pessoais auferem-se surpreendentes fortunas, impossível de se obter legalmente em qualquer cargo público.

Com efeito - o maior dos males - latino americano é justamente o ESTATISTIMO. O Estado deve ser forte na regulamentação e em suas funções essenciais – como Justiça/segurança, defesa externa, educação, saúde, infra-estrutura (atividades vitimadas por falência múltipla) jamais na atividade ECONÔMICA.

Por último - NÃO É POSSÍVEL avançar na modernidade sem sólidas instituições democráticas – que assegurem a efetiva liberdade individual e o direito de propriedade.

Confira a análise sociopoliticacriminal do Estado, vulgarmente conhecido como 'estado mafioso'.


"Cuando fallan las instituciones, toman su lugar las pandillas"- afirma el economista Mauricio Rojas.

Cuando no funcionan las instituciones de un país, aparecen para reemplazarlas “pandillas o bandas que luchan por sus intereses”, y esto, a su vez, hace que bajen los niveles de confianza de la sociedad.

Así lo afirma el economista y diputado liberal sueco Mauricio Rojas, que visitó recientemente el país, invitado por la Fundación Libertad.

“En la Argentina, todo es extremo: el populismo, la riqueza, las crisis, la hiperinflación, Perón, Evita... Hasta la guerra sucia fue más dramática que en otros países. Y Kirchner, o mejor, la familia gobernante, sigue la misma tradición. Supongo que vivirlo debe de ser difícil, pero desde afuera, ustedes se ven muy atractivos”, dice.

Rojas es chileno y en los años 70, cuando gobernaba Pinochet, era marxista. Tuvo que exiliarse en Suecia, donde se radicó definitivamente y donde experimentó un cambio tan significativo como para ser hoy, en su país de adopción, diputado por el Partido Liberal e integrante de la coalición de centroderecha gobernante, que el año pasado destronó a la socialdemocracia, después de doce años en el poder.

Investigó sobre la Argentina y está convencido de que los argentinos tenemos un "instinto de crisis", algo así como una memoria colectiva que "desata el pánico" ante el menor indicio de que las cosas vuelven a desmadrarse. "Como economista, estudio fenómenos comparados y veo que, en la Argentina, el efecto psicológico lo magnifica todo. Lo que en otras partes puede ser manejable, aquí no lo es", afirma.

Profesor de Historia Económica, en la Universidad de Lund, al sur de Suecia, en 2004 publicó un libro - Historia de la crisis argentina , financiado por el grupo empresarial Timbro, al que está ligado - para explicarles a los suecos la caída de 2001. "Fue escrito en sueco y para los suecos. Ellos no podían entenderlo, porque la Argentina hace cien años era como el Titanic..."

-¿Antes o después de hundirse?

-[Se ríe, divertido] Hay una mitología sueca sobre la Argentina...

-Bueno, sabrá que también hay una mitología argentina sobre Suecia, cuyo modelo es siempre una referencia. Pero ¿cuál es el mito en Estocolmo?

-Antes de responderle, le adelanto que hay mucha ignorancia sobre la verdad del modelo sueco. No todo es tan maravilloso como parece. De serlo, no le hubiéramos ganado las elecciones a la socialdemocracia, con una economía funcionando bien. Volviendo a su pregunta, uno de los principales cantautores suecos, Evert Taube, viajó a la Argentina a comienzos del siglo XX y compuso una especie de tango, muy famoso allá, "Fritiof y Carmencita". Allí cuenta la historia de amor frustrada entre un marinero aventurero y la hija de un bolichero de Samborombón. Fritiof es el álter ego de Taube y, en su música, relata la opulencia de la pampa, la riqueza, las vacas. Desde luego que, en 1900, la Argentina era un país mucho más rico que Suecia. Era uno de los países más ricos del mundo. Por eso no se concebía lo que mostraban las noticias en 2001.

-De todos modos, usted hizo un pronóstico bastante apocalíptico en aquel texto, de 2004, que finalmente no se cumplió. La Argentina, si bien sigue con muchos problemas, salió del estado de coma.

-El problema es que la historia económica argentina es un carrusel. Hoy hay una economía que podría funcionar con gente seria, que privilegiara el largo plazo y la construcción de confianza, no las ganancias políticas del día. La estructura económica está un poco más sólida, es cierto, y sin duda mucho mejor que hace treinta años, cuando era un cáncer, protegida como en un invernadero, lo que la tornaba inviable. Lo que falta es corregir el modo de hacer política; de lo contrario, se va a terminar corrompiendo la economía de nuevo.

-Usted afirma en sus textos que la política argentina es premoderna. ¿Por qué?

-La tragedia argentina es que las instituciones son débiles y aparecen líderes que crean movimientos personalistas. Como no creen mucho en las instituciones, surge un caudillo que se pone por encima de las instituciones y hace las cosas más o menos a su gusto. El Estado de Derecho es justo lo contrario: confiamos en las instituciones, no en una persona. Las instituciones están por encima de las personas, y ésa es la política moderna. El problema es que cuando la política se conforma así, con la fórmula del clientelismo, toda la sociedad se transforma en pandillas. Y las pandillas, sabemos, tratan de asaltar a la sociedad, de sacar lo máximo posible, cada una pugnando por sus propios intereses. El Estado le roba a la sociedad y la sociedad le roba al Estado. De ese modo, se generan muy bajos niveles de confianza: los argentinos no creen en su proyecto de nación, porque saben que el país se puede quebrar de repente, como ya ha sucedido, y entonces hay que guardar la plata en el colchón, porque te la puede robar el Estado.

-Pero la gente volvió a poner su dinero en los bancos. Y, si bien su imagen empieza a deteriorarse, también es cierto que confió en este presidente durante un tiempo largo...

-Kirchner es un producto típico de la tradición política argentina; la familia gobernante, en realidad, es muy típica. Tú pones la televisión y dices: aquí no pasa nada nuevo. Tú misma dices que volvieron a creer, pero también la confianza argentina se pierde así, en un segundo. Lo importante es que la gente crea en sus leyes, en sus burocracias, en sus empresarios, en sí misma.

-¿Que creamos en qué, exactamente?

-En que no nos estafamos, que no nos robamos, que somos creíbles en el largo plazo. Ustedes tienen sed de confianza, de creer en su país. Pero el punto es creer en instituciones perdurables. Este presidente dice algo así como "crean en mí". El caudillo genera gran confianza; es cierto. Es como el ídolo: te llena de esperanza, pero lo hace de manera enferma. Por eso, ustedes pasan de un estado a otro rápidamente: por las experiencias históricas que han tenido. Yo hago análisis económicos comparados y siempre digo que los argentinos tienen un instinto de crisis.

-¿Una memoria colectiva, que se activa ante el amago de que la economía puede desmadrarse?

-Algo así que los hace entrar en pánico ante el más mínimo indicio de crisis económica. Eso desata pánico, el efecto psicológico va más rápido y magnifica todo. Lo que en otros países podría ser manejable, aquí no. Hoy en día tienen una bonanza en manos de un gobierno irresponsable, que no ha hecho nada por cambiar las estructuras del país. Más aún: sigue haciendo cosas que son criminales, como manipular los índices de inflación, la bolsa de la ministra, los últimos casos de corrupción. En cualquier país sería grave, pero cuando hay déficit de confianza, es un desastre.

-Algunos intelectuales argentinos se quejan de ustedes, los extranjeros, porque tratan de aplicar paradigmas de países centrales a América latina. Estos críticos aseguran que el populismo puede ser una fórmula posible para superar los conflictos sociales.

-Probablemente el peronismo haya sido necesario. Perón fue una figura necesaria, que vino a llenar un vacío enorme de identidad, en un país de inmigrantes. Pero lo hizo de manera caudillesca, como antes lo había hecho Rosas. Todos llenan el mismo vacío. Son como fantasmas despóticos, que no cubren la verdadera carencia.

-¿Cuál sería la diferencia con Chile, que suele ser tomado como un modelo de institucionalidad?

-Cuando estaba Rosas en la Argentina, en Chile estaba Portal, que fue un constructor del Estado, de la institucionalidad. La diferencia empieza allí. La dictadura chilena basó muchas de las reformas en un equipo tecnocrático, los Chicago Boys, y la oposición generó otro grupo tecnocrático del mismo nivel para poder ofrecer una alternativa. Antes de que se fuera la dictadura, los Chicago Boys y los economistas de lo que iba a ser la Concertación tuvieron una discusión técnica. Debatieron qué hacer con aquel nuevo Chile para no perder, con la democracia, lo ganado. Todavía sigue abierto el diálogo: ¿está bien lo que estamos haciendo, resiste la política, es sólida?

-A ver si lo entiendo: usted encuentra un hilo conductor entre Rosas, Perón y Kirchner. ¿Es así?

-Así es. El drama de la Argentina, en política, empieza con Rosas, que inicia una historia de fenómenos extremos, que va a conducir a inmensas crisis en lo económico, político y moral. La Argentina ha llegado a unos extremos de dramatismo impresionantes. Por eso, la Concertación en Chile es sólo la superficie; hay que ver los largos flujos históricos. Eso explica mucho. Uno por ejemplo ve a Menem y se pregunta qué fue ese personaje...

-Habría que preguntárselo a su compatriota Cecilia Bolocco. Ella se casó con él... Los periodistas solíamos hacer un chiste: cómo nos vamos a aburrir cuando se vaya Menem...

-No se aburrieron tanto, ¿verdad? [Risas.]

-¿Por qué pasó del marxismo al liberalismo?

-Me exilié en 1974, y yo era un líder marxista izquierdista. Pero en camino a Suecia me encontré con un refugiado de Polonia escapando del comunismo y con un ruso que hacía lo mismo. Pasé por Madrid y, en una pensión barata, me encontré con un homosexual cubano que escapaba de Fidel Castro. Había que ser ciego para no darse cuenta de que los ideales se habían transformado en dictaduras. Tú resistes y dices: no, son casos aislados, aquí debe de haber un error. Pero lo que veía era que mis ideas habían dejado un desastre. Dos más dos son cuatro, y no cinco.

-Si todo parece maravilloso en Suecia, ¿por qué hay tantos suicidios?

-Es que no es tan maravilloso. Hay una profunda soledad, terrible. En ninguna ciudad del mundo hay tanta gente sola como en Estocolmo. El Estado de Bienestar se ha construido contra la familia y contra la sociedad civil, destruyéndola. El Estado liberó al individuo de sus relaciones. No importa que te separes, no importa si tienes hijos: el Estado se hace cargo. El Estado cubre todo eso que nosotros cubrimos con familia. Entonces, cuando en Suecia te va mal, te va mal en serio. No es que los suecos tengan más depresiones. Lo que tienen son menos relaciones humanas.

Por Laura Di Marco para La Nación

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