21 agosto 2007

Reforma Constitucional: todo el poder para mí

Por Amalio Belmonte

“…Si entonces hubiéramos hecho…
si entonces hubiéramos sido…”

Günter Grass,
“Pelando la cebolla” ( Novela ,2007)


Advirtió el Presidente, recordando el ocasional arresto de los diputados de la Asamblea Constituyente negados a cambiar el nombre al país cuando se discutía la Constitución vigente, que no se detuvieran en tecnicismos o discusiones que modificaran el fondo del asunto. De inmediato, al reparar en la presencia de embajadores y periodistas, trató de enmendar el tono imperativo para agregar, sin mucha convicción: “Claro, la Asamblea puede hacer nuevas proposiciones y ajustes”. Pero eso no es asunto que le preocupe, los diputados han renunciado a toda acción beligerante ante su gobierno, transformando el parlamento en ágora de fieles de las pretensiones oficiales. Los aplausos al declararse líder perpetuo le confirmaron esa confianza: la reforma será legitimada sin inútiles observaciones.

Democracia participativa, protagonismo ciudadano y confiscación del sistema democrático

Prevalido de la supuesta virtud del modelo que propugna, el Presidente exige tener todo el poder para poder cumplir con esa misión. Debe, por ello, prescindirse de la burguesa división de poderes y de líderes regionales, alcaldes, gobernadores que pudieran afectar la unidad nacional y sustituirlos por el “Poder Popular” al servicio del Ejecutivo Nacional. Ya nos decía en discurso precedente: “No es posible que existan gobernadores y alcaldes que no estén con la revolución”. No conciben los gobernantes, ungidos para la redención de sus pueblos, formas de gobierno diferentes a la autocracia, la adoración unánime y el ejercicio ad eternum del poder. Sin embargo, se presentan con humildad fingida en la condición de instrumento de los pueblos, no los limitan las decadentes instituciones del pasado.

Si la Asamblea Nacional estuviera constituida de forma plural, es muy seguro que el Presidente Chávez no sometería su Reforma Constitucional al convencionalismo democrático que exige controlar al poder desde otro poder, sino al soberano abstracto cuya fe dice representar. Tendríamos el parlamentarismo de calle en todas las ciudades del país. El comandante Fidel Castro, durante la fase inicial de la Revolución, utilizaba la figura de las Declaraciones: convocaba al pueblo y en plena concentración hacía aprobar las leyes y la Constitución.

El futuro luminoso ofrecido por la revolución exige la renuncia de los derechos ciudadanos y el suicido político colectivo como la única manera de alcanzar la utopía del socialismo (ahora del siglo XXI). Este sacrificio beneficiará a otras personas más afortunadas, aún cuando las evidencias históricas nieguen ese predicamento. Las libertades conocidas escamotean los derechos verdaderos, son un espejismo de la democracia burguesa. La política, la historia y la democracia real comienza con ellos. “No hay vuelta atrás“, repiten, e intentan construir nuevos símbolos y fechas, rebautizar ciudades, en fin, elaboran los mitos y ritos de la nueva era revolucionaria hasta que los mismos pueblos derriben estatuas, muros y tachen los nombres impuestos.

El Estado–Revolución, la Fuerza Armada y el enemigo interno

La revolución necesita un Estado omnipotente, intimidante, con capacidad represiva infinita para imponerle a la sociedad el modelo político redentor. Los sentimientos e intereses regionales deben subsumirse en el Estado, sentenciaba el Presidente Chávez. No es original este predicamento, puede verse en los regímenes de revolución conservadora o marxista–leninista: “Alemania no puede permitirse disidencias internas que nos conduzcan de nuevo a la decadente República de Weimar. Soy el jefe del Estado y no discutiré mi misión con nadie”.

A su vez, el mariscal Stalin, emulando al fuhrer, invocaba a la Gran Patria y a los designios de la Revolución, centralizada en su descomunal poder personal, para sofocar los derechos y autonomías locales de viejo acervo en el inmenso territorio de la URSS. Para ello formaron cuerpos de represión implacables y fuerzas armadas ideologizadas, sometidas al estricto control del Jefe de Gobierno.

El Estado–Revolución es contrario al criterio burgués de militares profesionalizados al servicio del Estado pluralista y de la nación. Esto explica el interés del Presidente por militarizar las estructuras de poder y todos los espacios públicos y su idea del gobierno cívico–militar, que es un juego de palabras para excluir la civilidad de la política. Es decir, acabar con la política.

No le preocupa al Presidente el destino del partido único (PSUV). Más importante es transformar la Fuerza Armada Nacional (FAN) en el soporte real del régimen, en el partido militar. La reforma de la Constitución le resolvería la carencia de un ejército revolucionario, si bien lejos de la épica del naciente ejército rojo tomando el Palacio de Invierno de los Zares, la de los milicianos campesinos realizando la Gran marcha de Mao, o la entrada fulgurante de los jóvenes y barbudos revolucionarios a la Habana, al menos bajo su único mando.

Así, el trato ambiguo que la Constitución vigente concede a la FAN y las funciones que le otorga en el capítulo dedicado a la Seguridad y Defensa, redactado exclusivamente en el despacho presidencial (recordemos que el Presidente se reservó todo lo concerniente a los militares), que no establecía con precisión la sumisión de la FAN al poder civil que se propone eliminar, para despejar toda duda en cuanto al rol político y la adscripción ideológica del estamento militar.

Ahora, en vez de: “La Fuerza Armada Nacional constituye una institución esencialmente profesional, sin militancia política, organizada por el Estado para garantizarla independencia y soberanía de la Nación (…) está al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna.", tendremos en el artículo 328 reformulado: “La Fuerza Armada Bolivariana constituye un cuerpo esencialmente patriótico popular y anti imperialista, organizada por el Estado para garantizar la independencia y soberanía de la nación”.

A la FAN se le denomina bolivariana, omitiéndose su condición profesional y la expresa prohibición de someterlas a la voluntad de persona o caudillo alguno. Además, en otro artículo de reemplazo, el 329, se incorpora a las milicias populares (hoy llamadas reservas) como componente de la FAN, que son una especie de latente partido paramilitar integrado por reservistas, cuyo fin es defender al gobierno de los “enemigos internos”, que por supuesto, cumplen planes imperiales y oligárquicos, justificados por la obsesión de amenaza golpista que atormenta al Presidente desde los sucesos de Abril del 2002.

Queda la terrible duda sobre el uso que hará el gobierno de las nuevas milicias populares, concebidas para reprimir a los enemigos internos para garantizar la unidad del Estado–Revolución, una vez que defina, según su conveniencia, el carácter de las disidencias y manifestaciones.

Es momento para la reflexión, la organización y defensa de la democracia y recordar al Premio Noble Günter Grass cuando se cuestiona a sí mismo por no haber rechazado llevar, en sus años adolescentes, las insignias y uniformes de las juventudes hitlerianas (Jungvolk)

¡Impermeables al desaliento!




No hay comentarios :

Publicar un comentario

Exprésate libremente.
En este blog no se permiten comentarios de personas anónimas.