17 agosto 2007

Equipaje en Buenos Aires

Por Marcos Carrillo Perera


Equipaje no es sólo un sustantivo de moda, sino el título de un dramático tango que tocaba Troilo y que comienza con el verso “mucho llevo y más no quiero”. Y fue este versito sabroso el que repetía “el gordo”, como lo apodan en Argentina, cuando comenzó a hacer su maleta, luego de que “il capo di tutti capi” le asignara la misión. De entre todos los tamaños y colores, desechó la mochila hippie de cuando era flaco y se inclinó por la presumida línea Louis Vuitton, para viajeros de talla y equipajes de lujo. Como siempre sucede, la hechura fue agitada y con cierta angustia, pues todo lo cuadró a última hora.

Hay un giro curioso en esta historia, pues 800.000 dólares no es una cifra de esas redonditas que gusta ordenar un jefesote sin mucho pensar: “¡Epa teniente Rojas!, mándamele un millardito a fulano, un millón a mengano y otro millón a zutano”. En un entorno de poca consciencia matemática, eso de 800.000 unidades de lo que sea, suena como una cifra asimétrica, si se me permite el término (¿o es que usted se imagina a alguien cantando, por ejemplo, “eres una en ochocientas mil”?). De allí que puede pensarse que la cifra en cuestión es, más bien, producto de un defecto de diseño. Verdaderamente, el peor problema vinculado a las maletas es que, a pesar del tango, nunca cabe todo lo que uno quisiera llevar: o no cierra o excede el antipático límite de 22 kilos (50 libras, según estándares imperialistas). Así, gracias al cruce de datos (y para sorpresa de todos), puede deducirse que 800.000 dólares en billeticos de a cincuenta, deben pesar menos de 22 kilos y caben en algún tipo de maleta estándar. Y por esta razón, o por olvido (así como a otros viajeros se le olvidan las medias), el sobrepeso del redondeo ($ 200.000) quedó sobre la cama, fuera del equipaje.

La celebración anticipada, natural en quien haya contado todo ese dineral (y se haya quedado con la diferencia), finalizó abruptamente cuando la enclenque oficial de aduanas quiso revisar la ahora denominada valija. Fue entonces cuando los pasajeros del exclusivo charter perdieron las petacas y trataron de evitar, en medio de gritos y ofensas, el natural cateo. Pero nada valió ante la determinación de la inocente. Abrieron la valija de cuero y, en lugar de conseguir los roídos calzoncillos de “el gordo”, dieron con un inesperado botín, más propio de un cofre de piratas caribeños que de un maletín de viaje.

Se encendieron las alarmas. Todos los cómplices corrieron prestos a desmarcarse de “el maleta ese” que se dejó agarrar. Conspiraciones, agentes de la CIA, falta de jurisdicción, olla mediática; cualquier excusa es válida para no aparecer en la lista de este desvalijamiento desenmascarado que, con seguridad, es apenas uno en ochocientos mil (o en un millón, como usted prefiera).

Nadie sabe en realidad, cómo es que “el gordo” escapó a Uruguay, como si nada, pero algunos sospechan que para poder ser liberado le cantó a la heroína de la aduana otra frase del tanguito aquel del comienzo, y que la candidata Kirchner le cantará a su benefactor (¿?) cuando, al igual que otros empavados, pierda las elecciones:

“Sería mas fácil caminar si en mi equipaje,
llevara un resto de ilusión, un sueño.
Pero tus manos, sin piedad, rompieron
todos los sueños de mi corazón.”

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