11 febrero 2012

El voto libera del miedo y de la represión



Algunos -unos cuantos-, en realidad, muchos venezolanos opositores temen votar en las elecciones primarias que se realizarán mañana. La mayoría de ellos trabaja en o para el gobierno, ya sea como empleados o como prestadores de servicios. El oficialismo, a través de los medios de comunicación, pero también mediante presiones en el ámbito laboral, se ha ocupado -eficientemente- de amenazarlos. Les aseguran que los numerosos ojos del Gran Hermano rojo pasarán "revista" en los centros de votación para averiguar quién traiciona al gran líder. Les prometen cuadricularles la vida y empujarlos hacia la puerta de salida de sus sitios de trabajo. A los otros les garantizan que no les pagarán, que rescindirán los contratos vigentes y que les dejarán fuera del sistema de contrataciones. 

Los que se dejan doblegar por los intolerantes, piensan que son los únicos que tienen algo qué perder. Están equivocados. Todos, sin excepción, tenemos mucho más qué perder si no votamos mañana, si reservamos el voto para las elecciones presidenciales, y peor aún, si no votamos ni mañana ni en octubre. La abstención es el peor verdugo de la libertad. La abstención tiene dos caras: la más fea es expresión de egoísmo y la más penosa es expresión de indiferencia. El voto, en cambio, es lo que nos permite liberarnos del miedo, derrotar a los intolerantes y poner fin a la represión.

Hay quienes no conceden a las elecciones primarias la importancia que tienen. Les parece que da igual si votan o no, piensan que un voto más o menos no incidirá en el resultado. También están equivocados. Cada voto cuenta, y si son muchos los que opinan lo contrario, entonces serán muchos los votos que no se contarán y cuya falta marcará la diferencia en el escrutinio final.

La experiencia histórica de los pueblos que nos preceden en estos avatares demuestra que hay dos modos de sacudirse a un dictador: por las buenas o por las malas. Por la buenas funciona empleando las herramientas democráticas y pacíficas que ofrece, en este caso, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD): unas elecciones primarias -las primeras que se hacen en el país- que se resuelven mediante el sufragio.

Por las buenas evitamos tener que hacerlo, algún día, por las malas. 

 

04 febrero 2012

Los niños son las armas de la revolución de Chávez

A la inocencia la visten de soldado
Los venezolanos tenemos que temblar de pena e indignación, de vergüenza y arrechera, de angustia y rebeldía al ver cómo el régimen personalista, militarista y autoritario de Hugo Chávez promueve y refuerza el poder de la violencia y el vejamen de la sumisión en todos los sectores sociales del país, sin control y sin límite, al extremo de involucrar hasta a los más pequeños, como esta niña que aparece en la foto vistiendo un uniforme militar de campaña y una boina roja, mientras hace un saludo militar.

La imagen fue captada por el fotógrafo Jorge Silva de Reuters en el acto que hizo hoy el gobierno para celebrar lo que nadie, en su sano juicio, puede considerar digno de celebración: la rebelión armada de un grupo de militares insensatos, la muerte innecesaria de soldados llevados bajo engaño a combatir contra sus propios compatriotas, el asesinato de civiles inocentes. Porque eso fue lo único que dejó el frustrado golpe de Estado el 4 de febrero de 1992 dirigido por Hugo Chávez y sus compañeros de armas. Eso, y un país desorientado que terminó de irse a pique cuando eligió como gobernante a un golpista.

Ahora, esta preciosa niña, en su más pura inocencia, desconoce por completo las implicaciones de todo tipo que tiene su disfraz. Desconoce, también, los planes que quizás sus padres, tan revolucionarios como el que más, tienen pensado para ella en las filas de la revolución, de otro modo no se explica que hayan uniformado así a su pequeña hija.

Miro con estupor esta imagen y confirmo cuán peligrosa es esa secta cuasireligiosa, cuyo terrible mensaje contra la Ley, la tolerancia y la paz, penetra en todas partes, en las calles y en los hogares, en las escuelas y en los parques, en la mente y en el espíritu de tantas personas, y los convierte en serviles multiplicadores y defensores a ultranza de un dogma amoral, antisocial y destructivo.

Hace algunas semanas, los medios de comunicación venezolanos publicaron unas imágenes que dieron la vuelta al país y al resto del mundo, donde aparecen niños -no adolescentes ni jóvenes, sino niños- menores de 10 años de edad, con los rostros medio cubiertos por pañuelos con insignas y, lo más grave, con armas de guerra en sus manos. Las fotos corresponden a la celebración de un acto organizado por un grupo que se hace llamar Colectivo La Piedrita y que se identifica con la revolución que lidera Hugo Chávez. En dicho acto estuvieron presentes nada menos que un sujeto "supuestamente" solicitado por las autoridades y un diputado oficialista.

Niños venezolanos con armas de guerra
El gobierno, a través de distintos voceros, entre ellos el Ministro de Justicia, Tarek Al-Aisami, en varias ocasiones ha declarado su preocupación al respecto, mas no porque el tipo sobre el que pesa una orden de captura se muestre tan campante a la luz pública, ni porque un parlamentario se deje fotografiar a su lado, y muchísimo menos porque una decena de niños hayan sido obligados a ponerse un pañuelo a modo de pasamontañas y a portar unos fusiles más grandes y pesados que ellos mismos. ¡No son esos los motivos de su preocupación!

En realidad, lo que ha molestado al gobierno ha sido la divulgación de las imágenes, los reportajes que sobre ellas han hecho los periodistas, las críticas que han suscitado en la opinión pública y la repercusión internacional que ha tenido la escandalosa noticia, porque ha puesto en evidencia uno de los objetivos más abyectos de Hugo Chávez y su descalabrada revolución: adoctrinar en el odio y la violencia a los más inocentes y cándidos, para asegurarse una próxima generación de incondicionales defensores de su proyecto.

Las verdaderas armas de guerra que prepara el régimen de Hugo Chávez para la defensa de su revolución no son las chatarras que les compra a los rusos, sino un montón de niños venezolanos a los que disfrazan de soldados para que empiecen a sentirse parte del gran escenario bélico, a los que se les pone un pañuelo en la cara para que empiecen a asumir la guerrilla como un destino, a los que se les prestan fusiles para que pierdan el miedo y aprendan a "jugar" con ellos.

¿Qué dicen los jueces de menores de este país? ¿Qué dice la Defensora del Pueblo? ¿Qué dicen las organizaciones no gubernamentales que defienden los derechos humanos de los menores de edad? ¿Qué dice la Comisión Interamericana de Derechos Humanos? ¿Qué dice Human Rights Watch? ¿Qué dice el Vaticano, la Conferencia Episcopal Venezolana y los curas de las parroquias donde viven esas criaturas? ¿Qué dicen los maestros de esos niños? ¿Qué dice usted? 

No vale la pena preguntar qué dicen los padres de estos inocentes, porque la respuesta de todos ellos es una sola, la que aparece nítidamente expresada en esas imágenes.