21 junio 2007

No se hace política desde el apolitismo

Por Liliana Fasciani M.

El Universal

Muy mal estamos en este país nuestro de cada día si la sociedad, al reconocer en el movimiento estudiantil un liderazgo bien ganado, pretende, sin embargo, desconocer, por decepción o por desconfianza, la necesaria existencia e importante misión de los partidos políticos, endosándole a aquél las funciones de éstos. Por su parte, los estudiantes, alérgicos a las etiquetas, intentan hacer política desde el apolitismo.

Si hemos de luchar contra el monopartidismo, no hay otra forma de hacerlo que reforzando el pluripartidismo. Si vamos a combatir la hegemonía ideológica, es preciso debatir sobre las diversas ideologías. Si estamos defendiendo nuestros derechos de la arbitrariedad gubernamental, ese esfuerzo sólo puede realizarse mediante actividades políticas. Las protestas, las marchas, las asambleas de estudiantes, las denuncias públicas, los comunicados, los debates, el sufragio y todas las expresiones de pensamiento y opinión, orales o escritas, sean a favor o en contra de la oposición o del gobierno, son hechos políticos, conductas políticas.

¿Cómo interpretar, entonces, que los dirigentes estudiantiles insistan en que no son políticos cuando todo lo que han hecho, desde que el gobierno mutilara la libertad de expresión, es Política? Que no son políticos de oficio, se sabe. Que no quieran parecerse a los políticos tradicionales, se entiende. Que traten de deslindarse de los pseudos-políticos y de la politiquería, se aplaude. Pero que nieguen una y otra vez que no son políticos –a secas–, es, cuando menos, una contradicción, porque esa inquietud que los arranca del pupitre y los lleva a la calle con una pancarta y un lema, es la revelación de una voluntad política de cambiar el rumbo de las cosas, y, ¿por qué no?, las cosas mismas. No tienen, pues, por qué temerle a la palabra “política”, y mucho menos despreciar el arte de la Política. Sería como desdeñar la Democracia, solamente porque quienes gobernaron en su nombre fracasaron o la desprestigiaron.

Sin política no habría ciudadanos, ni pueblo, ni Estado, ni gobierno, como tampoco leyes, derechos ni deberes; no tendrían sentido la libertad, la igualdad, la justicia y ninguno de esos valores que con tanta vehemencia defendemos de quienes se empeñan en destruirlos; no existirían las ideologías, ni los movimientos, partidos y organizaciones.

La Política es el instrumento por excelencia para lograr las más elevadas aspiraciones de los seres humanos. Político es el individuo que se interesa por los problemas de su entorno, que piensa en cómo podría contribuir a solucionarlos, que se solidariza con el prójimo, que no tolera las injusticias, que sueña con un país mejor. Hacer política es asumir una determinada actitud “frente a” y “por” un ideal, una tendencia, una situación. Una persona hace política con sólo pararse en una esquina y ondear una bandera ante los conductores que esperan por el cambio de luz del semáforo.

No creo que sea posible hacer política desde una postura apolítica. En todo caso, los estudiantes venezolanos han sacado al pueblo del letargo y lo han puesto nuevamente en la calle, empleando medios políticos y, además, con objetivos políticos. ¿Hay algo más típicamente político que las manifestaciones? ¿Hay algo más inherente a la Política que la libertad de expresión?

Vamos, entonces, a sacudirnos los prejuicios y a comportarnos con la seriedad que la Política exige, pues en las actuales circunstancias nuestra mayor responsabilidad es política…, porque es con Venezuela.

1 comentario :

  1. Buen artículo de opinión el suyo Liliana. Aparte de tener una lógica irrefutable, es una opinión política soportada por la experticia técnica.
    Inevitablemente tenemos que entrar en las causas, las razones y las conveniencias al tocar el tema de la lucha política hoy en Venezuela: estamos frente a una experiencia donde los sectores y corrientes reaccionarias extremistas (tanto de la derecha atrasista y expoliadora antinacional como de la izquierda demagoga, aventurera y tan decimonónica y antinacional como su alter ego) promueven la asfixia de la política como ejercicio de libertad, de democracia y de participacion social; mas sin embargo, incentivan "la política" en tanto que significa la reproducción de intereses económicos-oligárquicos y de pretensiones pretorianas. De ahí, el populismo mitinesco de la izquierda trasnochada, ahíta de dinero y ansiosa de cerrar los postigos que aún queda de libertad, bajo el disfraz de liberación y antiimperialismo, con una "democracia tumultuaria" que se manipula a antojo del pretor: una izquierda vergonzosamente prosternada y que suspira por charreteras, botas y uniformes de camuflaje. De ahí también la traición del 12 de abril en manos de una canalla que lanzó a la calle a un pueblo abrazado al tricolor nacional, envenenándolo contra partidos y sindicatos, pero manipulando líderes y creencias para hacerse con el país (y su presupuesto): de ahí el fracaso.
    Detrás de la exultante y maravillosa gesta del mayo estudiantil, el ojo zahorí atisba no sólo el nacimiento de una generación que mallugó (i.e., magulló) la gobernabilidad autoritaria que construye el pretor sino también una indefinición política que esconde, por lo contrario, el corpachón berrugoso de la derecha eterna. Se llega por defecto a ello. La estrategia de crecimiento del proceso de resquebrajamiento del proceso autoritario no es cultora del izquierdismo autoritario, arbitrario e ideológico (por dogmático); entonces es un parto sietemesino de la Santa Ana Democrática, tardío pero sano, y su desarrollo y fuerza está en el ejercicio de la política plural, del pluralismo, tal como acertadamente Ud. lo plantea. Lo táctico vive su mejor momento ahora, pero ¿Y la carrera larga? Se puede sobrevivir sin el ejercicio de la política, sin la (re)construcción de un tejido social de confrontación al régimen, con vocación de frescura ¡Sí! pero con vocación de poder, y eso es política.
    El régimen espera que los muchachos se vuelvan adecos, copeyanos, masistas, justicialistas, causaerristas, etc.; la colectividad esperanzada, ahora desencantada y opositora, aspira que ello nunca suceda, en una racionalidad que contradice la ansiedad social de darle complexión a “la oposición”. ¿Y entonces? Bueno ahí están los nichos ideológicos: socialdemócratas, socialcristianos, liberales, conservadores, centristas, izquierdistas demócratas, incluso los chavistas que convulsionan ahora en la febricitante contradicción a que los ha llevado su líder. Pero también están los comunistas, los anarcoaventureros que ven en el extremismo autoritario su pasaporte para viajar a la nada, los fascistas del promilitarismo cuyo más egregio representante es el propio discípulo ‘ceresoliano’ con sus desinecias bolivarianas. Entonces, así como hace unos cuantos años era una herejía nombrar a Granier (hoy, sin un ápice de ironía, convertido en un líder, modelo de reciedumbre indoblegable ante el pretor), no hay duda que las condiciones para recrear la democracia y sus instituciones se están creando y se podrá decir con venezolana y contundente gallardía que se milita, se profesa y se actúa en política, en un partido y bajo una doctrina, sin el riesgo de la estigmatización –hoy oficial– a que han sido sometidos los llamados “escuálidos”, exitoso intento de sinonimia para descontextualizar al partidismo de vocación democrática.
    Pero, no son los muchachos universitarios quienes deben describir a los partidos y a la política. Son los políticos y los partidos quienes deben reinventarse para actuar (y merecer) en esa Venezuela que se intenta construir. ¿Cual es el costo? Es igual al precio que está pagando y segirá pagando el régimen y su cauda de insensatez y totalitarismo: si el régimen se detiene en su alocada carrera hacia el fascismo castro-chavista se desbarata. Si los políticos y los partidos se reconvierten para incorporar a su torrente circulatorio esa savia nutritiva que eclosionó en mayo, esa plétora de fuerza, de autenticidad, pueden colapsar, se pueden infartar; o, la renovación y el renacimiento sacude las viejas costras que enllagan esos otrora grandes proyectos de país, avienta las viejas formas de hacer política, los viejos discursos. Ambos casos algo, y mucho, va a morir. Mas siempre será eterna la fuerza profunda del ser humano para construirse su libertad, y eso, de alguna manera, es política.

    Amigo,

    Justo Mendoza

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